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Copa del Rey
La Balompédica despertó anoche, de golpe, del hermoso, hermosísimo sueño copero del que había hecho partícipe a toda la ciudad. El equipo albinegro, que empezó el partido de lujo, acabó sacando a relucir ese complejo de inferioridad del que hace gala cada vez que ve un tipo de amarillo por delante y el Cádiz se llevó con justicia -pero también con esa pizca de suerte que hace falta en este tipo de encuentros- el gordo para Carranza. De por medio un arbitraje calamitoso de un trencilla incapaz ayudado, es un decir, por dos personajillos bandera en mano. Pero a los que sería de una bajeza incalculable culpar de la derrota.
La centenaria Balona acarició ese milagro en el que va a terminar por convertirse verla ganar al Cádiz antes de que acabe el próximo milenio. Se adelantó en el marcador, se sujetó en Mateo para llegar por delante a la caseta, pero la fragilidad defensiva que le persigue y el miedo escénico terminaron ajusticiándola ante ocho mil almas que le empujaban para llegar a la tierra prometida. Al final, cuando la raza pudo a la razón, cuando a esta Balona tan cogida con alfileres le salió la vena de Recia, Aulestia se constituyó en pesadilla y abortó lo que pretendía ser, como poco, una cabezadita más de media hora.
Curiosamente los linenses se sacudieron los miedos y comenzaron con desparpajo, arriconando a un Cádiz tuvo que reconstruir su defensa por la pronta lesión de Óscar Rubio. Y que, además, parece jugar sin patrón y fiarlo todo a la calidad individual de sus gentes. Que es muchísima.
Los albinegros empujaban con todo. En el 10' Copi avisó de sus aviesas intenciones con un cabezazo que se marchó fuera por poco. Y en el 14' el algecireño sacó una vez más a relucir esa condición de trilero del área, se acomodó un centro de Óscar Martín y la colocó fuera del alcance de Aulestia. Uno-cero. Y estallido de júbilo.
El Cádiz estaba gripado. No daba señales de vida. Era incapaz de reaccionar. Y la Balona aún mostraba voracidad. En el 19' un centro-chut de un Juampe que definiticamente está en estado de gracia se envenenó y se paseó por el área pequeña sin encontrar rematador.
Parecía que el partido se tumbaba hacia un lado. Sin embargo con un fútbol directo, a base de buscarle la espalda a la defensa, el Cádiz puso de manifiesto que si no se le remata, siempre vuelve. Hasta tres ocasiones claras tuvo antes del descanso el equipo de Antonio Calderón, que no tiene fútbol, pero sí dinamita arriba.
Juan Villar pudo empatar en un mano a mano con Mateo, pero el jimenato calcó el paradón de aquella primera noche en Marbella. A renglón seguido el guardavallas abortó otra clarísima de Juan Machado y a nueve del descanso el conjunto visitante tuvo la tercera, con los mismos protagonistas e idéntico desenlace.
Gracias a ese momento brillante de Mateo la Balona se fue ganando al descanso. Pero, aunque parezca imposible, comenzó la segunda parte con empate. No habían transcurrido cuarenta segundos cuando un desajuste defensivo propio de un equipo que retorna al césped sin la concentración que se le exige permitió a Kike, en el primer balón que tocaba, reestablecer las tablas.
A partir de ese momento a los de Rafa Escobar se le aparecieron todos los fantasmas que le minimizan en estos derbis provinciales. La Balompédica se acomodó atrás fiándolo todo a la contra. Intimidada. Como si esperase el tiro de gracia. Y lo peor de todo, como si subiese que éste iba a llegar.
El Cádiz fue llevando poco a poco el partido hacia donde quería. Más áspero. Más seco. Menos fútbol. Que no deja de ser muy triste con la plantilla que tiene, pero que es una vía como otra cualquiera para ganar. Los de Calderón consiguieron sacar de sus casillas a más de uno de los de casa.
Los amarillos tenían el balón. Y en el 75, otro error en cadena atrás. Kike la puso en el segundo palo donde Airam Cabrera, inadmisiblemente solito, hizo el uno-dos.
El banquillo albinegro replicó con dos cambios y una defensa de tres, que después fueron dos. Y el del Cádiz empezó a tirar de oficio. Dejó el partido absolutamente en punto muerto. Desesperante para la grada, pero nada que no haga todo hijo de vecino cuando cuando va ganando fuera un partido de Copa. Eso sí, con una inaceptable complicidad de un árbitro miserable que acabó expulsando a Rafa Escobar por recriminarle lo que veía todo el estadio menos el propio García Maqueda.
La añeja Balona, que no había lanzado entre los palos más que una vez en toda la segunda mitad, se la jugó a una carta. Literalmente los de casa murieron con las botas puestas. Juampe lo intentó desde la frontal (84') y apareció Aulestia. En el 84' José Ramón lo intentó con un disparo cruzado que besó el poste. Por enmedio el del Tarifa rodó por los suelos, pero da la sensación de que tiene que pasar algo más para que haya penalti.
Y lllegó el 95'. Mateo, que había subido a rematar, cabeceó una falta botada por Copi y cuando el grito de júbilo había comenzado a gestarse de ocho mil gargantas que coreaban con fe el 'sí se puede'... apareció Aulestia. En el rebote pudo marcar Ismael Chico, pero el balón no quiso entrar.
La afición despidió a los suyos con emocionados gritos de 'Balona Balona' y en muchos casos, con lágrimas preñadas mitad de orgullo, mitad de decepción. Los grandes tendrán que esperar para poder verse las caras con la Balompédica. Otro año será.
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