TÁR | Crítica

Grandilocuente, sobreactuada y vacía: mucho ruido y ninguna nuez

Cate Blanchett ensaya con la orquesta en 'Tár'.

Cate Blanchett ensaya con la orquesta en 'Tár'. / D. S.

Que esta mala, aburrida y pretenciosa película tenga seis nominaciones a los Oscar (entre ellos película, guión y dirección) o que la grotesca sobreactuación de Cate Blanchett se llevara el premio en Venecia y un Globo de Oro es un síntoma, otro más, de cómo están las cosas en lo que al juicio crítico sobre el cine se refiere. Y también -sumada a Babylon- de cómo están en Hollywood. Está escrita y dirigida por el actor, guionista y director Todd Field, de escasa pero muy nominada, premiada y elogiada obra: los cortos When I Was a Boy y Nonnie & Alex (1993 y 1994, premios en el festival Sundance) y los largometrajes En la habitación (2001, cinco nominaciones al Oscar y Globo de Oro para Sissy Spacek) y Juegos secretos (2006, tres nominaciones al Oscar y al Globo de Oro). Trata, o quiere tratar sin lograrlo, del poder, la dominación y la llamada cultura de la cancelación a través de una famosa directora de orquesta cuya carrera se hunde al ser víctima de denuncias de acoso (y, podría añadirse, víctima de ella misma y su empastillado afán de control y autocontrol).

Quiere tratar de estas cosas sin conseguirlo porque el guión escrito por Field -su responsabilidad como autor es absoluta- es un disparate descompensado en el uso de los tiempos y el desarrollo de los personajes y las situaciones. La película dedica, empezando por la larga y soporífera entrevista con la directora que la inicia, la mayor parte de su larguísimo metraje -158 minutos que parecen el doble- a hacer un retrato de la protagonista como una obsesa del dominio sobre la orquesta, sobre sí misma, sobre su pareja femenina con la que además guarda una relación de superioridad al ser el primer violín de la orquesta que dirige, sobre su más bien depresiva y no muy leal asistente que aspira a ser su sustituta, sobre su hija adoptiva que la adora tanto como la echa de menos a causa de sus muchas ausencias por giras, sobre la joven violonchelista rusa -tan fina intérprete como grosera comensal y compañera- y sobre el anciano director asistente al que desprecia tanto como al director aficionado y poderoso patrocinador que vuela en torno a ella como un buitre hasta que logra picotear su cadáver (musical).

Todo está narrado con un grave desenfoque en el desarrollo (¿tanto metraje para qué?), un ridículo esquematismo en el tratamiento de los personajes y un énfasis pedante en la puesta en imagen, como si a Todd Field le deslumbraran el prestigio de la música clásica y las grandes orquestas (en este caso la Filarmónica de Berlín), de los suntuosos apartamentos y los jets privados, de los templos de la música y del saber.

Hay un esquematismo de teatrillo de marionetas en el guión y una dirección narcisista prendada de sí misma

Tras esta larguísima, torpe, pesada y reiterativa presentación que se come casi todo el metraje, como si a pesar de durar casi tres horas el director se quedara sin tiempo, todo se acelera: la denuncia, el cerco, la caída (hasta física, en la escena sin pies ni cabeza del búnker okupa), la locura, el ridículo infierno friki-filipino. Y los dos supuestos grandes temas -el poder o la dominación y la cultura de la cancelación-, magnificados además por tratarse de una mujer prepotente y presuntamente abusadora, quedan en realidad pendientes a causa del esquematismo de teatrillo de marionetas de un pésimo guión y de una dirección narcisista prendada de sí misma. El asunto del suicidio de la becaria apenas se trata, la conversación con un alumno afroamericano y pangénero que se niega a tocar a Bach por ser blanco y padre de muchísimos hijos es esquemática (aunque por desgracia haya quien piense así), el vídeo manipulado con el que pretenden denunciar a la directora es grotesco, las reuniones con la directiva y los patrocinadores de la orquesta en el proceso de investigación y cancelación o depuración son pueriles, los conflictos con la pareja, la asistente y la violonchelista están tratados con tópica superficialidad (dominante esta, junto a la impostura intelectual y creativa, de toda la película).

No ayuda la tan alabada y premiada interpretación de una Cate Blanchett -una gran actriz, sobra decirlo- convencida por el director o autoconvencida de que sobreactuación es genialidad y gesticulación, intensidad (y quizás tengan razón en estos tiempos más imbéciles que líquidos, visto el éxito de su desfase entre mayoría de la crítica y los señores que votan los premios). Dada por el director y por ella la nota de afinación del exceso, en esa línea, aunque algo más controlados, interpretan Nina Hoss a su pareja, Mark Strong a su colega buitre, Noémi Merlant a su asistente y Sydney Lemmon a la violonchelista. A quien aguante hasta el final se le recompensa con la broma del concierto para frikis filipinos.

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