Rosa Berbel. Poeta

“Busco una poesía que piense y que no renuncie tampoco a la emoción”

  • La autora explora la "dimensión extraordinaria de la realidad" en 'Los planetas fantasma', en el que parte del imaginario del fantástico y el terror para reflexionar sobre la función del lenguaje hoy

Rosa Berbel, fotografiada esta semana en la Facultad de Filología de Sevilla.

Rosa Berbel, fotografiada esta semana en la Facultad de Filología de Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

"Estaba el mundo a oscuras y nosotras / tuvimos que nombrarlo". Tras su emocionante debut en el panorama editorial con Las niñas siempre dicen la verdad, un libro pegado a la tierra y escrito con ánimo de denuncia, Rosa Berbel (Estepa, 1997) se pregunta ahora por el cosmos y los espectros, convencida de que la poesía también debe "señalar con el dedo a la dimensión extraordinaria de la realidad, a cosas como la magia, el asombro, incluso la devoción". Los planetas fantasma (Tusquets) toma un concepto de la astronomía como premisa para reivindicar como "un gesto político" el "reconocer aquello que escapa a nuestra capacidad de percepción". La autora, residente en Granada, donde termina su tesis doctoral e imparte clases, visitó la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla para presentar esta obra en la que se inspira en los motivos del fantástico y el terror y celebra la poesía como una "máquina poderosísima" para rebautizar y poner cerco con palabras a aquello que nos inquieta.

–Fernando Aramburu aseguraba el otro día que buscaba que cada libro tuviera su personalidad, y usted parece guiarse por la misma filosofía. Son muy distintos estos planetas fantasma a esas niñas que decían la verdad.

–Sí, el primer libro era más realista y este se expresa desde un realismo puesto en crisis. Tengo que confesar que me alivió, con las expectativas que pesaban después de la buena acogida de Las niñas..., ver que el proyecto crecía por un lado distinto, que tenía, sí, otra personalidad.

–Es muy interesante cómo algunas narradoras hispanoamericanas –María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Mariana Enríquez– están reinventando la literatura de terror. Usted se acerca al género desde la poesía.

–Estas autoras están aprovechando ahora algo que siempre ha sido consustancial al terror: explicar los miedos y los horrores políticos de su tiempo, pero están sabiendo poner eso al servicio de una crítica que pasa por el feminismo, por lo decolonial, por perspectivas que habían quedado más orilladas hasta ahora. En mi libro hay alusiones evidentes a casas encantadas o fantasmas, este tipo de motivos, pero el terror en mi caso pasa por la relación con el lenguaje, un lenguaje tensionado, que parece a ratos muy sencillo pero abre caminos o vías para el extrañamiento, para lo misterioso y ambiguo y paradójico. Al final del poemario, la parte más inquietante del conjunto para mí, hay una reflexión sobre el lenguaje que se pregunta qué podemos hacer con él en el siglo XXI.

Rosa Berbel. Rosa Berbel.

Rosa Berbel. / Juan Carlos Muñoz

–En unos versos se pregunta, de hecho: "¿Cómo reconocer poemas de amor / cuando el campo semántico / es antiguo?".

–La génesis del libro, la primera intuición, fue tratar de escribir poemas de amor desde los parámetros del siglo XXI, con la paradoja de que el amor es algo atemporal y transhistórico pero también se adapta muy rápido a los cambios de siglo, a los cambios de sensibilidad. La poesía no puede renunciar al amor en ningún caso, pero no quería perpetuar la sentimentalidad de siglos anteriores, esos esquemas tan rígidos, románticos, heterosexuales, tan convencionales. Los planetas fantasma parte de ahí, de tratar de encontrar el lenguaje en el siglo XXI, y después la propuesta fue evolucionando, entraron otras obsesiones. Más allá de la cuestión del amor, el libro es consciente de cómo todas las crisis que nos asedian hoy tienen en parte que ver con una crisis del lenguaje, y con cómo nombramos las cosas, cómo los conceptos están tan manoseados y tan gastados que han perdido su sentido, y cómo la poesía, que es una máquina poderosísima para inventar nuevas palabras y darle nuevos nombres a las cosas, puede ponerse al servicio de esa urgencia de denominar de otro modo.

"El libro es consciente de cómo todas las crisis que nos asedian tienen que ver en parte con una crisis del lenguaje"

–"La fiesta había acabado para siempre", se lee en el primer poema. ¿Hasta qué punto su escritura dialogó con la pandemia?

–Todos esos poemas que hablan de fiestas fueron escritos durante el confinamiento más duro. En ese momento la fiesta sólo podía existir en pasado o en futuro, porque en el presente sólo se podían hacer celebraciones en la clandestinidad. De modo que para mí la fiesta se convirtió en una especie de campo semántico para lo prohibido, entre lo mítico y lo esperanzador, lo fantasioso. Me atraía retratar ese encuentro de cuerpos que en ese momento no estaba permitido, las comunidades políticas efímeras que se crean en el espacio de la fiesta.

–Quizás por las circunstancias, en el poemario tienen mucho peso las palabras deseo y futuro.

–Hubo una serie de palabras, migajas que iba echando en el camino, que hilaban el sentido del libro, y entre ellas estaban estas dos, muy entrelazadas entre sí. El futuro sólo puede existir desde un abandono absoluto al deseo y a nuestras expectativas, que, en muchos casos, son expectativas eróticas o sentimentales. En todo lo que deseamos hay una proyección inevitable hacia el futuro. Ambos conceptos estaban prohibidos por igual en la pandemia. El libro, en ese sentido, es muy hijo de su tiempo, heredero del gran trauma que ha sido y que sigue siendo la pandemia.

–La suya es una poesía muy vinculada al pensamiento. "Me habéis dejado el suelo", anota en un poema, "lleno de ideas hermosas".

–Yo me pregunto cómo piensan los poemas, con qué patrones y qué herramientas lo hacen. Procuré escribir una poesía que pensara y que al mismo tiempo no renunciara a la emoción ni a los sentimientos. A veces, cuando hablamos de estéticas o corrientes poéticas, encajonamos excesivamente, y parece que la poesía filosófica es una poesía ensimismada, fría, alejada del cuerpo, y la otra, por el contrario, es una poesía que vuela bajo y que no tiene grandes preguntas intelectuales. A mí me interesaba mezclarlo todo y hacer algo impuro, llegar a una poesía abstracta o intelectual que al mismo tiempo estuviera pasada por el cuerpo y por lo emocional.

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