La suficiencia, pecado capital

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Castigo La Balompédica perdona en el primer tiempo, se relaja tras adelantarse en el marcador y firma unas tablas que le alejan del título Goles Alberto Merino hace el uno-cero y Arturo iguala Exitazo Más de ocho mil almas se reúnen en el Municipal

Pagola y Alberto Merino se desesperan, mientras jugadores de La Unión festejan el tanto del empate.
Pagola y Alberto Merino se desesperan, mientras jugadores de La Unión festejan el tanto del empate.
Rubén Almagro/ La Línea

16 de abril 2012 - 05:02

Está escrito. La confianza mata al hombre… y a los equipos de fútbol. El mismo domingo que la hinchada de la Balompédica había subrayado con el sueño de ver a su equipo auparse al liderato se tradujo poco menos que en la renuncia tácita al título de campeón de grupo. Todo por culpa de un empate con mucha malaje ante un rival insípido. Un resultado injusto, por cuanto los de Rafa Escobar disfrutaron de infinidad de oportunidades para marcar, pero que también entraña una gran dosis de castigo merecido. A fin de cuentas en este bendito deporte no cotizan los méritos, sino los goles.

La Balona de ayer no fue, o mejor no lo fue después del primer gol, el equipo de jornadas precedentes. Cuando se encontraron con el marcador a favor los linenses perdieron la voracidad que les define, el sentido de la anticipación… sus señas de identidad en definitivas. Vale que el viento no es el mejor compañero de viaje en el Municipal, pero en peores condiciones han desarbolado los de Escobar a rivales mucho más cualificados que el de ayer.

Los de La Línea pecaron de una suficiencia incomprensible para un equipo que tiene grabado a sangre y fuego en su ADN que su forma de supervivencia es correr más que el rival. Morir por cada balón como si fuese el último. Algunos de sus futbolistas desaparecieron tras el descanso del terreno de juego. Y su entrenador no estuvo precisamente fino con los cambios. Lo peor de todo es que unos y otro eligieron el peor día para hacerlo. Porque la iniciativa de la directiva de poco menos que regalar las entradas en Preferencia permitió que el Municipal presentase un aspecto envidiable, impropio de esta Segunda B en la que en la mayoría de los campos cuesta reunir a cuatro gatos que se pueden contar con los dedos de una mano. Ocho mil almas acudieron dispuestas a disfrutar y se marcharon a casa decepcionadas y cabizbajas.

Era difícil predecir que la Balompédica iba a entrar en punto muerto viendo los primeros minutos de su batalla con ese equipo nómada al que se localiza por La Unión. Copi puso a prueba a Emilio tres veces en cinco minutos y a la retaguardia enemiga se le veía inquieta, como si se supiese vulnerable. En el 12' sería Romerito el que lo intentaría.

Los murcianos tenían muy, pero que muy claro, cuál era su guión. Agarrarse a la defensa y a una contra… y rezar. En el 17' tuvieron la suya, pero Pagola desbarató con un paradón en un cabezazo de Tito.

Y en el 22' llegó por fin el gol. En una jugada extraña, porque pudo existir penalti sobre Bello, el esférico le llegó a Alberto Merino en un costado. El veteranísimo centrocampista, que estaba como si pasase por allí de casualidad, soltó un pelotazo cruzado que Emilio sólo pudo ver pasar.

Durante la celebración del tanto alguien debió encontrar el interruptor y apagó la ambición de la Balona, que parecía creer que ya había ganado.

La chispa local desapareció hasta tal punto que en lo que quedaba de primera mitad el equipo de casa sólo llegó, lo que se dice llegar, una vez. Fue en un disparo de Francis, preñado de intención, que abortó con los pies el guardarredes visitante.

Poco a poco La Unión había logrado su objetivo. Había arrastrado a la Balona a su fútbol falto de chispa. Y los albinegros no encontrarían el antídoto para sacudirse ese contagio en lo que restaba de tarde. Ojo que no era sólo una cuestión de implicación, sino un dilema futbolístico que fue incapaz de resolver. Colgar y colgar balones frontales con dos centrales crecidos sonaba a fútbol sin argumentos. A algo que no suele hacer esta Balona.

El excadista Barrancos avisó en el 46' de que su equipo no renunciaba a hacer lo que para La Unión era una gesta. Después Bello (48') y Francis (52') buscaron portería y Ocaña (54') mandó un centro que no encontró rematador.

Era uno de esos partidos que dejan la impronta de que uno de los equipos está perdonando tanto que acabará por pagarlo. Y sucedió. En el 63', tras una falta lateral y una extraña carambola, Arturo agarró un disparo que recordaba bastante al de Alberto Merino e hizo diana.

El resto fue un quiero y no puedo por parte de la Balompédica. Rafa Escobar hizo tres cambios dificilísimos de digerir. No se entiende demasiado que un equipo que se queda huérfano de fútbol no eche mano de Ximo Forner. O en el caso contrario, qué puñetas hace el valenciano en el banquillo. Por no hablar de la actitud de algunos de los que entraron, que parecieron hacerlo a desgana.

El fútbol concedió la última a los de casa. Un zapatazo de Ezequiel no lo atrapó Emilio pero Juampe Rico cabeceó en vez de rematar con el pie y el meta visitante pudo rehacerse.

El público despidió a sus hombres con aplausos. Más como reconocimiento a una temporada histórica que a noventa minutos atragantados. El título se escapa, pero ahora queda pelear por la segunda plaza. Lo peor no es que se haya escapado. Lo triste es que lo haya hecho ante un rival con tan poco contenido.

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