A VISTA DEL ÁGUILA

La calle Ancha perdida

  • En los años setenta quedaban restos de antiguas edificaciones de la calle residencial por excelencia de Algeciras

  • Fachadas, cierros y rejerías se mostraban con los días contados

La esquina del Piñero (1975).

La esquina del Piñero (1975). / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

A lo largo del siglo XIX, muchos viajeros llegaron aquí desde Ronda siguiendo el camino Inglés de la sierra o desde Jerez, utilizando la vía de la Trocha. Empujados por el halo romántico que los animaba a realizar travesías perladas de riesgos, describieron una Algeciras que pocas veces defraudaba sus expectativas. En algunos casos, la llegaron a comparar con la capital de la Serranía y destacaron sus nobles fachadas encaladas, sus trabajados cierros de forja y los vistosos paseos de una localidad que tenía para sus ojos una curiosa mezcla de equilibrados volúmenes populares junto con una visión exótica próxima a sus perspectivas. Muchos de esos cierros y fachadas se asomaban a la calle más ancha, a la que accedían cuando llegaban desde el oeste, a través de la Fuentenueva, o desde el norte, cruzando los jardines del antiguo cortijo del Calvario. Después de caminar a través de paseos sombreados por plátanos, acacias y olmos, entraban en la embocadura de una vía jalonada de nobles edificios. Sus muros fueron telón de fondo de otros tiempos en que se conjugaban la altura, el volumen y la armonía. Algunos de ellos fueron captados por el fotógrafo antes de que el derribo acabara con ellos y con buena parte de la ciudad a la que dieron forma.

1. La esquina del Piñero

Cuando Miguel Ángel Del Águila tomó esta fotografía era una mañana oscura del invierno de 1975. El agua de recientes lluvias aún no se había secado del todo en el asfalto que cubría la entrada a la calle Ancha desde el Calvario. Escasos viandantes cubiertos con gabardinas afanan sus pasos; un guardia urbano, con impermeable y casco blanco, obvia un tráfico lleno de vacíos. Charla junto a una esquina que para muchos era la entrada a la Feria en luminosas tardes de junio, sentados en sillas donde veíamos los arcos de curvas maderas azules sobre las que grandes bombillas encendían la luz de la fiesta; sillas desde donde se oían los altavoces de las tómbolas de la Avenida; sillas hasta donde llegaba el olor a los merengues de la Crema y el de café de máquina del Piñero -o del Pizarro, como se lee en el toldo verde combado tras décadas de sol, lluvias y vientos-; sillas al amparo de la balconada curva que vio pasar desfiles y bandas, pasos y custodias, uniformes y sotanas; sillas adonde llegaba el ruido de las cocinas, pero donde apenas se presentía el de furtivas partidas jugadas en espacios interiores; sillas donde vimos abrirse el mundo entre botellas de Mirinda, platos de altramuces y blancas rebecas de hilo bajo el brazo.

El cruce con San Antonio. El cruce con San Antonio.

El cruce con San Antonio. / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

2. El cruce con San Antonio

Era un domingo de mayo de 1973 cuando el fotógrafo tomó esta imagen del tramo central de la calle, desde el cruce con San Antonio en dirección a Rocha. Destaca el armónico juego de volúmenes que tenían sus edificios de dos alturas con equilibrados torreones. Tras los coches aparcados se asoma primero el local de la farmacia de Soto, con su cartel de análisis clínicos sobre el arco rebajado de una puerta enmarcada en oscuros azulejos muy comunes en las fachadas burguesas de la ciudad. Encima, un soberbio cierro de forja, que compite con los de la casa de la siguiente esquina, compendio de medida y armonía: cinco vanos en la planta baja se corresponden con otros tantos en la superior, dispuesta entre balcones corridos y decadentistas cierros. La proporción se mantiene hasta el final de la calle, que acaba con los mayores volúmenes de la casa de los Valdés, que también se servía de los cantones para erigir estructuras más elevadas en forma de torres en ángulo.

Nada rompe la medida, ni siquiera la reformada tienda de muebles, que mantiene las alturas. Nadie pasea por las aceras en esa festiva tarde. Nadie mira las carteleras de cine apoyadas en una fachada que vivía sus últimas sesiones. El fotógrafo captó esta imagen de cornisas melladas y voladizos truncos; barandillas vencidas y arcos ciegos; ventanas cerradas y cables sin tensión, que barruntan el final de unos muros condenados.

La casa de los Valdés. La casa de los Valdés.

La casa de los Valdés. / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

3. La casa de los Valdés

Mañana nublada de diciembre de 1975; gotas de lluvia empañan el objetivo de la cámara que refleja los últimos días con vida de otro edificio señero. No son sobrios muros dieciochescos, ni intrincadas rejerías barrocas. No tuvo larga vida esta construcción erigida en parte del solar donde se había alzado el teatro Principal, pero se había convertido en referente de muchas miradas en la Algeciras de los comedios del siglo pasado.

El cruce superior de la calle Ancha con Rocha estaba definido por esta edificación que jugaba con las líneas y los volúmenes: racional trama de columnas verticales y cornisas escalonadas. Las sutiles curvas le otorgan un perfil art déco no muy abundante en la ciudad y sus paramentos ocres y sienas del macizo torreón esquinero dibujaban la cercana línea del cielo de una urbe de perfil recatado. Entre grises tonos invernales se reflejan menguadas tertulias, policías locales y ancianos con anuncios de fútbol.

La planta baja aún albergaba la sede de la peña del torero de Algeciras, mientras que un rombo de luz rojo y blanco anunciaba una marca alemana de aparatos de televisión que se exponían en los escaparates de Martín Sevillano, donde muchos ciudadanos se detuvieron para ver partidos, viajes a la Luna y bodas reales. En los altos de la casa se observan signos de abandono: manchas de humedad, lamas rotas y persianas bajadas sobre vanos y balcones vacíos, con la soledad que presagia la desaparición de unos muros que el fotógrafo quiso retratar.

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