Gibraltar | Crisis del coronavirus

Gibraltar, a cara descubierta

Un ciudadano pasea por las calles de Gibraltar sin mascarilla, este domingo

Un ciudadano pasea por las calles de Gibraltar sin mascarilla, este domingo / Efe

Gibraltar es, desde este domingo, un oasis en el planeta Covid. Los más de 33.000 habitantes de la Roca y los muchos campogibraltareños (sobre todo linenses o residentes en La Línea) que traspasan a diario la Verja ya no necesitan llevar mascarilla cuando caminan al aire libre. No hay toque de queda. Y los bares abren hasta la madrugada. El Peñón ha llegado a lo más cercano que está alguien de la ansiada nueva normalidad. Lo ha logrado después de vacunar a más del 70% de su población, de alcanzar eso de la inmunidad de grupo que parecía una quimera, pero que el Gobierno que encabeza Fabián Picardo ha logrado antes que ningún otro.

El miedo de hace apenas unas semanas -cuando en ese territorio británico que aún se prepara para afrontar los últimos coletazos del Brexit soportó un segundo confinamiento especialmente duro- da paso a la esperanza. A una ilusión que a este lado de la aduana se observa con una inabarcable dosis de envidia, pero que el que más y el que menos en el Campo de Gibraltar está decidido a compartir siquiera durante unas horas. Es algo muy parecido a viajar en el tiempo. A [casi] regresar a febrero de 2020. De hecho apenas quedan diez casos activos en su territorio.

No todas las tiendas están cerradas en Main Street en la mañana de este domingo 28 de marzo, que tuvo su prólogo en una velada [pocas veces más subrayable el nombre] boxística de primer nivel que acabó de madrugada. El cambio de hora provoca retraso en la llegada de los linenses que suelen aprovechar el fin de semana para comprar tabaco, alcohol o perfumes, sobre todo ahora que pueden entrar en Gibraltar con relativa normalidad. El retraso, que no la renuncia, porque ahora el Peñón le brinda la oportunidad de pasearse por la calle sin mascarilla. Una imagen, por muy extraña que parezca esta afirmación, que impacta, que resulta casi pintoresca, después de tantos meses con las caras escondidas para burlar al coronavirus.

Casi todos los paseantes, sin embargo, sí que portan mascarilla. Unos pocos, casi todos españoles, puestas al uso. Otros debajo de la barbilla o en el codo, a modo de bolso. Y es que para entrar en los bares y en las tiendas sigue siendo imprescindible. “Qué bien pasear así “¿no brother?” intercala en el saludo uno de los dos yanitos de pura cepa que se cruzan a la altura de la plaza del reloj, allí donde para el autobús. El mismo en el que si te dan el cambio de euros en libras deja la sensación de que te ha costado casi más haber ido a Gibraltar que volar a las Maldivas.

En los lugares a cubierto las cosas no han cambiado tanto. Bueno, no han cambiado casi nada. Dependientes de las tan visitadas farmacias (donde se consigue a bajo precio un sucedáneo de Viagra que luego es revendido en España con notable plusvalía), bares, restaurantes y establecimientos de todo tipo siguen con una doble protección porque “no se sabe” quién puede llegar al local. "Es mejor así ¿sabes?", sostiene una camarera sanroqueña que no termina de fiarse de la situación.

Restauradores y comerciantes confían en que esta desescalada exprés relance su economía, salvada por el Ejecutivo local en los momentos más delicados no sólo con ayudas directas, sino abonando los sueldos de sus empleados mientras estos estaban confinados. “La gente va a venir aunque solo sea por poder pasearse sin mascarilla”, asegura Joseph, que por más que se empeña en repetir hasta tres veces su apellido, se queda en Joseph.

“¿Miedo a una nueva ola?” replica casi como si se sintiese ofendido. “Aquí ya estamos casi todos vacunados y los trabajadores transfronterizos también, así que es difícil que nos contagiemos”, defiende con ahínco, enfundado en una camiseta de la selección local de fútbol, esa que se pasea por media Europa para representar a la GFA. “Estamos más orgullosos de nuestra Sanidad que de nuestros futbolistas”, agrega riendo. Y es que los gibraltareños tienen motivos para sonreír. Y uno de ellos es que esa sonrisa ya es visible en sus calles.

 

 

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