Diversión con denominación de origen
La Plaza de la Iglesia y Fariñas copan la mayor parte del ambiente del centro Familias y grupos de amigos disfrutan de la jornada que arranca con la misa rociera en el Santuario
Todos los domingos del año se pintan en color rojo en cualquier calendario. Pero sólo uno tiene el privilegio de ser el domingo más esperado por toda una ciudad. Y ése fue ayer, el Domingo Rociero de La Línea que provocó lo que pocos eventos son capaces de hacer: que una ciudad se eche a la calle para vivir de principio a fin un día memorable.
Adultos, adolescentes, mayores, jóvenes y niños se cruzaron en el centro de la ciudad con un fin común, el de disfrutar del primer domingo de feria aunque cada uno lo hiciera a su manera y en ambientes muy diferenciados pero bajo el mismo sol de justicia.
La jornada festiva comenzó temprano, a las diez de la mañana, con la tradicional misa rociera en el Santuario de la Inmaculada acompañada por el coro de la Hermandad del Rocío de La Línea y con la presencia de las cortes de honor al completo. Catorce ramos de flores adornaban, en señal de devoción, las rejas de la entrada del templo en donde se desarrolló el oficio junto a la talla de la Inmaculada -seguido por el público desde la plaza-. Hubo alusiones a la familia Villar por ser, hace décadas, precursores espontáneos de la celebración en el centro y también vítores a la ciudad.
Tras la Salve rociera, los primeros bailes de las mujeres vestidas de flamenca que habían seguido la misa no se hicieron esperar en la Plaza de la Iglesia, si bien fueron el modo de dar por concluida la eucaristía. A partir de ahí, hubo que esperar un buen rato a que el ambiente terminara de desperezarse. Gran parte de los asistentes a la misa tomaron literalmente las terrazas de las cafeterías aledañas y de la calle Real y, relajadamente, alargaron la hora del desayuno hasta casi hacerla casar con la del aperitivo. Mientras, la actividad en los bares y restaurantes así como entre las hermandades y peñas que instalan barras en la calle comenzaba a despuntar con las últimas descargas de vino fino desde los almacenes para estar perfectamente avituallados.
No fue hasta la una de la tarde cuando la gente comenzó a dejarse ver con ganas de fiesta por el centro y con tres zonas bien diferenciadas, aunque con menos afluencia que en años anteriores. Hubo gente, sí, pero sin llegar al nivel de saturación de ediciones anteriores, donde por momentos costaba andar por las calles.
Las mujeres ataviadas de flamenca intercambiaron bailes con hombres vestidos de corto en el ambiente más clásicamente rociero de la Plaza de la Iglesia y la confluencia de la calle Padre Junco, buena parte entoldada para hacer sombra. Los arcos de acceso a la plaza fueron el resguardo de otros muchos ya que, pese al gentío, la diferencia de temperatura se dejaba notar.
En la cercana Plaza Fariñas, un público mixto se reunió para dar cuenta de las tapas en las mesas de camping instaladas a la sombra de los edificios y de las garrafas de vino tinto para hacer frente a los rigores del Lorenzo. Aquí se dieron cita jóvenes (muchos de ellos agrupados en peñas con camisetas alegóricas para la ocasión) y familias al completo sin distingos. Un ambiente algo más desenfadado en cuanto a la música (más rumba que sevillanas) fueron la tónica de esta segunda zona mientras que la Plaza Cruz Herrera, antes epicentro del botellón puro y duro (de tinto de verano) el ambiente decayó bastantes enteros. Calles como el tramo final de Carboneros y San Pablo, antaño con toldos y ayer al sol ligero, lucieron a medio gas ya que la gente prefirió concentrarse en la Plaza de la Iglesia y Fariñas.
A primera hora de la tarde, buena parte de la actividad se trasladó progresivamente al recinto ferial, donde las 23 casetas abrieron para recibir a los grupos de amigos y familias, aunque cabe destacar que cada año las peñas y hosteleros que instalan en el Real intentan "tirar" del ambiente. De hecho, varias peñas y colectivos aprovechan la jornada del Domingo Rociero para celebrar jornadas de convivencia cuyo final se hace coincidir con el trasvase del gentío del centro al ferial.
Y, así, entre más bailes y un café para reponer el cuerpo tras la primera etapa del día, transcurrió el domingo más esperado en la ciudad. Otros, por su parte, prefirieron alejarse del mundanal ruido y recrearse en la calma de la playa de Poniente aunque aquí tampoco hubo aglomeraciones.
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