Los sueños de Einstein | Crítica

Poesía de la ciencia

  • Asteroide publica el ya clásico libro de Alan Lightman donde el científico estadounidense imaginó los sueños del joven Einstein antes de concebir su famosa teoría de la relatividad

Alan Lightman (Memphis, Tennessee, 1948).

Alan Lightman (Memphis, Tennessee, 1948).

Desde los filósofos presocráticos y desde el poeta Lucrecio, el gigante que transmitió en hexámetros inmortales las enseñanzas del maestro Epicuro, sabemos que los vértigos del átomo y las paradojas del tiempo son un terreno fértil para la siembra de la literatura perdurable. Los sueños de Einstein (1993) podría inscribirse en esa tradición a la que el narrador y científico Alan Lightman aporta una delicada mezcla de especulación y puro amor a las cosas, a las gentes de todas las edades y condiciones, desmintiendo el tópico que atribuye a los hombres de ciencia una mirada fría y aséptica sobre los fenómenos de este mundo. Que ya sabemos que no es el único de los posibles. De esto, precisamente, de la variedad de mundos que cabe imaginar, si jugamos con el concepto del tiempo, trata este delicioso libro de Lightman donde el autor recurre a la figura histórica del padre de la teoría de la relatividad –“un joven de veintiséis años”, empleado en la oficina de patentes de Berna– para atribuirle una serie de ensoñaciones que recuerdan los cuentos metafísicos de Borges o de Calvino, fantásticos o surrealizantes y a veces muy líricos, con cierto aire costumbrista que le da al conjunto una calidez especial. El resultado podría responder a lo que llamamos alta divulgación, pero tanto la calidad de la escritura como la originalidad del planteamiento permiten hablar de verdadera poesía de la ciencia.

Imagen de la cubierta de 'Los sueños de Einstein'. Imagen de la cubierta de 'Los sueños de Einstein'.

Imagen de la cubierta de 'Los sueños de Einstein'. / Antonio Terlizzi

Los ‘viajes’ de Einstein recrean con brillantez, ternura e ironía la infinidad de mundos posibles

Los sueños de Einstein en noches sucesivas aparecen acotados por las noticias de contexto que ofrecen el prólogo, el epílogo y los interludios, Suiza, la primavera de 1905, el hermoso paisaje alpino, el río Aar, el buen amigo Besso, la esposa Mileva, las investigaciones que lo tienen abstraído, absorto en su trabajo visionario. Desde la primera noche, una variación del mito del eterno retorno, los viajes recrean con brillantez, ternura e ironía las consecuencias que se derivarían de la ruptura de la linealidad en decenas de improbables escenarios donde no habría más que presente o podríamos desplazarnos al pasado o al futuro o viviríamos suspendidos o eternamente. En el tiempo, escribe Lightman, hay una infinidad de mundos. Conmueve el retrato del modesto genio de provincias que abrió la puerta a tantas realidades insospechadas.

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