Scarlet | Crítica

Las manos del hombre, los ojos de la mujer

Juliette Jouan en una imagen del filme de Pietro Marcello.

Juliette Jouan en una imagen del filme de Pietro Marcello.

Ya nos advertía Santi Gallego en su crónica del SEFF que a Pietro Marcello había que situarlo en esa estela del nuevo cine italiano que, lejos de la fealdad o el ruido post-berlusconiano y próximo a otras miradas y sensibilidades como las de Rohrwacher, Frammartino o Comodin, buscaba en la exaltación de la belleza natural y transhistórica, en sus texturas analógicas y sus referentes pictóricos, en la huella de Pasolini, Olmi o los Taviani, ese camino de reconexión con la modernidad y lo popular para seguir hablando de los problemas, preocupaciones y esperanzas del hombre. 

Marcello busca también en la literatura, y si en Martin Eden lo hacía con Jack London, en esta Scarlet lo hace a través del ruso Alexander Grin, al que adapta y traslada a la Francia rural de la inmediata primera posguerra del XX para escrutar los rostros singulares, la fatiga y las manos machacadas de un ex-combatiente (estremecedor Raphäel Thierry) que regresa del frente para intentar reintegrarse a la vida civil y laboral como artesano tras la muerte de su esposa y el reconocimiento de una hija de la que tendrá que hacerse cargo.

Marcello recrea con atención al detalle una época y una atmósfera muy particular en la propia materia de las imágenes, y echa a volar su relato por el tiempo escorándose poco a poco hacia la fábula (con interludios musicales cortesía de Gabriel Yared), entre los rostros y los cuerpos auténticos de los actores no profesionales y la participación de intérpretes que, como Louis Garrel, Noémie Lvovsky y Yolande Moreau, forman parte del peaje de la co-producción europea que lastra levemente el tono de conjunto.

Con todo, Scarlet encuentra su camino entre los pliegues del cuento sobre el destino trágico de una familia, sus puntuales salidas mágico-musicales, la irrupción del amor y el deseo y ese doble vuelo real y metafórico donde las máquinas, los aviones, los trenes y los barcos, símbolos del nuevo mundo industrial y mercantil, delimitan el tránsito de un orden a otro en el primer tercio del siglo XX.

Marcello elude la nostalgia en su mirada al pasado y observa las transformaciones desde la fidelidad a su protagonista femenina (Juliette Jouan), a la que reivindica desde la sensibilidad creativa, el repliegue íntimo y la emancipación consciente de quien ha forjado su carácter entre la nobleza de espíritu y los valores de un entorno de resistencia y orgullo de clase.