Las Reales Fábricas de Artillería de Jimena y la guerra contra Inglaterra (1779-1783) (I)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

Con el advenimiento de Carlos III se inicia la construcción de nuevas fábricas, entre ellas la de Jimena de la Frontera, única en Andalucía en esa época, junto con la de cañones de bronce de Sevilla

El Estado dio un gran impulso a la fabricación de cañones y municiones de artillería durante su reinado

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El Canal de la Real Fábrica del Hozgarganta, donde se puede apreciar la solidez de los contrafuertes.
El Canal de la Real Fábrica del Hozgarganta, donde se puede apreciar la solidez de los contrafuertes. / Erasmo Fenoy
José Regueira Ramos

Jimena, 08 de septiembre 2025 - 04:01

Es generalmente aceptado que las reales fábricas del siglo XVIII constituyen el antecedente más remoto de las industrias públicas actuales, aunque ello no quiere decir que exista una línea de continuidad directa entre unas y otras a lo largo de más de dos siglos. Por el contrario, las reales fábricas fueron una modalidad de empresa industrial muy específica del siglo XVIII que, con la excepción de algunas industrias militares, no fueron capaces de sobrevivir al cambio de política económica que trajo consigo la llegada del régimen liberal en el siglo XIX.

Para entender la especificidad de las reales fábricas, es preciso situarlas en su contexto histórico concreto, es decir, colocándolas en relación con la política industrial del Despotismo Ilustrado, cuyos objetivos y planteamientos ideológicos no son en absoluto extrapolables a la actualidad.

Las reales fábricas en España surgieron como una imitación, un tanto tardía, las "Manufactures Royales" francesas, creadas por Colbert en la segunda mitad del siglo XVII. Colbert fue el gran ministro de Hacienda de Luis XIV que hizo de la intervención del Estado en la industria un práctica sistemática y coherente, convirtiéndola en pieza clave de su política económica, creando el modelo de empresa pública industrial que, con medio siglo de retraso, seguirán las Reales Fábricas españolas. Fueron más de un centenar las manufacturas reales creadas en tiempos de Colbert en el periodo 1661-1683, siendo especialmente numerosas en los sectores textil y metalúrgico.

Clasificación de las Reales Fábricas

Podemos establecer una primera clasificación en base a su origen, con arreglo a tres apartados:

Empresas privadas con título honorario de reales fábricas que son aquellas a quienes el rey había otorgado esa denominación a título honorífico, en reconocimiento a su carácter de empresa modelo.

Industrias de las compañías de comercio y fábricas. Eran empresas mixtas especialmente del sector textil en las que el Estado poseía una parte minoritaria y se reservaba un cierto grado de control sobre su gestión. Algunos autores como Helguera Quijada solo consideran encuadradas en este apartado las Reales Fábricas de Paños de Segovia y Ezcaray.

Reales fábricas en sentido estricto. Estas industrias se caracterizaban por tres rasgos fundamentales. En primer lugar eran empresas públicas pues habían sido creadas por iniciativa del Estado, su financiación corría enteramente a cargo de la Hacienda estatal y su gestión administrativa y económica era llevada por funcionarios estatales.

Eran empresas donde la producción se llevaba a cabo en grandes edificios aislados o en pabellones concentrados en un recinto, construidos y adaptados expresamente para ese fin, donde trabajaban reunidos grandes contingentes de artesanos que, a veces, también vivían en ellos, formando importantes colonias industriales y teniendo incluso jurisdicción propia, independiente de la del municipio en donde se enclavaban.

Real Cédula de Carlos III mandando construir la primera Fábrica de cañones y balería en el río Guadiaro, en la dehesa de Diego Díaz y Buceite.
Real Cédula de Carlos III mandando construir la primera Fábrica de cañones y balería en el río Guadiaro, en la dehesa de Diego Díaz y Buceite.

Como veremos, las Reales Fábricas de Artillería de Jimena de la Frontera respondían íntegramente a estas características de las reales fábricas en sentido estricto: creación, financiación y gestión íntegramente estatal, producción en pabellones construidos exclusivamente para este fin y recinto amurallado en donde también estaban las viviendas del personal. Asimismo tenía jurisdicción propia, cedida expresamente por el duque de Medina Sidonia, señor jurisdiccional de Jimena de la Frontera.

