La novela de un literato | Crítica

Humor y melancolía

  • La Fundación Arca publica una nueva edición de 'La novela de un literato', cumbre de la obra de Rafael Cansinos Assens y uno de los libros de memorias más valiosos y divertidos del siglo

Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882-Madrid, 1964).

Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882-Madrid, 1964).

Vuelve un libro capital al que Rafael Cansinos Assens, que hizo tantas otras cosas, debe buena parte de su fama póstuma, el que lo recuperó tardíamente del olvido y permite incluir su nombre, tanto tiempo relegado, entre los de los grandes memorialistas de su tiempo. No fue el suyo un redescubrimiento dictado por el azar, sino fundamentado en la jubilosa recepción de una obra que tuvimos que leer por primera vez en varias partes, separadas por espacio de trece años, y retorna ahora, luego de varias ediciones, en un único volumen de lectura más que obligada. En este recuento postrero, Cansinos dejó de lado la escritura demorada y arcaizante de la mayor parte de su obra de creación, llena de encanto pero ya algo anacrónica a ojos de sus contemporáneos, para usar de un lenguaje fresco y chispeante que transmite con maravillosa plasticidad la novela de su vida y en realidad cuenta la vida de los otros. Se eleva así como el gran cronista del Novecientos entre los años heroicos del Modernismo y el desastre de la Guerra Civil, aunque la parte más atractiva de las memorias se refiere al tiempo de su mayor protagonismo –diluido desde los años previos al advenimiento de la República, por causa de una progresiva automarginación que se convertiría casi en encierro– en las primeras décadas del siglo, las del movimiento liderado por los devotos de Darío, el auge y declive de la bohemia tardorromántica –cuyos desmedrados integrantes reciben una atención privilegiada– y los efímeros fulgores del Ultra, primer gran movimiento de la vanguardia española del que el propio Cansinos fue paradójico apóstol y memorable caricaturista.

Cansinos evoca tipos imperecederos y bien reconocibles en cualquier tiempo

Con razón se ha insistido en que el valor del testimonio de Cansinos, más allá de su talento narrativo y de las razones propiamente literarias, proviene en buena medida de que pone el foco no en las figuras principales, aunque muchas de ellas también hallan su reflejo en estas páginas admirablemente vívidas, sino en los actores secundarios o incluso en los ínfimos, exponentes de esa heterogénea y pintoresca constelación de autores raros y olvidados, por usar de la caracterización ya tópica, que encarnan tipos imperecederos y bien reconocibles en cualquier tiempo, aunque a la vez documenten, en un fresco verdaderamente impresionante, toda una época de la literatura y la vida españolas. El interés de Cansinos se dirige en efecto a muchos autores de segunda o tercera clase, a veces meros aficionados o aspirantes que nunca rebasaron esa categoría, en los que el retratista –casi siempre indulgente en la vida real y en su meritoria obra crítica, no en estas páginas en las que prescindió de veladuras– veía más la pureza de la intención que la mediocridad del resultado. En el contraste entre esa proverbial benevolencia y el tono irónico o hasta despiadado de las memorias se cifra el atractivo de un libro que completa el retrato del hombre y sobre todo ensancha el de su tiempo, mostrando el reverso, la cara acaso menos noble pero en el fondo entrañable, de la consabida Edad de Plata.

Madrid, el escenario único, era un real kilómetro cero para todos los 'literatos'

Pero Cansinos no habla sólo de literatura, o mejor dicho lo hace de un modo que comprende también la política –el clientelismo, las prácticas rastreras, los favores y recomendaciones, todos los vicios y la picaresca de aquella España no del todo desaparecida– y sobre todo la vida cotidiana de los escritores y periodistas en las redacciones, las tertulias, los cafés o las tabernas de Madrid, escenario único de una obra en la que se suceden los años, las modas y las costumbres, o los hombres, las ideas, las efemérides y las anécdotas, como anotó él mismo, pero no nos movemos –como no se movió Cansinos desde su llegada a la capital en 1898, a la edad de quince años– de las mismas fatigadas calles, el entorno de la Puerta del Sol y aledaños que era entonces un real kilómetro cero para todos los literatos. Más allá, sin embargo, de la dimensión sociológica, con ser esta impagable, dos rasgos, tan a menudo complementarios, sobresalen en la mirada de Cansinos, el humor y la melancolía, que presiden un relato donde se dan la mano las grandes esperanzas y los divinos fracasos. En las elevadas ambiciones y en las lamentables miserias de sus personajes, en sus mil sucedidos tristes o regocijantes, hay más verdad y más vida que en los soberbios edificios del canon que les ha dado la espalda.

Cansinos retratado en la última etapa de su vida. Cansinos retratado en la última etapa de su vida.

Cansinos retratado en la última etapa de su vida.

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