30 años del Instituto de Estudios Campogibraltareños

Franco, Gibraltar y la falsa neutralidad británica en la Guerra Civil española (y II)

Gibraltar, Operación Torch.

Gibraltar, Operación Torch.

Entre los acuerdos alcanzados en el Rock Hotel quedaron fijados aspectos logísticos en referencia al abastecimiento de combustible necesario para las tropas rebeldes, en particular a la forma de realizarlos, y a los pagos, y se vislumbró también la posibilidad, si llegase el caso, de incumplir los acuerdos vigentes al respecto sobre el suministro de combustible al Gobierno de Madrid, tal como ocurrió más tarde. Los británicos ejercieron, a través del Foreign Office, un absoluto control no solamente de las empresas locales sino también de las grandes compañías allí instaladas. Franco sabía que, sin el combustible necesario, no podría jugar su principal baza, la intervención de una considerable fuerza bajo su exclusivo mando: el Ejército de África. De lo contrario, este ejército hubiera quedado aislado en Marruecos.

Los detalles y el procedimiento sobre la estrategia logística a desarrollar se perfilaron ante la atenta mirada de Juan March en los meses siguientes a la visita de Franco. Tarik Petroleum, dirigida por Ricardo Goizueta, sería la compañía de suministro de combustible más comprometida y, posteriormente, la más activa.

Otro asunto pactado, que luego se llevó eficazmente a cabo, fue la permisividad de los británicos en el despliegue naval de pequeñas embarcaciones puestas a disposición de los sublevados para el traslado de tropas. Eran embarcaciones de variada tipología con base en la costa africana del Estrecho, principalmente en Ceuta, pero también se utilizaron otras de Juan March que operaban desde Gibraltar en el tráfico del contrabando de tabaco, e incluso algunas de compañías locales. Esto facilitó el paso del Ejército de África en un relativo corto espacio de tiempo, de tal manera que el renombrado Convoy de la Victoria puede reducirse a un mero hecho simbólico encumbrado por los propios sublevados como golpe de efecto.

Quedó, además, al menos planteada, la posibilidad de utilizar el pequeño aeródromo existente para el transporte de tropas directamente a Gibraltar, lo que facilitaría en gran medida la operación, pero esto no fue posible, o al menos no en la forma, proporción y frecuencia que Franco hubiese deseado.

La no intervención de Reino Unido favoreció el abandono de las potencias a la República

Tras finalizar el encuentro en Gibraltar, Franco contaba con el respaldo táctico que los británicos le pudieran prestar desde la colonia y también con que tendría el camino bastante despejado para cruzar el Estrecho ante la más que previsible postura oficial de no-intervención del Reino Unido. Gibraltar, de este modo, pasaría a ser el principal punto de recepción, almacenamiento y distribución de combustible para las tropas de Franco a partir de julio de 1936. Pero, además, este encuentro, y al menos otro más, que se produjo en Londres, en enero del 36, entre Franco, Baldwin y Eduardo VIII, con motivo del funeral de Jorge V, y al que acudieron Harington, Beattie y probablemente March, muestran de forma clara y precisa la vinculación y el grado de compromiso de destacados elementos civiles y militares británicos con los conspiradores españoles en la planificación del golpe y en el desarrollo del conflicto.

En efecto, las consignas de Londres fueron cumplidas con celo y la no-intervención británica quedó solo en papel mojado, porque lo que sí hizo en realidad el Reino Unido fue mirar hacia otro lado, permitiendo a los sublevados realizar cuantos movimientos tácticos, no solo militares, y operaciones económicas necesitasen.En realidad, la creación en septiembre de 1936 de un Comité de No Intervención, apadrinado en la sombra por los británicos para proteger sus intereses, tenía como objetivo inmediato evitar la participación de otros países en la contienda española. La consigna británica era que el enfrentamiento entre fascismo y comunismo no podía extenderse por Europa; la guerra debía quedar encapsulada en el territorio español y se evitaría a toda costa el envío de ayudas a los dos bandos.

Además, el Reino Unido se opuso a reconocer derechos de beligerancia a la República y también a los sublevados, con lo cual se equiparaba a gubernamentales y golpistas. En marzo de 1937 se tomaron una serie de medidas como fueron los establecimientos de un consejo para la no intervención, de un control terrestre en todas las fronteras españolas, de un control marítimo y de un sistema de patrullas, en el que a Alemania y a Italia se les encomendó la zona de Levante, que se hallaba bajo control republicano, por lo que el enfrentamiento estaba asegurado.

En la práctica, la no intervención favoreció el abandono de las potencias occidentales a la República, que, atada de manos, fue dejada a su suerte. El Gobierno republicano quedó pronto aislado y la situación, y sobre todo la opinión, internacional se inclinaron cada vez más a favorecer a los rebeldes. Se dificultaba la llegada de ayudas del exterior a los gubernamentales y se favorecía, por acción u omisión, a los sublevados. Los británicos, haciendo ejercicio de una “neutralidad malévola”, utilizaron Gibraltar para quebrantar sistemáticamente lo acordado e incumplían, u obligaban a incumplir a terceros, varios acuerdos con el Gobierno republicano español, en particular sobre el citado abastecimiento de combustible; también, y de forma descarada, entorpecieron las actuaciones bélicas republicanas en el área del Estrecho cuando se intentaba impedir los traslados y los desembarcos de las tropas sublevadas.

