"En la batalla no se piensa en nada, sólo en sobrevivir y en alcanzar el objetivo"
Leonardo lobato morales. último superviviente de la quinta bandera de la legión de la batalla del ebro
Leonardo Lobato tuvo que enfrentarse al horror de un conflicto bélico con tan sólo 15 años. Hoy tiene claro que la Guerra Civil no debería volver a repetirse porque fue "terrible" y "todo un crimen"
Leonardo Lobato es el último superviviente de la quinta bandera de la Legión que peleó en la Batalla del Ebro. Este linense tiene 87 años pero recuerda como si fuera ayer el otoño de 1938. En su memoria están grabadas las imágenes de una de las batallas más cruentas de la historia de España y su piel conserva las marcas de la metralla.
-¿Cómo entró en la Legión?
-Estaba haciendo el servicio militar en el Regimiento de Pavía de Algeciras. Un día, un soldado que venía de Cerro Muriano me dijo que tanto los rojos como los azules estaban muriendo de paludismo y que los rumores eran que nos iban a mandar allí. Dos compañeros y yo decidimos entonces alistarnos a la Legión en Zaragoza a pesar de que el sargento intentó convencerme de lo contrario. Cuando llegamos allí, mentí en la edad y dije que tenía 16 años y no 15. Al día siguiente, nos montaron en camiones hacia el frente y llegamos a Caspe. Nos dieron fusiles a unos cuantos y echamos a andar en fila escuchando los silbidos de los morteros.
-¿Su bautismo de fuego?
-El 1 de septiembre de 1938, el año que más muertes hubo. Hay que haber estado allí para contarlo. Éramos unos 150 y nos decían que no habláramos. Llegamos a la montaña Aguja de Piedra y hacía sol. La quinta bandera de la Legión había quedado en cuadros y yo me asusté. Durante 15 días nos estuvieron explicando cosas porque no sabíamos ni lanzar una granada.
Los republicanos tenían trincheras por todas partes y nos ganaban altura, así que para avanzar teníamos que conquistar la sierra de Cavalls, que costó muchos muertos de ambos bandos. Conseguimos avanzar hasta Corbera de Ebro y había tantos muertos que un batallón especial hacía fosas, pero no daban abasto y llegaron a amontonar los cadáveres y quemarlos; el hedor era insoportable. Había que comer y dormir entre muertos. No conquistamos la sierra hasta el tercer intento y costó muchas vidas. La segunda vez ya estaba yo. Entramos en una vaguada y lo que salvó a la bandera fue que había muchos árboles. Nos atacaron con morteros y cayeron muchos, a mí me hirieron en la parte de atrás de la cabeza. Fue en el hospital militar de Bilbao donde se atrevieron a intervenirme. Estuve con la metralla en la cabeza un mes y medio.
Al frente tenías que volver por tus medios. En Huesca compré dos pares de calcetines de lana y unos guantes. Entonces el dinero de la República valía para los dos bandos. Me costó todo siete pesetas y aunque no llegué al mínimo, que eran 10 pesetas, la dependienta me regaló un librito en el que al final se veía a Franco con la mano alzada. Yo le dije ¡Vaya regalo! pero me salvó la vida.
Ya de vuelta, teníamos que tomar Cavalls. El sargento Urbano me vio tan niño que me preguntó de dónde era y le dije que de La Línea. Me dijo que entonces era inglés y yo le dije que era tan español o más que él y que lo llevaba con orgullo. Él me respondió que los de la comarca éramos todos ingleses. Desde las ocho de la mañana del 31 de octubre, un centenar de aviones lanzaron bombas sobre la sierra pero explosionaban en el aire. Al subir, Urbano me dio un corta-alambradas y fui el primero, detrás de él. Detrás nuestra llegó el grueso de la bandera con el comandante Coloma pistola en mano, preguntando por el enemigo. Entonces, uno de los mandos cogió una granada y gritó que salieran porque estaban escondidos en casamatas y salió una columna de hombres.
Tras la toma, la bandera estaba descansando y llegó un teniente que nos dijo que los moros no podían tomar otra sierra que había atrás. No podían obligarnos pero al final nos levantamos. Llegando, nos encontramos a los moros que retrocedían y nos gritaron Legionarios, el rojo está farruco. No había una defensa grande, era un hombre equipado con un fusil ametrallador y otro metiéndole munición. Escuchábamos las balas silbar; parecían miles de mujeres en los balcones siseando. Cuando conseguimos llegar arriba, el sargento Ríos le dijo al republicano que había matado a nuestro capitán y que se pusiera de pie. Me quitó una granada y se la lanzó. Dio tres traspiés y cayó al suelo.
Fuimos avanzando como en dirección a Tarragona y en Artesa de Segre me hirieron de nuevo en los brazos y las piernas. Me mantenía en pie, pero perdí el habla temporalmente por la onda expansiva del mortero. Fui a pedir ayuda al puesto de socorro, me aproximé a la carretera y vi cómo dos tanques rusos dispararon contra mi compañía.
Me evacuaron y al final acabé en el hospital de Zaragoza. Fui a pagar un bocadillo y el billete tenía un boquete, saqué otro y estaba igual. Entonces saqué todas las cosas de la cartera que llevaba en el pecho y el libro que me regaló aquella dependienta tenía trozos de metralla. Ese libro me salvó la vida.
-¿Se topó con soldados republicanos de La Línea?
-Al conquistar el Ebro y romper el frente de Cataluña ya estaba la guerra casi terminada y partimos a Toledo. Tras el bombardeo del Alcázar, los rojos se hicieron fuertes en los montes de Toledo y nosotros tomamos pueblos como Manzanares y Valdepeñas. El comandante ordenó que improvisáramos una bocina y se les pidió que bajaran y que dejaran las armas en el monte, que nuestras tropas estaban entrando en Barcelona y Madrid, pero ellos no estaban muy seguros. Se dieron cuenta de que era cierto cuando la aviación soltó octavillas. Mientras bajaban vi como muchos comisarios, porque seguían el sistema ruso de graduación, se quitaban el distintivo de la ropa.
Estábamos en Valdepeñas y dividimos a los presos entre en el convento y la plaza de toros; a la guardia de asalto la metieron en otro sitio. Me tocó estar de guardia en el convento pero el cabo Piñero, que era de La Línea, me dijo que en el coso había tres soldados de la República también linenses, así que hablé con el teniente para que me cambiara. A uno de ellos, mi madre le compraba agua del pozo de San Pedro y otro trabajaba en la ferretería Trujillo en la calle Real. Al tercero no le conocía; era el más joven y se llamaba Aurelio, trabajaba en Gibraltar. Les dije que haría lo que pudiera por ellos. Les conseguí morcilla, pan y otras cosas y cuando volvieron a La Línea vinieron a mi casa y le dijeron a mi madre cómo me había portado con ellos y le trajeron un regalo.
-¿Qué se siente en ese horror?
-No se piensa en nada, sólo en la supervivencia y en llegar al objetivo. No crees que vas a morir y luego a lo mejor caes. Vi caer a buenos compañeros y amigos. Duele pero sigues adelante.
-¿Qué fue lo peor para usted?
-Las calamidades que pasamos porque estábamos llenos de piojos. Lo peor era sin duda la sed y el hambre, sobre todo lo primero.
-¿Qué opina de la Ley de Memoria Histórica? ¿Cree que es bueno remover el pasado?
-Es bueno remover el pasado para que no vuelva a suceder una cosa así porque fue terrible, todo un crimen.
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