Balance | Festival de cine de Sevilla

Giraldillos entre churras y merinas

  • Un palmarés sensato y conservador no camufla una de las secciones oficiales más flojas y desconcertantes de los últimos años, tampoco la deriva maximalista y transversal de un festival al que cuesta encontrarle una línea editorial clara.   

No había este año en la abultada, esquizofrénica y desconcertante sección oficial ninguna película deslumbrante o incuestionable, tampoco ninguna mejor que Close, de Lukas Dhont, Saint Omer, de Alice Diop, ambas ya sancionadas en Cannes y Venecia, o A couple, del veterano Frederick Wiseman, la más radical de las tres y que se va de vacío.

No queda pues sino estar con el jurado, sensato y conservador como tal vez no podía ser de otra manera ante la selección (veinte títulos donde se confunde la diversidad con el caos o el cajón de sastre intergeneracional, de Sokurov a Ayub, de Ocelot a Quivoron) más floja que recordamos en años. Saint Omer y Close son las justas merecedoras de los principales premios, que salpican de paso a Diop con el Giraldillo al mejor guion y al debutante Eden Dambrine como mejor actor, aunque se deja sin recompensa a la que, a nuestro juicio, es la mejor interpretación femenina, la de Guslagie Malanga en Saint Omer, que aguanta el plano y el gesto sometida al escrutinio implacable de la cámara. A su lado, la iraní Zar Amir Ebrahimi, ganadora ex-aequo por su papel de intrépida periodista a la caza del asesino en Holy Spider, tiene mucha menos entidad y presencia, aunque la inercia de Cannes parece haberse impuesto como recompensa para la cinta más abiertamente de género de la competición. De la joven Julie Ledru, protagonista de la floja Rodeo y también premiada, sólo podemos decir que soporta ella sola todas las escenas del filme y tiene todo el futuro por delante. 

No nos divertimos, escandalizamos ni bailamos tanto en la desigual fiesta queer-perfomativa de Rodrigues en Fogo-fátuo, pero se entiende perfectamente que el jurado le haya hecho hueco en el palmarés con un Premio Especial compartido con Close. La diversidad y las cuotas han llamado definitivamente a las puertas de los programadores y jurados de todo el mundo, y en ocasiones parecen marcar una agenda que encuentra poca resistencia desde dentro. También se comprende que Pietro Marcello, ya premiado aquí por la mucho mejor Martin Eden, se lleve el Giraldillo a la mejor dirección por Scarlet. Nada que objetar a los premios técnicos: Mauro Herce, responsable de la fotografía retro de Matadero, es uno de nuestros mejores y más reconocidos profesionales del ramo; y el montaje de Los hijos de otros es una de las principales virtudes de un filme que fluye disimulando algunas carencias de escritura. Con todo, Close nos sigue pareciendo la película mejor montada y sus escenas las mejor medidas de toda la sección. La mejor, en definitiva.

Del palmarés de Nuevas Olas, que bien podría ser una sección oficial de verdadera apuesta de futuro si ésta no estuviera sujeta a tanto escaparate y tanta componenda (equilibrios imposibles entre países, autores, géneros, distribuidoras, etc.), no queda sino lamentar la elección de Aftersun, película de segunda mano demasiado promocionada por el propio festival como caballo ganador, en la categoría de ficción, donde una cinta como Human flowers of flesh, de Helena Wittmann, se nos antoja la más fina y elegante de cuantas hemos visto. Más contentos nos pone el premio de no-ficción para De Sousa Dias y Schäefer por Viagem ao sol, que confirma que memoria y materia deben ser siempre aliadas en la reconstrucción de la Historia a partir del archivo.

Pasada la pandemia y sus limitaciones, el festival retoma así su camino de crecimiento más cuantitativo que cualitativo, con esa imparable y ascendente inflación de títulos que hace materialmente imposible separar el grano de la paja en horarios cómodos o flexibles. Cienfuegos y su equipo han implementado también mucha actividad paralela y burbujeo periférico, no se sabe si en un intento de disimular la mala cosecha anual y los inciertos criterios de selección o de dispersar el foco de lo que a algunos todavía nos interesa realmente, que es ver buen cine con o sin co-producción europea (aunque siempre mejor Apichatpong que Diaz). Muchos invitados, mucha estrella mediática metida con calzador (Bayona, De la Iglesia), mucho preestreno, mucho café descafeinado, mucho seminario y muchas presentaciones y encuentros, pero no tanto una línea editorial clara (churras y merinas pastando en el mismo prado), un ciclo o retrospectiva verdaderamente potente o que dé a conocer a alguna figura por ver y reivindicar, un homenaje digno y obligado a Godard, al que se lloró tanto el día de su muerte hace apenas un mes, un libro o una publicación que nos deje algo sólido para el estudio o el recuerdo.

Se dirá que nos repetimos con nuestros argumentos de siempre, pero sólo basta mirar la programación o los ciclos del festival de Gijón que arranca este mismo fin de semana para darse cuenta de que programar y diseñar parrillas no es sólo una cuestión de cantidad, transversalidad o tamaño.

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