El Gobierno de la República, sumido ya en una profunda crisis interna, se vio impotente y nada pudo hacer ante el envío de suministros a los rebeldes, mientras que ellos los recibían con serias dificultades y gran escasez.

Es bastante significativo lo señalado por Anthony Eden con respecto a todo este asunto: “Se debe distinguir, de forma clara y concisa, en lo que debe ser considerado no intervención en lo que son estrictamente asuntos de España y no intervención en lo que verdaderamente afecta a nuestros intereses”.

Resulta evidente, a tenor de lo sucedido, que la no intervención perjudicó gravemente a la República española y fue determinante en su derrota.

Es inevitable pensar qué hubiese pasado si Gibraltar hubiera abastecido de carburantes a la flota republicana en cumplimiento de los acuerdos existentes y los derechos internacionales. Nunca lo sabremos, pero es fácilmente entendible que la ventaja obtenida por los sublevados en los primeros compases de la guerra no se hubiera producido, puesto que el suministro de carburantes les hubiese proporcionado a los republicanos unas posibilidades reales de abortar el golpe. El protagonismo en este asunto lo tuvieron mayoritariamente varios empresarios gibraltareños que contaron con el respaldo del Foreign Office.

Suministros para la flota aliada. Bahía de Algeciras (hacia 1941). Suministros para la flota aliada. Bahía de Algeciras (hacia 1941).

Suministros para la flota aliada. Bahía de Algeciras (hacia 1941).

La República perdió la guerra en el Estrecho

Así, cuando Franco, tras su visita a Gibraltar, llegó a Marruecos, sabía que el momento de actuar estaba muy próximo. Se apuntaba como fecha el mes de mayo e intentó por todos los medios tener el control absoluto de todas las tropas bajo un mando único, para muchos militares condición ya indispensable.

Durante los meses siguientes, la situación en España fue empeorando, radicalizándose aún más las posturas políticas y conllevando un agravamiento en la ruptura del orden social. Franco regresó a Madrid al ser nombrado, por Gil-Robles, jefe del Estado Mayor, viéndose alterado el plan que ya había puesto en marcha.Las elecciones de febrero de 1936, lejos de aclarar el panorama político, provocaron el rechazo de todas las fuerzas antirrepublicanas, que en gran parte apremiaban para la intervención militar.

Británicos y alemanes tomaron posiciones ante lo que creían seguro que iba a suceder: el derribo del régimen republicano. Desplegaron a sus agentes por el territorio peninsular como si se tratasen de piezas sobre un tablero de ajedrez. En Gran Bretaña se sabía perfectamente, en 1935, que la guerra con Alemania estaba cerca y que, probablemente, España pasaría a ser un posible escenario bélico de ese enfrentamiento. Churchill lo tuvo claro y así lo manifestó. A partir de la revolución de octubre de 1934, la situación política española había empeorado y en Europa se aceptaba que no tardaría mucho en producirse un aumento de la violencia en el país. De este modo, la tensión ya existente en el continente se vio incrementada por el problema español. En febrero de 1936, el enfrentamiento se contemplaba ya como un hecho irreversible.

También en Gibraltar, y conforme fue avanzando 1935, se especulaba con un posible conflicto en España, y ciertos sectores sopesaban las atractivas actividades económicas que con seguridad propiciaría esta guerra.

Contar con Gibraltar, inmejorable punto geoestratégico para controlar el tráfico en el Estrecho, aún sin hacerlo de forma directa, como base de operaciones de abastecimiento y centro logístico de comunicaciones, concedió una importante ventaja a los sublevados, pues la connivencia británica, confirmada desde un primer momento, les permitió llevar la iniciativa en todas las operaciones militares, y esto resultó ser trascendental al poder consolidar Franco en poco tiempo el eje Marruecos-Algeciras-Sevilla.

Churchill, tras la Segunda Guerra Mundial, no permitió acabar con Franco

Franco adquirió un mayor protagonismo tras las desapariciones de Sanjurjo, Fanjul y Goded. De este modo ascendió en la jerarquía del levantamiento y, al estar al mando del Ejército de África, se afianzaron más sus atribuciones. Contar con más de treinta y cinco mil hombres -sin incluir los acuartelados en Canarias-, bien pertrechados, sin apenas obstáculos para su traslado desde Marruecos, le permitía tomar la iniciativa en las operaciones táctico-militares. Y esto fue concluyente.