Atendiendo a la orientación productiva se pueden hacer cinco grandes grupos de empresas estatales: industrias suntuarias, industrias militares, industrias vinculadas con la explotación de regalías y monopolios fiscales, industrias-piloto e industrias vinculadas a la asistencia social. Entre las industrias suntuarias podemos citar la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara (Madrid), la Real Fábrica de Vidrios y Espejos de San Ildefonso (Segovia), la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro (Madrid), las Reales Escuela-Fábrica de Relojería y Platería de Madrid y la Real Fábrica de Porcelana de la Moncloa (Madrid) que reemplazó en tiempos ya de Fernando VII a la del Buen Retiro, destruida en la Guerra de la Independencia.

Entre las industrias de regalías y monopolios del Estado destacaremos las Reales Fábricas de Tabacos de Sevilla (la primera y más grande del mundo ya que por el puerto de Sevilla entraba en régimen de monopolio el tabaco de América), las Reales Fábricas de Pólvora de Pamplona, Granada, Murcia, Villafeliche (Zaragoza) y Ruidera (Ciudad Real), las Reales Fábricas de Naipes de Madrid y Macharaviaya (Málaga) y también las minas de plomo de Linares y las de cobre de Río Tinto.

Con las industrias-piloto se pretendía que actuasen como foco de difusión y modernización tecnológica en la elaboración de nuevos tipos de manufacturas o nuevas técnicas de producción industrial. Citaremos en primer lugar las Real Fábrica de Paños de Gudalajara, que llegó a ser el mayor complejo industrial de España, con 4.000 artesanos y dando trabajo a 18.000 hilanderas. Otras industrias-piloto fueron las industrias pañeras de San Fernando (Madrid), Brihuega (Guadalajara), Cuenca, Ávila y Almagro (Ciudad Real), la Real Fábrica de Seda de Talavera de la Reina, la Real Fábrica de Valencia y la Real Fábrica de Hilados de Seda a la Piamontesa de Murcia, la Real Fábrica de Lienzos de León y la del Real Sitio de San Ildefonso y la Real Fábrica de Tejidos y Estampados de Ávila.

En cuanto a los industrias vinculadas a la asistencia social se pretendía con ellas incorporar la fuerza de trabajo improductiva a labores productivas (vagabundos, mendigos, etc.) mediante el internamiento forzoso y la formación profesional. Se establecieron así escuelas-fábrica en donde se hacía trabajar a los reclusos con el objetivo doble de formación y reinserción. Entre estas empresas citaremos la de Quincallería Fina del Hospicio de Alcaraz (Albacete), la de alfileres del Hospicio de Madrid, la de Alambres del Hospicio de Cuenca y la de Hilados de Lana y Lino de la Real Casa de Misericordia de Valladolid. Resultaron un completo fracaso.

Los inicios de la artillería

El grupo de reales fábricas en que estaba encuadrada la de Jimena de la Frontera es el de las industrias militares, destinadas a cubrir las necesidades de armamento del ejército y de la marina. El Estado dio un gran impulso a la fabricación de cañones y municiones de artillería, especialmente durante la época de Carlos III. Se modernizaron y ampliaron las Reales Fundiciones de Bronce de Sevilla y Barcelona, se estatalizaron las más importantes empresas de cañones y fundiciones de hierro colado: las de Liérganes y La Cavada (Santander) en 1764 y la de Eugui (Navarra) en 1766. Además, se establecieron cuatro nuevas fundiciones estatales de municiones de artillería: la de San Sebastián de Muga (Gerona) en 1771, la de Jimena de la Frontera (Cádiz) en 1777, la de Orbaiceta (Navarra) en 1784 y la de Trubia (Asturias) en 1796, ésta ya durante el reinado de Carlos IV. A finales del siglo XVIII toda la industria artillera española estaba bajo la administración directa del Estado, con la única excepción de la fundición privada de Sargadelos (Lugo), que empezó a producir municiones para el ejército en 1795.

Es generalmente admitido que la palabra artillería es anterior a la invención de la pólvora. A partir de la Edad Media unos la derivan del sustantivo ars, artis (artificio o aparato bélico), otros del italiano artigli-era (arte de tirar) o de artiglio (ave de rapiña), lo que estaría de acuerdo con los nombres de sacre, halcón, falconete, con que se bautizaron algunos modelos antiguos.

