Lara Moreno. Escritora

"La comodidad en la que vivimos se levanta sobre la pobreza de los otros"

  • La autora participa en el Hispalit, el Festival del Libro en Español que acoge Sevilla la semana próxima.

  • Conversará con los clubes de lectura de las bibliotecas sobre su novela 'La ciudad'

Lara Moreno, en una visita reciente a Sevilla.

Lara Moreno, en una visita reciente a Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

Un día, Lara Moreno reparó en que sus novelas –Por si se va la luz y Piel de lobo– se ubicaban en el ámbito rural y pensó en lo urbano como una asignatura pendiente dentro de su narrativa. La escritora, que sí denunció en el ensayo Deshabitar cómo los precios de las viviendas estaban expulsando a la periferia a los habitantes, intuyó entonces "en esa nebulosa en la que estás cuando empiezas a imaginar un libro", una ficción colectiva, un crisol en el que "movería a 150 personas con todas sus historias por la Gran Vía", pero comprobó más tarde cómo entre esa multitud le reclamaban atención tres personajes que acabaron siendo las protagonistas de La ciudad (Lumen), mujeres muy distintas, vecinas del mismo edificio, que coincidían en sufrir algún tipo de violencia: Oliva, una diseñadora que maqueta libros y que empieza a asumir, aún perpleja y paralizada, el maltrato al que la somete su pareja; Damaris, una mujer colombiana que ve cómo la familia para la que trabaja va apropiándose de su tiempo y de su vida; y Horía, que deja Marruecos para ocuparse como temporera en la recogida de la fresa en España. La autora mantendrá el 4 de noviembre, dentro de la programación de Hispalit, el I Festival del Libro en Lengua Española que acoge la Feria del Libro, un encuentro con clubes de lectura de la Red Municipal de Bibliotecas, en el que conversará sobre su nueva obra. Una mirada a "nuestra maravillosa, y lo digo irónicamente, forma de relacionarnos", servida con esa prosa vigorosa y certera con que la creadora vuelca su "estupor" ante el mundo.

Moreno se distancia así de esos retratos de la gran ciudad "que salen en las películas de Godard, ese retrato de la burguesía, vamos a llamarlo así aunque suene antiguo, el de esa gente refinada y culta que nos interesaba de jóvenes. Hoy busco en el cine, en los libros, otras realidades que en apariencia sean ajenas a mí", dice la escritora andaluza, nacida en Sevilla en 1978 pero criada en Huelva. La novela, prosigue Moreno, surge de la idea de que "esa zona de confort en la que vivimos algunos sólo es posible porque hay países enteros sometidos. En el libro hablo de las violencias que afectan a la mujer, de las violencias de la sociedad, pero exploro también cómo, para nuestra propia supervivencia, nuestra comodidad, nuestro bienestar, necesitamos la pobreza del otro. Que alguien recoja las fresas en condiciones penosas, que alguien venga de otro país porque allí es pobre para seguir siendo pobre aquí pero cuidar a nuestras madres y a nuestros hijos".

"En Huelva el drama de los temporeros y la recogida de la fresa no es precisamente un tema de conversación”

"Nuestro puzle es posible gracias a todas estas piezas, lo que ocurre es que algunas de estas piezas son invisibles para nosotros", opina la narradora. La imagen de la cubierta, a partir de una fotografía de Irene Zottola, parece sugerir que esta ficción acabará definiendo a unas mujeres sin rostro. Pero en las entrevistas en las que se ha embarcado por La ciudad, Lara Moreno repite, "porque es mi responsabilidad precisarlo", que "en este libro no le estoy poniendo voz a la gente que no tiene voz. Yo he escrito la novela, y hay un personaje, Oliva, que es blanca, española, que se mueve en un nivel socioeconómico parecido al mío, y yo inevitablemente escribo desde ahí, porque siempre se escribe desde el privilegio, a ver qué ratos de tu día a día va a sacar para ponerse con un libro alguien que anda en otras historias más urgentes", argumenta la novelista. "Soy consciente de que si esta obra se hubiese escrito desde el punto de vista de las otras dos mujeres el libro habría sido muy distinto".