Podemos considerar que la guerra se perdió en gran parte para la República en el Estrecho, y esto fue así por la decisiva intervención británica, que incluyó diversas operaciones efectuadas directamente desde Gibraltar. De hecho, sostenemos que los primeros movimientos tácticos de los sublevados, particularmente las operaciones de traslado de tropas y el establecimiento de una cabeza de puente en el arco de la bahía de Algeciras, fueron coordinados telefónica y telegráficamente desde Gibraltar, que contaba con uno de los centros de comunicaciones más modernos de Europa, gracias al ofrecimiento de los británicos para su utilización por los mandos militares rebeldes.

Kindelán acudió a Gibraltar, en una embarcación facilitada por el cónsul británico en Algeciras, y comunicó con Lisboa, Berlín y Roma informando de cuál era la situación bélica en tiempo real.

Coordinó las ayudas extranjeras y también reclamó con urgencia el envío de los Savoia adquiridos por medio de Juan March para agilizar aún más los traslados de efectivos. Reputadas familias gibraltareñas tomaron una particular relevancia al aliarse de forma manifiesta con los conspiradores y ayudaron a los militares rebeldes una vez sublevados. El grado de compromiso y el volumen de su participación son aún hoy, en algunos aspectos, desconocidos, pero sin duda el alcance de esta ayuda fue determinante.

Cuando Franco logró ser nombrado jefe del Gobierno en octubre de 1936, dio un gran paso para consolidar su poder y pasó a ser la imagen del levantamiento ante la comunidad internacional. Todos los demás conspiradores quedaron en segundo plano. De hecho, al mes siguiente Franco fue reconocido ya, de facto, por el Foreign Office, que no albergaba ninguna duda de su triunfo, y, en febrero de 1939, lo era a todos los efectos como Jefe de Estado.

Conclusiones

Al finalizar la contienda, el panorama era desolador. Innegablemente, británicos y conspiradores compartieron intereses, a pesar de las evidentes diferencias ideológicas existentes. Estos intereses no acabaron con el triunfo de Franco en la guerra. La deriva revolucionaria durante la guerra, en la España republicana, agudizó aún más los temores británicos y Churchill, tras la Segunda Guerra Mundial, no permitió acabar con Franco, como se evidenció en Potsdam. Tras la conferencia, España sufrió un aislamiento económico que la excluyó de las ayudas del Plan Marshall. La supervivencia seguiría siendo durante años el principal objetivo para el Régimen.

Antes, Churchill intervino en la política española, aceptando el plan de sobornos a militares franquistas diseñado por Hoare, maniobra concluyente para evitar la entrada de España en la guerra al lado de Alemania, tal como defendían con tanto fervor los falangistas. La neutralidad española fue decisiva para que los británicos pudiesen controlar el Mediterráneo.

Ya antes de terminar la guerra, el Reino Unido empezó a cobrar las deudas contraídas por Franco a cambio de las ayudas recibidas. Ello favoreció la remodelación y ampliación de la pista de aterrizaje, proporcionó parte del abastecimiento necesario para la flota aliada en aguas españolas de la bahía de Algeciras y facilitó los preparativos y desarrollo de la Operación Torch.

Ante los progresivos reveses en la guerra, Franco fue distanciándose de las potencias del Eje, con las que seguía endeudado económicamente, y se acercó a los aliados, dejando entrever una hipotética restauración monárquica en España para contar con la aceptación, principalmente, de británicos y estadounidenses. Esta adaptación camaleónica del régimen le permitió resistir ante situaciones muy adversas y lograr un precario equilibrio con la comunidad internacional. Sin embargo, la relación con el Reino Unido se quebró con la visita a Gibraltar de Isabel II en 1954.

A partir de ese momento, el posicionamiento político-estratégico de Franco con respecto a la colonia cambió. La recuperación de Gibraltar pasó a ser el primer objetivo de la política exterior del Régimen y empezaron a aparecer fricciones y reproches que propiciaron un período de animadversión mutua. En el caso británico, una animadversión a Franco alimentada desde Londres y Gibraltar durante años para difuminar las ayudas prestadas desde la colonia para el éxito del golpe y el triunfo en la guerra.

Es evidente la hipocresía mostrada por los gobiernos británicos y las autoridades gibraltareñas en el tema de la Guerra Civil española, que no solo ha engañado durante años a la ciudadanía española, sino que también ha confundido de forma manifiesta a sus propios conciudadanos.

A estas alturas, debemos insistir en que ya no caben dudas acerca de la injerencia británica en la guerra ni sobre el rechazo de su Gobierno a la Segunda República; y esto, con el valioso enclave militar británico de Gibraltar como fondo, fue determinante para el devenir histórico de España, favoreciendo al Dictador tanto en el transcurso de la Guerra Civil como en la consolidación del régimen franquista.

Esta ardua y complicada línea de investigación inspira el libro Franco en Gibraltar, marzo de 1935. Antecedentes, desarrollo y consecuencias de una conspiración silenciada. Y, en muchos aspectos, las indagaciones permanecen abiertas.

Artículo publicado en el número 54 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (abril de 2021).

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