Un café con Paula

La relación de la madre y el bebé durante el coronavirus

  • Los brazos de la mamá dan seguridad y una genética más fuerte y resiliente que prepara a los niños para ser más autónomos y seguros en el futuro

Una madre da la mano a su bebé.

Una madre da la mano a su bebé. / E.S.

Mucho se ha hablado desde que empezó la pandemia de la separación de madre-bebé al nacer en casos de posibles Covid-19 positivos. Puede que sea uno de los mayores miedos de las mamás a la hora de parir en toda esta vorágine, dar positivo en ese PCR al que se exponen al entrar por las puertas del hospital cuando están de parto. Se han escuchado muchas historias de las valientes pioneras que parieron en la primera ola, con las que se experimentó desde el miedo al contagio, un miedo lógico, pero peligroso en su momento para esos bebés y madres que tuvieron que pasarlo.

Actualmente, el Ministerio de Sanidad recomienda evitar la separación incluso en casos de Covid-19 positivo, basándose en las recomendaciones de la OMS. Los estudios hasta el momento apuntan a que no hay riesgo de transmisión vertical en el embarazo ni la lactancia materna, sin embargo, si sabemos de los numerosos beneficios del efecto protector de la lactancia materna contra las enfermedades infecciosas que se previenen con la transferencia directa de anticuerpos.

Cuando hablamos de ADN pensamos en genética, y al pensar en genética en algo inamovible que viene determinado de serie, sin embargo, hoy sabemos que nuestro ADN puede cambiar dependiendo de la hostilidad o seguridad del contexto y el medio en el que vivamos, y ese medio desde el embarazo hasta los primeros meses de vida no es otro que el cuerpo de la madre. La ciencia que estudia este hecho es la epigenética. Y si sabemos que el virus no se transmite al bebé de forma vertical, ¿en qué afecta la epigenética a esta cuestión? En la separación.

Durante el embarazo, el bebé está comunicándose en sintonía con la madre, todo su medio es ella, percibirá el peligro del mundo al que se prepara para venir según el miedo y angustia que ésta esté viviendo, a través de la activación en ambos de hormonas del estrés como el cortisol. El cerebro del bebé se predispone a recibir más o menos cortisol según su experiencia en el vientre materno.

Pero no solo es decisivo el embarazo, las primeras 16 horas de vida del bebé, sus primeros 1.000 minutos, respecto a cómo ese nuevo ser humano percibirá el mundo de seguro y hostil, son primordiales en su ADN, pues la separación del medio ambiente del bebé (el cuerpo materno) cambia su genética alterando la cantidad de receptores de cortisol en nuestro cerebro, lo que implica que tengamos más o menos tolerancia al estrés, que seamos más nerviosos, ansiosos y miedosos o por el contrario más calmados, seguros y resilientes.

Para entenderlo mejor, sabemos que si se separa al bebé de la madre durante esas primeras horas de vida, el bebé siente muchísimo estrés y peligro, y si esa separación dura más de 20 minutos y se repite más de una vez, los genes del bebé entenderán que el mundo al que viene es peligroso y comenzarán esos cambios de los que hablábamos, para que su cuerpo se prepare para estar más alerta.

El llanto del bebé es su único medio de expresión del malestar, por lo que los bebés que sufren estos aumentos de cortisol suelen llorar bastante, tener sus ritmos de sueño alterados y parecen no tener consuelo, por lo tanto, serán bebés de alta demanda en los siguientes meses, y si es difícil cubrir sus necesidades, puede que durante sus primeros años e incluso toda la vida.

Por otro lado, estos bebés también sabemos que pueden llegar a calmarse solos, sin tener contacto cuando pasa cierto tiempo, esto no significa que el bebé esté aprendiendo a autorregularse de forma correcta, sino que se regula percibiendo un mundo de soledad e incertidumbre. Durante años, hemos pensado que si cogíamos mucho en brazos a los bebés serían mimados y dependientes, pero gracias a grandes investigadores como Nils Bergman, uno de los mayores pediatras neonatólogos a nivel mundial, sabemos que los brazos dan seguridad y una genética más fuerte y resiliente que los prepara para ser más autónomos y seguros en el futuro.

Puede que desde esta perspectiva podamos entender mejor la importancia de hacer sentir a las embarazadas y parturientas y a sus bebés seguros, incluso en plena pandemia, pues de ello en parte, dependerá la capacidad genética durante toda la vida de estos bebés para sobreponerse a eventos estresantes y poder afrontar de forma segura la vida presente y futura.

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