A Salvador Román
Obituario
Cuando con el transcurso de los años, comienza uno a hacer balance de las cosas, acostumbran a acosarle dos sensaciones decididamente inquietantes aunque de motivación bien distinta. La que produce el convencimiento de lo corto que se puede hacer el trayecto cuando se disfruta del paisaje y la que surge al dudar si realmente hemos canalizado nuestro tiempo hacia las inversiones adecuadas.
Estoy convencido de que a lo largo de su vida Salvador Román tuvo sobrada oportunidad de experimentar la primera, pero de la misma forma, estoy completamente seguro de que jamás se planteó la duda que hubiese alimentado la segunda. Por de pronto supo realizarse profesionalmente y disfrutar de una vida personal igualmente plena. Buen hijo, buen esposo y buen padre para orgullo de su familia, de sus amigos y de todos los que le apreciábamos.
Pero también fue un baluarte de primera magnitud dentro del mundo cultural de la ciudad. Especialmente en su calidad de socio y durante muchos años también de Presidente de la Sociedad Musical Linense. En este sentido, es unánime la opinión de que supo recoger con firmeza el testigo del recordado Felix Enríquez y con la inestimable ayuda de un grupo de entusiastas de la música, desarrollar una labor que siempre enfrentará a sus sucesores al duro reto de superarla.
Nadie ha tenido que contarme que fue uno de los más importantes pilares de la Fundación Municipal de Cultura; institución a la que, con un desinteresado afán de servicio a sus conciudadanos, prestó constante consejo, aliento e inspiración. La exquisita Semana de Santa Cecilia, el prestigioso Concurso Nacional de Piano, o la singular Orquesta Ciudad de La Línea, por citar sólo tres de los grandes proyectos en los que estuvo incondicionalmente implicado, llevan todos su inolvidable impronta. Eso por no mencionar la inestimable contribución que, bajo su batuta, la Sociedad Musical realizó junto al Conservatorio, la Coral Polifónica y la propia Fundación de Cultura a la oferta musical que los linenses pudieron disfrutar durante muchos años. Centenares de conciertos, recitales y audiciones que hubiesen sido imposibles sin las muchas horas que Salvador Román dedicó a su organización y que ilustran perfectamente el impagable papel que desempeñó a la hora de garantizar el funcionamiento armónico de los diferentes colectivos implicados. Muchos años empeñados en una labor en la que dejó sobrada constancia de sus conocimientos, su altruismo, su calidad humana y desde luego, de su pasión por la música.
Todo esto no son más que unos acordes apenas improvisados bajo el efecto de su pérdida y que no tienen otro sentido que mostrar mi profundo pesar a su mujer y a su hijas, a la vez que mi eterno agradecimiento como linense por su generosa labor. Sin embargo, por encima de toda su ingente contribución a la vida cultural de la ciudad, el recuerdo que más me ha venido a la mente en estas últimas horas, ha sido ese carácter alegre y positivo que a los que tuvimos la inmensa fortuna de conocerle y trabajar con él, tanta veces nos sirvió para ganar confianza, para crecernos ante la dificultad y para considerar que con ilusión y trabajo nada era imposible. Estoy seguro que ese Jesús al que tanto cantaste por Navidad te tiene ya en su Gloria. Descanse en Paz.
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