A la artillería pirobalística le precedió la balística. Inicialmente se utilizaron artilugios que lanzaban proyectiles por tensión, torsión o contrapeso, llamados "tiros de ingenio". Entre los de tensión estaba la ballesta, gran arco dispuesto en forma horizontal que disparaba flechas o saetas. Entre los de torsión, la catapulta, viga vertical que se curvaba por efecto de un torno y lanzaba piedras. Entre los de contrapeso estaba el trabuco, viga con proyectil en un extremo que recuperaba la verticalidad al aplicársele la potencia muscular o un gran contrapeso en el extremo opuesto; era éste un ingenio para lanzar proyectiles por contrapeso, que no tiene nada que ver con el arma individual de cañón ensanchado en la boca, tan ligado a la imagen clásica del bandolero.

Una de las infraestructuras de la fábrica de artillería.
Una de las infraestructuras de la fábrica de artillería. / Erasmo Fenoy

La aplicación de la pólvora dio origen a la artillería pirobalística (de piros, fuego), no habiendo acuerdo entre los autores sobre cuando empezó a funcionar. Unos aseguran que el emperador León VI, de Oriente, apellidado el Sabio lo mencionaba en el año 880 diciendo: "unos sifones que lanzaban fuego". Otros señalan como fecha inicial la de 1118 en el sitio de Zaragoza con motivo de la reconquista de la ciudad. En crónicas musulmanas y cristianas del siglo XIII hay pasajes que hablan de "máquinas que lanzaban con fuego pelotas de hierro". Es decir, que los documentos más fiables sitúan el inicio del uso de la artillería en el período de la Reconquista en el siglo XIII y precisamente en territorio andaluz.

El ingeniero real Jorge Próspero Verboom, en un informe de 30 de septiembre de 1726, cita como novedad el uso de la pólvora durante el cerco de Algeciras de 1344, atribuyéndole la novedad de que sería la primera vez que se empleaba en España: “Les disparaban con pólvora y Cañones de la primitiva imbencion Bolas de Hierro que hacian mucho daño siendo alli que se usso la primera vez la polvora en España y por ser casso tan particular y nuevo, la cronica del rey Alonsso significa en que con ella lanzavan recios truenos y que se tiravan muchas pelotas de Hierro dentro de los Reales en que hacian mucho extrago”.

Lo que parece cierto es que en este asedio sólo emplearon artilugios pirobalísticos los musulmanes algecireños, pero no las fuerzas españolas que los cercaban. Ángel Sáez interpreta que la cita del cronista castellano de los "truenos" de los musulmanes puede referirse a pequeños cañones de mano, con reducido alcance, antecedentes de las culebrinas de mano, más largas y con mayor radio de acción. En cualquier caso, sí parece cierto que el inicio de la artillería pirobalística en España va unido a los períodos de la Reconquista desarrollados en territorio andaluz y concretamente campogibraltareño.

Las reales fundiciones españolas fueron la variante de las reales fábricas del Despotismo Ilustrado aplicadas al sector metalúrgico y muy especialmente al siderúrgico para satisfacer, principalmente, las necesidades militares. Con el advenimiento de Carlos III se inaugura una nueva etapa siderúrgica, iniciándose la construcción de nuevas fábricas, entre ellas la de Jimena de la Frontera, única en Andalucía en esa época, junto con la de cañones de bronce de Sevilla. El monarca, desde su llegada a España, había mostrado su preocupación por el estado lamentable de la artillería, poniendo al italiano Gazzola al frente de la misma.

Las fundiciones de hierro en el siglo XVIII tenían una ubicación rural, en donde se reunían los tres elementos básicos para el funcionamiento de estas industrias: minas de hierro, proximidad de bosques que garantizasen la abundancia de leñas y carbones de origen vegetal para usar como combustible y un caudal de agua imprescindible para mover las ruedas que harían funcionar los fuelles del horno. Éstas fueron las tres premisas fundamentales que aconsejaron la elección de Jimena de la Frontera para el establecimiento de estas reales fábricas, aunque como veremos los cálculos fallaron en el caso de la riqueza de las minas y en el régimen de aguas del río Hozgarganta, con fuertes avenidas en invierno y un fuerte estiaje en los meses veraniegos.

Artículo publicado en el número 34 de Almoraima. Revista de estudios campogibraltareños (2007)

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