Una de esas figuras que cobró relieve entre la muchedumbre fue Damaris, superviviente del terremoto de Armenia (Colombia) de 1999, que viajaría a España para emplearse en una casa donde cuidaría a dos "reyecitos", Rodrigo y Nicolás, alguien que de tan desposeída "ni siquiera es dueña de sus sueños". Moreno se documentó para este personaje, en parte, gracias a "una madre del colegio de mi hija, con la que coincidí en un paso de cebra, cuando le pregunté si era colombiana y si había sufrido el terremoto. El modo en que tuvimos nuestra conversación es un símbolo de nuestra actitud con los inmigrantes", sopesa. "Porque ¿cuándo me senté yo a hablar con ella? Cuando lo necesité, cuando me di cuenta de que podía contarme algo que me interesaba", analiza la escritora, que añade que Damaris representa a muchas mujeres de Hispanoamérica que "no trabajaban sirviendo en sus países. Ella estaba empleada en un almacén de zapatos, su marido en una estación de bomberos... Su situación allí era precaria, claro, por eso se viene, pero lo cierto es que a Madrid y al resto de ciudades llegan mujeres de América que tienen carreras pero no pueden convalidarlas aquí, y se tienen que dedicar a los cuidados y la limpieza".

"Con el maltrato ocurre como con la inmigración: no queremos verlo, no le prestamos atención”

La ciudad aborda también la recogida de la fresa y las condiciones durísimas –un personaje afirma que los temporeros llevan "la vida de los perros"– en que se hace. "Había que arrancarla en su punto, ni un segundo antes ni un segundo después, porque maduraba muy rápido y porque si la arrancaban antes quedaba verde, no servía", le explican a Horía, que abandona sus raíces para viajar y convivir entre "mujeres asustadas, nerviosas, excitadas, confusas". Moreno, por su origen, parecía predestinada a tratar este sector, "pero si soy honesta la idea me llegó porque mi pareja, el periodista Jairo Vargas, había hecho varios reportajes de las temporeras en Huelva. Yo ya tenía planeado un personaje marroquí en la novela, pero no había pensado meterla en este colectivo, había trazado otro argumento para ella, pero en un momento me dije: Tengo que escribir sobre esto. No queremos ver lo que ocurre en los campamentos, cuando arden y salen en la prensa y nadie hace ni dice absolutamente nada. En Huelva, por ejemplo, el drama de las temporeras no es precisamente un tema de conversación".

Lara Moreno. Lara Moreno.

Lara Moreno. / Juan Carlos Muñoz

La inmigración tiene así un peso importante en la trama "porque ninguna ciudad se entiende sin ella", afirma Moreno, pero fue el personaje de Oliva quien llevó a la escritora por la senda que acabaría transitando. "En el verano de 2018 me senté a escribir el libro e hice el primer capítulo con ella. Había previsto que tendría problemas con la custodia compartida, problemas también de dinero, y había trazado que andaba en una relación conflictiva", recuerda la narradora y también poeta, que reunió su poesía completa en el volumen Tempestad en víspera de viernes. "Pero en ese comienzo, Oliva estaba en una situación de terror, con gritos y violencia en su casa. Sale corriendo y se encuentra con la policía porque los vecinos han llamado para denunciar los ruidos. Y me di cuenta de que había empezado a contar una historia de maltrato por dentro. Entonces tuve claro que debía exponer que no hay ninguna historia de amor donde quepa el maltrato, donde quepa la violencia. Que el amor y el maltrato no pueden compartir espacio, no pueden estar en el mismo piso, ni en la misma cama. Con el tema del maltrato ocurre como con la inmigración: es un asunto al que no prestamos atención, que no logramos ver. Pero es curioso, porque el libro tiene 300 páginas, y unas 150 son para Oliva... He necesitado la mitad de un libro para explicarme ese tipo de violencia, quizás porque, tristemente, tenemos más aceptado que personas como Damaris y Horía sufran injusticias, sean oprimidas, pero nos cuesta aceptar que la violencia de género es para todas las edades, las clases sociales, los colores de piel", concluye Moreno, que cree que el Madrid que retrata en su libro "es en realidad cualquier ciudad, todas las ciudades", un espejo por el que asoma, con su complejidad y su dolor, eso que llamamos vida.

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