Fútbol | Mundial de Qatar 2022

Marruecos-España: el día que África quedaba al otro lado de la calle en Algeciras

  • La comunidad marroquí vive con entusiasmo el desarrollo y la clasificación de su selección en la Acera de la Marina y el Barrio de la Caridad

  • Los españoles, en pequeños grupos, apenas se hacen notar en el centro de la ciudad 

Ambiente en uno de los bares de Algeciras donde se seguía el Marruecos-España / R. A. / E. F.

El fútbol, o eso se deduce, tiene más poder que la fuerza de la naturaleza y la política. El España-Marruecos del Mundial de Qatar parece hacer desaparecer durante un par de horas los 14 kilómetros de mar que separan Algeciras del norte de África. No hace falta ni el tan anunciado túnel del Estrecho que nunca se construye ni un cataclismo. Basta con que un balón eche a rodar a más de 7.500 kilómetros de distancia. Mientras los pubs de la calle Trafalgar acunaban a pequeños grupos de españoles que se limitaban a seguir con la mirada el desarrollo del juego, a muy pocos metros, tanto en los locales de la Acera de la Marina como en el Barrio de la Caridad, se apilan en torno a las televisiones grupos muy numerosos, pero mucho, de marroquíes. Casi todos enfundados en camisetas de su país. No cesan de cantar y animar a los suyos. Como si estuviesen convencidos de que esos gritos pudieran llegar a los jugadores. A esos jugadores que a estas alturas ya se han ganado el título de héroes.

Las dos plantas de la Cafetería Omniya aparecen desde muchos minutos antes del arranque del choque absolutamente atestadas. Decenas y decenas de marroquíes tienen, incluso desde la puerta, los ojos incrustados en las televisiones. En el caso de las mujeres, la apabullante mayoría, especialmente las más jóvenes, con el pelo al descubierto. Las paredes están salpicadas de banderas rojas con estrellas verdes de cinco puntas. En las mesas zumos, vasos de té llenos de hierbabuena, algún café y mucho Nestea.

Cuando suena el himno marroquí el sonido se vuelve atronador. Las gargantas se hinchan llenas de orgullo para entonar su letra. Al himno español le acompañan silbidos y abucheos. “No os enfadéis ¿vale? Esto es fútbol”, media uno de los presentes.

En la Peña Camarón, en esa zona que Alberto Pérez de Vargas defiende con vehemencia que no se debe denominar Barrio de la Caridad, el ambiente es muy similar. “¿Podemos hacer unas fotos?” pregunta Erasmo Fenoy. “Sí, pero espera, que algunos clientes que no quieren salir, entiéndelo”. Por el contrario algunos de los presentes extienden las banderas y colocan a sus hijos en zona preferente para que salgan en la imagen. “Si perdemos que sea con España”, desliza con aire de complicidad uno de los que regresa al local al ver salir a los informadores, a manera de despedida.

El entusiasmo contagioso de los norteafricanos, ese que parece que solo se exterioriza cuando se está fuera de las fronteras propias, contrasta con la indiferencia con la que se sigue el desarrollo del juego ya en la zona alta de Algeciras. La única bandera de España la lleva, a modo de túnica, un chaval que camina a paso ligero. Otros cuatro que están en una terraza la tienen pintada en sus mejillas. Y sanseacabó.

En los pubs, en algunos restaurantes que aún siguen abiertos y en las terrazas apenas se visibilizan pequeños grupitos que tienen pinta de llegar rebotados de los almuerzos de empresa y que, en la mayoría de los casos, igual podrían estar viendo a España en octavos de un Mundial que un Sierra Leona-Serbia de carácter amistoso. En las mesas, gintonics.

De vuelta a la zona baja, algo más de ciento veinte minutos vividos con enorme tensión. Salpicados de uys. De cánticos. Y llega ese momento de los que dicen saber de esto denominan lotería. Y Yassine Bounou (el portero del Sevilla Bono) conduce a la gloria a todo un país. El estallido de júbilo hace temblar las paredes. Impresiona. Y empiezan las lágrimas, los abrazos, las miradas de complicidad. Se desborda esa alegría instantánea y colectiva que solo proporciona el fútbol. Es solo el comienzo de una tarde que se promete muy larga. Con banderas, bocinas, bengalas de humo, la comitiva pone rumbo hacia la Plaza Alta. Pero esa ya es otra historia.

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