Spinoza. En busca de la verdad y la felicidad | Crítica

Pensamiento en imágenes

  • Philippe Amador traslada al cómic, en un empeño encomiable, las reflexiones de Spinoza

Monumento a Spinoza en Ámsterdam.

Monumento a Spinoza en Ámsterdam.

El intento de popularización de la filosofía, competencia tradicional del mindfulness y otras recetas de nuevo cuño contra la ansiedad y los desórdenes del espíritu, ha llevado en los últimos años a copar las mesas de novedades con libritos bien intencionados, dirigidos al público en general, donde se explica en román paladino qué significan los principales conceptos del pensamiento occidental y se intenta reducir a esquemas sus oscuridades fundamentales. Aunque el torrente de títulos de divulgación venga avalado por motivos razonables (todo hijo de vecino filosofa en su fuero interno, nos recuerda Ortega, ya sea refinadamente o a lo bruto, "de modo culto o salvaje"), hay que aprender a distinguir el grano de lo que no lo es y tratar de discernir los intentos de verdadera enjundia pedagógica de las ocurrencias del tertuliano radiofónico que sólo busca tajada. Uno de los últimos géneros en sumarse al cotarro ha sido el cómic; tiempo atrás, reseñábamos ya aquí la muy estimable Gran Historia visual de la filosofía, de Tanaka y Saito, que recomendábamos como puerta de acceso a algunas de las cuestiones más espinosas de la biografía de nuestras ideas, y otro tanto queremos hacer hoy con este Spinoza de Philippe Amador.

No es trivial que Spinoza haya sido el elegido, entre la amplia cartera de filósofos de que disponen los manuales, para comparecer ante una audiencia masiva. Como bien subtitula Amador, el autor de este esforzado ensayito en imágenes que recorre algunas de las principales líneas argumentales de la obra del holandés, él tomó como objeto de su labor permanente "la búsqueda de la verdad y la felicidad”, lo que le convierte en actualísimo y de un valor primero para todos aquellos descarriados que hoy, entre los diversos quebrantos de la posverdad, el transhumanismo y las redes sociales, reclaman sus dosis tanto de una cosa como de la otra. Spinoza es uno de los pocos pensadores modernos en los que pervive el nervio atávico de la filosofía, lo que la animó en su origen y alumbró las especulaciones de Sócrates, Epicuro, cínicos y estoicos: hacer del pensamiento una luz y un báculo, ayudar al hombre a comprender y dirigir su vida, a dibujar con ella una silueta armoniosa y donde se reconozcan cabeza, tronco y extremidades, en vez del garabato azaroso que deja el viento en la arena, la hoja al ser arrancada de su árbol.

Una imagen del libro. Una imagen del libro.

Una imagen del libro.

Consciente de la enormidad de su tarea, Amador, más que presentar una panorámica escolar, prefiere ceñirse a las propias palabras del maestro y sigue paso a paso uno sus textos capitales: el Tratado de la reforma del entendimiento. Trabajo inconcluso, hallado en los cajones sólo tras su muerte y publicado por primera vez en las Opera posthuma de 1677, el Tractatus es considerado unánimemente una de las vías de acceso preferenciales a la cosmovisión del autor y un prólogo más o menos cómodo a los rigores de su monumento mayor, la Ética demostrada según el orden geométrico. Colocándola, por delante y por detrás, entre una serie de precisiones biográficas y un resumen totalizador de su filosofía (hasta donde ello es posible), lo que Amador ofrece es una paráfrasis, bastante medida y exacta por cierto, del contenido del Tratado, deteniéndose para explicar sus puntos más oscuros e intentar ilustrar al lego en el verdadero alcance de sus fórmulas. Se abordan así, con claridad expositiva variable, asuntos que van desde la distancia de los valores relativos (riqueza, goce, popularidad) al bien supremo, hasta las condiciones de una definición correcta, basada en la objetividad de las ideas, pasando por los marchamos que identifican a las ideas ficticias o dudosas.

Teniendo en cuenta que se enfrenta a algunas de las reflexiones más alambicadas y recias de nuestro acervo intelectual, que exigen dotes de atención y refinamiento (la última frase de la Ética es: "pues todo lo excelso es tan difícil como raro"), no es de extrañar que en ocasiones las capacidades de Amador flaqueen y reclamen de su lector cierta sofisticación filosófica que no sé si poseerá. En cualquier caso, se trata de un empeño encomiable y de mucho interés que aconsejamos como introducción a la lectura del propio libro de Spinoza tout court, y un modo más o menos asequible, aunque arduo en ocasiones, para iniciarse en una de las obras cumbres del pensamiento que nos ha convertido en lo que somos.

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