Salvador | Crítica

El traidor enamorado

Héctor García y Fabiana Medina en una imagen de la cinta colombiana 'Salvador'.

Héctor García y Fabiana Medina en una imagen de la cinta colombiana 'Salvador'.

Voluntariosa en su intento de disimular las limitaciones de producción con el estilo, austero y minimalista, Salvador nos lleva a la convulsa Colombia de 1985, en pleno pulso de la guerrilla del M-19 contra el gobierno corrupto y sus instituciones, para contar una discreta historia de amor entre un sastre solitario y retraído y la ascensorista que lo sube cada día a la planta del edificio donde tiene su pequeño negocio.

La cinta de César Heredia Cruz delinea las rutinas cotidianas de su protagonista para cocer a fuego lento un enamoramiento antiguo fraguado en las miradas furtivas, los roces, la timidez y un acercamiento paulatino marcado por la discreción y el secreto, mientras en el exterior resuenan las amenazas de golpe y la tensión social que desencadenarían en la cruenta toma del Palacio de Justicia de Bogotá.

Salvador se desarrolla así en ese contraplano íntimo de la Historia colombiana que apunta empero hacia la cobardía o la traición como gestos que afloran en un ambiente de vigilancia, sospecha y delación donde la policía medra y cualquier pelao sospechoso puede acabar fácilmente en una cuneta. La película intenta sacar partido de su atmósfera concentrada, abraza sus espacios, encuadres cerrados y noches como territorio dramático y filma de cerca a un Héctor García y a una Fabiana Medina que a duras penas pueden consumar su amor en unos tiempos de plomo y miseria moral que marcaron el devenir del país.