El otro partido del Socuéllamos - Algeciras CF

Un 'mini' Mirador en el Paquito Giménez

  • Medio millar de algeciristas invade el campo del Socuéllamos, con el que se despide entre aplausos

La celebración del Algeciras tras 'invadir' el Paquito Giménez.

La celebración del Algeciras tras 'invadir' el Paquito Giménez. / Erasmo Fenoy

Lo que el algecirisimo vivió en el Paquito Giménez, en el antes, el durante y el después, se puede contar de mil maneras distintas, pero créanme si les digo que se antoja inenarrable en comparación con los infinitos sentimientos que inundaron el campo del Socuéllamos tras el pitido final. Porque hubo invasión, pero pacífica, y una despedida entre aplausos que dignifica a ambas aficiones.

La afición del Algeciras cumplió una vez más. ¿Quién lo dudaba? A estas alturas no importa la Feria, el calor ni la distancia. A la primera oleada de seguidores que llegó el sábado a varios puntos de la Mancha, el grueso de la legión algecirista, el cuerpo de élite comenzó a asomar por la explanada trasera del Paquito Giménez. A las 9:00 de la mañana varios centenares aguardaban el autocar del Algeciras. Muchos habían ido llegando al alba en autocares o vehículos. Cuando apareció del equipo de Emilio Fajardo gente y bus se fundieron en uno entre cánticos. El conductor avanzó hasta la puerta del estadio, donde los futbolistas bajaron para subir en esa nube que solo ellos pueden explicar.

La hinchada se situó en su zona, en una grada supletoria detrás de una portería. Allí plantaron las banderas, con la de "cumplamos el sueño" como estandarte grande. Aquello ya era suelo algecirista. La parroquia del Socuéllamos llegó poco a poco, sin hacer mucho ruido. El campo no se llenó. Unas 2.500 personas, según la Guardia Civil, y medio millar de algeciristas. La cordialidad del club anfitrión fue ejemplar con los medios de comunicación algecireños: sombrilla, agua y todo tipo de facilidades.

A pesar de que el duelo empezó caliente y tuvo varios momentos de mucha tensión, alguno también en las gradas o con el incontenible capitán Iván, el sentido común imperó y la deportividad se apoderó de la fiesta final. Desde megafonía pidieron, rogaron incluso, que se invadiese el terreno de juego tras el pitido final, a lo que el fondo replicó con cánticos de "invasión, invasión". No hizo falta alzar la voz porque tras unos instantes de celebración sobre el césped, las fuerzas de seguridad permitieron el natural e inevitable momento de catarsis rojiblanca. Abrazos, lágrimas, manteos, más abrazos, de conocidos y desconocidos, jugadores, directivos, técnicos...

Emotivo fue el instante en el que Ricardo Alfonso Álvarez reconoció a Emilio Fajardo, quien a su vez le daba las gracias por haberle dejado culminar el trabajo. Luego llegaron los baños de agua, los que se pintaron el pelo (los que podían) y los bailes en el vestuario. A pocos metros, el Yugo Socuéllamos encajaba la derrota con esa envidia sana del que lo vio tan cerca. Ánimo y fuerza a los ya amigos de Ciudad Real porque hace apenas un año el Algeciras era el que estaba en el otro lado del ring en Ibiza. El fútbol, conviene no olvidarlo, es una rueda y no nunca para.

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