Salir al cine

Jacques Rozier: la última ola

  • El pasado sábado fallecía a los 96 años el cineasta Jacques Rozier, pionero de la ‘nouvelle vague’ cuya carrera libre y guadianesca es tan importante como la de otros más ilustres miembros de aquel grupo. 

Godard en septiembre de 2022, Paul Vecchiali el pasado mes de enero, Jacques Rozier (1926-2023) este fin de semana. No queda ya vivo ninguno de los grandes autores de la nouvelle vague, si acaso el movimiento cinematográfico más mitificado e influyente del cine moderno. Un movimiento que también tuvo sus grupos, sus orillas y sus clases. A pesar de debutar con un filme, Adieu, Philippine (1962), que no sólo no ha envejecido ni un ápice, sino que se mantiene esplendoroso como uno de los más libres y definitorios de aquella anti-escuela, Rozier pasó pronto a una segunda línea de reconocimiento frente al empuje, la constancia y los estrenos consecutivos de unos Godard, Truffaut, Rohmer, Rivette, Chabrol, Resnais, Varda o Demy que se llevaron los laureles para los manuales y los ciclos.

A Rozier había que buscarlo a salto de mata, entre cortos y documentales (Paparazzi, sobre el rodaje de Le mépris), un poco a la manera derivativa e imprevisible de su cine, mucho más independiente que el de sus compañeros de generación y más libre en su manera de entender esa modernidad celebratoria de la juventud y el dejarse llevar en un verano eterno que, empero, siempre preludiaba con aire melancólico el otoño del descontento.

La prueba de este olvido tal vez se encuentre en la imposibilidad de ver hoy alguna de sus películas, que tampoco se estrenaron en España, ni siquiera en las plataformas más exquisitas. Tomen nota, señores de MUBI o Filmin, las copias fueron restauradas y editadas hace unos años en DVD (Àgnes B.). También lo es la ausencia de obituarios en los medios nacionales o que no se haya comentado demasiado que el cineasta haya terminado sus días en unas penosas circunstancias después de haber sido desahuciado sin que las modélicas instituciones culturales francesas hicieran hecho mucho por remediarlo.

A Rozier lo hemos recordado últimamente porque su cine deambulante, sus narrativas siempre imprevisibles, ese “anarquismo sentimental” que lo emparenta con Vigo (a quien dedicó su Cinéastes de notre temps) o Renoir, su gusto por lo que, en apariencia, parece una fuga improvisada de las historias siguiendo el rumbo incierto de sus personajes, ese gusto por la aventura juvenil veraniega como marco para un vitalismo recubierto de melancolía, ha encontrado una cierta filiación en las películas (pienso en La isla del tesoro o ¡Al abordaje!) de Guillaume Brac, otro joven cineasta francés que nos gusta mucho.  

Para ser mínimamente justos en esta despedida, hemos vuelto a ver aquella Adieu, Philippine que lo puso en la órbita nuevaolera a través de un triángulo entre dos chicas aspirantes a actrices y un técnico de televisión que transcurre entre un París en plena ebullición y la isla de Córcega a donde nuestros protagonistas se marchan para pasar los días de vacaciones previos a la llamada a filas del joven para combatir en Argelia. Un triángulo como en Jules y Jim, una despedida luminosa antes del drama como en Los paraguas de Cherburgo, que Rozier plantea de manera distendida, con humor, sin tensión dramática ni romántica, ligeramente desapegado aunque siempre cómplice de estos jóvenes que aún no saben lo que quieren.

Rozier los sigue entre las gentes anónimas de la ciudad y la isla, mirando siempre de reojo a esa realidad salvaje que se cuela en el plano, despreocupado de la dramaturgia fuerte y fiel a la deriva del instante, la atmósfera o la luz de esos espacios por los que transitan nuestros jóvenes en su inocente disfrute de un momento que bien pudiera ser eterno. Deliciosas películas posteriores como Du côté d’Orouët (1971), Les Naufragés de l’île de la Tortue (1976) o Maine-Océan (1986) prolongaron este mismo camino en variaciones de tono, musicalidad, color y edad, películas plagadas de personajes excéntricos y singulares, de jóvenes exprimiendo su juventud, de veranos y salidas al mar como horizonte y destino.     

'Criaturas de Dios': el dilema entre ser madre y ser mujer

Sin duda beneficiado por la presencia de Emily Watson y el actor irlandés de moda Paul Mescal (Aftersun, pronto en Gladiator 2), el segundo largo de Anna Rose Holmer (The fits) y Saela Davis recién llegado a Movistar+ incide en esa corriente del cine contemporáneo que explora la masculinidad tóxica y la violencia patriarcal como temas recurrentes, aquí en el contexto de un pequeño pueblo pesquero irlandés a donde regresa, después de pasar varios años en Australia, el hijo pródigo de una familia trabajadora.

Los lejanos ecos del western de regreso y ambiente cerrado se inscriben en un territorio agreste y duro marcado por la pesca y las condiciones meteorológicas, aunque el relato vira pronto hacia los abusos, el silencio y la paulatina desconfianza entre madre e hijo a la luz de una acusación pública.  

Criaturas de Dios busca añadir un plus de densidad formal al drama, definitivamente protagonizado por la madre y su dilema (algo artificial), con una narración elíptica (que deja fuera el motivo de la acusación), una puesta en escena y una banda sonora (de Bensi y Jurriaans) que buscan el extrañamiento de lo real en pro de las atmósferas o los símbolos.

Finalmente, el filme vuelve a cambiar de perspectiva para acompañar y dar voz a la víctima en su viaje de salida, única solución posible para una mujer mancillada en un clima irrespirable. 

El estreno de la semana: 'El maestro jardinero'

A sus 76 años, Paul Schrader ha encontrado ese punto en su ya larga carrera en el que puede permitirse hacer una y otra vez la misma película o contar de nuevo la misma historia bajo leves variaciones de contexto y elenco. La culpa y la posibilidad de redención o el eco de Bresson en la Norteamérica del ‘trumpismo’ vuelven a resonar en este Maestro jardinero en el que el personaje de Joel Edgerton aún tiene una nueva posibilidad de salida de su pasado violento. 

Trailer Maestro jardinero

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