Guerra | Crítica

Demolición

  • Anagrama publica la primera de las novelas inéditas de Céline recientemente recuperadas, una descarnada recreación de su experiencia como soldado convaleciente en la Gran Guerra

Louis-Ferdinand Céline (Courbevoie, 1894-Meudon, 1961) vestido de uniforme.

Louis-Ferdinand Céline (Courbevoie, 1894-Meudon, 1961) vestido de uniforme.

No cabe duda de que la peculiar mezcla de odio, visceralidad y nihilismo que alimenta la obra narrativa de Louis-Ferdinand Céline tuvo su origen en el conocimiento de primera mano del horror de los campos de batalla. El formidable impacto de la devastación provocada por la Gran Guerra puede rastrearse en muchos otros escritores y excombatientes, pero alcanza en sus libros un grado tal de aspereza, violencia y desconfianza en la especie humana que apenas admite parangón, dejando aparte la novedad radical de la prosa. Es verdad que como médico también tuvo contacto directo con los miserables y que conoció en vivo el inframundo de la pobreza extrema y la dudosa ética de los bajos fondos, pero el pesimismo sin concesiones de su mirada es indisociable de la experiencia del revenant, es decir del que regresa de entre los muertos, de quien fue cadáver entre cadáveres y no olvida ni puede olvidar el espanto. El hallazgo de una novela inédita donde Céline recrea su experiencia bélica, o mejor dicho la convalecencia posterior a su desempeño como soldado, es por ello especialmente relevante, aunque se trate de un original breve y algo deslavazado, seguramente incompleto. Editada por Pascal Fouché y prologada por uno de los albaceas de Céline, François Gibault, Guerra apareció el año pasado en Francia y ha sido traducida por Emilio Manzano para Anagrama.

La herida alcanza una cualidad simbólica, en un inicio de trazas expresionistas

"Atrapé la guerra en la cabeza. La tengo encerrada en la cabeza", escribe Céline al final del primer párrafo de la novela, aludiendo al ruido interior –el "horrible barullo" de los acúfenos, como un tren recorriéndole el cerebro, según su propia imagen– que no lo abandonó nunca desde que sufrió una grave herida en el frente de Flandes, durante la primera batalla de Ypres. Es diciembre de 1914 y el narrador, llamado Ferdinand a secas, brigadier de un regimiento de coraceros, precisa que escribe veinte años después, o sea entre la publicación de las dos primeras y más celebradas novelas de Céline: Viaje al fin de la noche (1932) y Muerte a crédito (1936). Fuera una bala alojada en el cráneo o la explosión de un obús que lo estrelló contra un árbol, esa herida alcanza una cualidad simbólica, seminal, en un inicio de trazas expresionistas. Ensangrentado, insomne, presa de vértigos y "delirios brutales", el narrador describe un paisaje alucinado que no pierde su aire pesadillesco una vez que se encuentra a salvo en el hospital de campaña, aunque el cuadro apocalíptico va tomando un progresivo aire de farsa con ribetes tragicómicos. El olor a carne podrida, las ratas entre los despojos, las llagas llenas de gusanos: "bella literatura con trocitos de horror", dice con ironía, pero la corrupción se extiende asimismo al plano moral. Céline traza un panorama desolador de muertos amontonados, convalecientes embrutecidos, enfermeras masturbadoras, jóvenes prostitutas, fantasías calenturientas y borracheras desesperadas. Su personaje pasa de temer un consejo de guerra a ganar una medalla al valor, que fueron dos en el caso de Céline, pero lo atribuye a un malentendido. El sexo y la muerte son omnipresentes. En la parte final, el drama deja paso a la picaresca, y mientras unos son fusilados otros emprenden el camino a Inglaterra.

Se trata de un Céline más concentrado, no tan digresivo pero igualmente febril

El tono de Guerra es desde luego inequívocamente celiniano, con su lenguaje desinhibido y su predilección por lo escabroso. Por tratarse de un borrador, aunque corregido, se trata de un Céline más concentrado, no tan digresivo pero igualmente febril. La oralidad, marca de su estilo, comparece en forma de giros coloquiales, insultos y expresiones procaces, pero también reconocemos la desnudez y la potencia de una escritura capaz de frases de sobriedad espeluznante: "El cielo ardía tanto que al cerrar los párpados todo era de color rojo". Nada escapa a su visión demoledora: los compañeros le parecen unos "parásitos", las mujeres no rebasan la categoría de bestias deseables, los oficiales son gentuza engolada e hipócrita, los curas hablan con palabras "untuosas y viperinas", los propios padres sólo le merecen desprecio. Ferdinand ha tenido un "pasado de niño malcriado", evoca con asco la "puta juventud" y contempla su vida –tiene apenas veinte años– como una sucesión de desgracias. La contundencia y el sarcasmo son, claro, los del hombre maduro que recuerda o fabula, un inmoralista salvaje al que redime su extraordinario talento verbal. Más allá de la propaganda de tintes épicos, la contienda del 14 –"gran mortero de idiotas"– fue esencialmente sórdida, y en este sentido el realismo distorsionado de Céline refleja el trauma con precisión monstruosa, desde la perspectiva de quienes vivieron –como héroes o antihéroes, cualquiera sabe– la carnicería del frente, el sufrimiento de los hospitales, el trasiego y el caos de la retaguardia. La amarga perspectiva, corrosiva pero exacta, de un herido de guerra que nunca dejó de serlo.

Primera hoja conservada del original de 'Guerra'. Primera hoja conservada del original de 'Guerra'.

Primera hoja conservada del original de 'Guerra'.

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