Viejos | Crítica

Apocalipsis geriátrico

Una imagen del filme de Cerezo y González.

Una imagen del filme de Cerezo y González.

No hace falta ser un gran conocedor o aficionado al cine de género para apreciar las evidentes cualidades, atrevimientos y guiños de este segundo largo de Raúl Cerezo y Fernando González (La pasajera) que, en la estela de cierto cine de vocación popular, intenta fusionar el costumbrismo ibérico con el imaginario más icónico de la serie b, el terror y la ciencia-ficción.

Más allá de las citas explícitas a Cronenberg o Carpenter, resulta curioso encontrar en Viejos ciertos paralelismos con la reciente y extraordinaria Llaman a la puerta de Shyamalan, al menos en lo que respecta a esa idea de la llegada inminente del Apocalipsis desde una situación y un punto de vista anclados en la normalidad y lo cotidiano.

La insoportable canícula madrileña y los viejos edificios y pisos del centro delimitan el espacio y marcan las etapas de esta paulatina enajenación de lo real-familiar donde las ondas electromagnéticas, los transistores, las camisetas interiores sudadas y los calzoncillos cagados no hacen sino preludiar un advenimiento para el que se nos va preparando entre buenas composiciones, algunos altibajos narrativos, desequilibrios interpretativos (bien Eguileor, no tanto Salmerón), una potente y sugestiva banda sonora del gran Eneko Vadillo y un diseño sonoro que tal vez juegue en contra de sus propios efectos sorpresa.

Con todo, Viejos sabe llegar a su clímax de azoteas, rayos y avistamiento con tanta convicción en la puesta en escena como confianza en su juego metarreferencial, consciente de sus ambiciones tanto como de sus limitaciones, aunque tal vez tomándose un poco más en serio de lo que sus abuelos malditos le hubieran pedido a su descendencia.