Un paso adelante | Crítica

Los bailes de la vida

Marion Barbeau en una imagen del filme.

Marion Barbeau en una imagen del filme.

Veterano en esa división intermedia del cine francés de vocación popular y cierto cuidado por las formas aunque con escasas veleidades autoriales, Cédric Klapisch (Una casa de locos, París, Tan cerca, tan lejos) aborda en esta amable Un paso adelante viejas dialécticas entre la tradición y la modernidad, también la superación de los fantasmas de la pérdida, el reinicio amoroso o la relación padre-hija, a partir de la historia de una joven bailarina de danza clásica que, tras sufrir una lesión y conocer la traición de su novio, se replantea su futuro y su vocación entre el París de la alta cultura y los concursos de hip hop y una residencia para artistas en la Bretaña donde entra en contacto con una compañía de danza contemporánea.

Con un dilatado prólogo entre bambalinas donde se fragua el desengaño y el punto de partida, la película apuesta decididamente por un tono de ligereza narrativa y enredo suave que no carga nunca demasiado las tintas sobre los asuntos serios de los que trata, desde la recuperación de la lesión al desdén o la distancia del padre o esos recuerdos de la infancia y la madre ausente que, de manera algo caprichosa, irrumpen como huella de la personalidad de nuestra protagonista, interpretada por una Marion Barbeau que, como buena parte del reparto, es bailarina profesional.

Más allá de su inocente divertimento entre posibles nuevos amores y del mosaico de personajes singulares que la acompañan en su proceso de recuperación, a Klapisch parece interesarle especialmente la filmación del baile y las coreografías con fidelidad al tiempo, el espacio y los cuerpos, y es en esas secuencias donde su película fluye y respira con una autenticidad que no brilla ya tanto en los desplazamientos narrativos y decisiones de sus criaturas.