La llamada de lo salvaje | Crítica

Correcta versión del clásico de Jack London

Harrison Ford con el perro Buck, en una escena de la película.

Harrison Ford con el perro Buck, en una escena de la película. / D. S.

Cuando los niños y adolescentes leían, el escritor aventurero Jack London (1876-1916) formaba parte de su primera biblioteca junto a Verne, Salgari, Stevenson, Lamour, Grey o Scott. Sobre todo sus novelas Colmillo blanco y La llamada de la selva. Esta última, publicada en 1903, trata de las aventuras del perro Buck desde que es secuestrado de su cómoda vida en la hacienda de un juez hasta la dura existencia de los perros de trineo en el duro Klondike durante la fiebre del oro.

El cine adaptó este relato por primera vez en 1923 (El grito de la furia de Fred Jackman, con Jack Mulhall) para volver a hacerlo en 1935 (La llamada de la selva, obra maestra de William Wellman interpretada por Clark Gable y Loretta Young, cuyo éxito motivó la primera traducción al español de la obra en 1939 por la editorial Juventud), en 1972 (La selva blanca de Ken Annakin, con Charlton Heston y Michele Mercier), en 1975 (La llamada del lobo de Gian Franco Baldanello, con Jack Palance y Joan Collins) y en 2009 (Llamada salvaje de Richard Gabai, con Christopher Lloyd y Timothy Bottons). La televisión por su parte lo adaptó en 1976, 1992, 1997 y 2000, sin que faltaran dos versiones anime japonesas.

La versión de William Wellman es con diferencia la mejor. Y lo sigue siendo tras ésta que ahora se estrena y supone el debut del muy estimable director de animación Chris Sanders (Lilo & Stitch, Cómo entrenar a tu dragón, Los Croods, una aventura pehistórica). Pero también es cierto que esta versión es la segunda mejor tras la de Wellman. Tiene a su favor los adelantos técnicos que permiten dar una apabullante espectacularidad al cine de aventuras situado en escenarios extremos. Tiene a su favor como película de entretenimiento familiar el buen guión de Michael Green (Logan, Blade Runner 2049, Asesinato en el Orient Express) que dulcifica la tremenda violencia y los tonos oscuros, tan característicos del universo de London pese a la consideración de este relato como literatura juvenil. Paradójicamente la técnica se vuelve en ocasiones contra ella dándole un aire excesivamente artificial, como a medio camino entre la imagen real y la animación en lo que a la recreación del protagonista canino se refiere; y la erradicación de la violencia del relato original –desde la sordidez de muchos tipos a las penalidades que ha de soportar el perro Buck– liman su fuerza.

Lo que juega a su favor sin contrapartidas negativas es la buena interpretación de ese valor seguro que siempre es Harrison Ford, actor que ha hecho de sus limitaciones su fuerza al convertirlas en convincente sobriedad. Él, los paisajes, lo que sobrevive de London en la historia de Buck y el aire de grata aventura familiar Disney convierten esta película en un agradable pasatarde.

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