De las pretensiones a la realidad en el asedio a Gibraltar de 1727 (y IV)
Instituto de Estudios Campogibraltareños
La falta de un plan efectivo de ataque, el desánimo de la tropa, la desautorización del cuerpo de ingenieros y una gran variedad de decisiones posibilitaron el rotundo fracaso del asedio español
De las pretensiones a la realidad en el asedio a Gibraltar de 1727 (III)
De las pretensiones a la realidad en el asedio a Gibraltar de 1727 (II)
De las pretensiones a la realidad en el asedio a Gibraltar de 1727 (I)
Las deudas generalizadas en el ejército se agravaban en el cuerpo de caballería, provocando gran desánimo. El 24 de abril el brigadier de Caballería Francisco de la Rúa informa al conde de Montemar y éste traslada la situación al marqués de Castelar cuatro días después. Había oficiales de caballería que estaban vendiendo sus caballos y equipajes para procurarse alimentos. A la tropa se le debía entre 4 y 10 mensualidades de 1726, según los distintos regimientos, y de 1727 solo el de Bravante había recibido una paga. También se les debía las raciones de pan y cebada.
Verboom participó al marqués de Castelar el 14 de abril de uno de los hechos más asombrosos de la contienda. El ingeniero general recibió la noche del día 11 de abril la visita del ayudante general, el conde de Noroña, para transferirle la orden del capitán general de que abandonara el campo al día siguiente, detallándole que Felipe V estaba informado de esta medida y asomándole represalias en caso de no obedecer. Tras esta visita, el conde de Noroña acudió a la casa del marqués de Alconchel, al que mostrándole la orden le pidió que persuadiese al ingeniero para que la cumpliera y así evitar que un oficial con veinte caballos le forzara a salir del campo.
En la orden recibida, al no haber concreción alguna del plazo de tiempo en que tenía que salir, el ingeniero solicitó esa misma noche por escrito la orden firmada por el conde de Noroña, detallando el procedimiento a seguir para cumplir adecuadamente lo ordenado. En la respuesta del día 12 de abril se le detalló que “sin réplica ni representación ninguna marche hoy sin falta a dormir a Los Barrios y desde allí a Cataluña a donde manda su Magestad”.
En aquel momento Verboom sufría almorranas e hinchazones en las piernas con un diagnóstico de hidropesía emitido por Juan Burose. Al no disponer el ingeniero de coche ni calesa, con la ayuda de un par de criados salió de San Roque con fiebre para llegar a Los Barrios tras cinco horas de camino, donde no había ni médico ni medicinas. Verboom dejó encargado a un oficial que solicitara en la tesorería y proveeduría del campo que se le pagara el sueldo y las raciones que se le debían, pero se le negó por ser contrario a las órdenes que dio el conde de las Torres al comisario ordenador, José Mauricio Sala. Más tarde, el 29 de abril Verboom pidió desde Medina Sidonia al marqués de Castelar que fuera él mismo el que ordenara la ejecución de los pagos pendientes.
El 15 de abril Verboom informó al marqués de Castelar de estos graves acontecimientos, comunicándoselo a través de una carta que entregó al dueño de unos caballos de postas de un molino del arroyo Raudal en Los Barrios. Informado el rey de la situación, desde Aranjuez hizo trasmitir al ingeniero el 20 de abril su total apoyo, haciéndole saber que el proceder del conde de las Torres “ha sido opuesto a su real intención el modo que ha practicado el conde de las Torres en apartar a VE del ejército”.
En la noche del día 18 de abril, el conde de las Torres, nuevamente a través del conde de Noroña, ordenó a Verboom que se llevara las pertenencias que habían quedado en la casa que ocupaba en San Roque antes del mediodía del día siguiente. También le ordenó que abandonara Los Barrios y se fuera a convalecer a Medina Sidonia bajo una nueva amenaza de hacerle preso. Verboom siguió su camino a través del puerto de Ojén hasta llegar a Medina Sidonia.
Casimiro Uztáriz, oficial de la secretaría del despacho de guerra, le escribió a Verboom el 5 de mayo, explicándole que había tenido reparos en responderle en su estancia en el campo por miedo a que las cartas fueran interceptadas por el conde de las Torres.
Mostrándose conocedor de la situación que estaba viviendo, le trasmitió la confianza que se le tenía en la Corte asegurándole que encontraría en el rey “la aprobación de su recto proceder”.
Con fecha del 22 de mayo según Antonio Montaigú, el conde de las Torres nombró ingeniero director a Diego Bordick, hecho que él mismo comunicó al marqués de Castelar el 2 de mayo.
Antonio Montaigú ya manifestó su malestar en una carta del 2 de mayo al marqués de Castelar sobre el trato que estaba recibiendo por parte del conde de las Torres, porque le decía que desde su llegada los trabajos de ingeniería iban peor. Detalladamente descrito por Armando Alberola Romá, durante la noche del 5 al 6 de junio un cabo de escuadra se negó a colocar unas estacas en un parapeto por orden del ingeniero extraordinario Juan Bautista Bigoti, que estaba a las órdenes del ingeniero segundo Bernardo Pene. Ante esto, Bigoti le pidió al sargento que lo hiciera obedecer, negándose éste a tal petición. El propio ingeniero comenzó a apalear al amotinado para obligarle a trabajar, provocando la oposición y desafío de los 20 soldados presentes junto al sargento, al que también amenazó con agredirle. En el testimonio de Pedro de Castro, mayor general, encontramos matices diferentes, aunque conservando lo relevante del episodio.
Montaigú escribió al conde de las Torres y a Pedro de Castro el 7 de junio para pedir justicia contra el sargento y para que reconociera al cuerpo de ingenieros “con las mismas facultades, autoridades y preheminencias que gozan los demás del ejército”.
Montaigú entregó una carta al conde de las Torres en representación de todos los ingenieros del campo, contabilizándose 34 rúbricas, apoyando al compañero ingeniero. En el momento de la recepción, el capitán general la troceó sin leerla.
El día 8 los ingenieros solicitaron antes de incorporarse al trabajo de trinchera el reconocimiento del rey de las competencias según sus grados. Por este motivo el conde de las Torres acusó a Montaigú de fomentar un motín, enviándolo preso en su barraca hasta que se le enviara preso al castillo de Santa Catalina, aunque la orden fue anulada por el conde de las Torres en la víspera de la partida.
Verboom, escribió al marqués de Castelar el 26 de junio para que trasmitiera al rey su parecer, argumentando que “si algún individuo del cuerpo había faltado en usar con un poco de demasiada viveza, los soldados rebeldes o en otra cosa se podía haberle mortificado y aún castigado en lugar de tomarse a todo un cuerpo”.
La situación se complicó por el procedimiento a seguir en el tratamiento de documentos de trabajo. El 18 de junio, el conde de las Torres ordenó al mayor general Pedro de Castro, informar a Montaigú de que “los papeles de trabajo pasen a mí para ser visados”, advirtiendo que si no lo quisiera hacer así, “marche del campo a Valencia o a donde le pareciese, no negándose”. Montaigú le respondió que “los papeles de los trabajos, después de firmados por mí pasen a ser visados de VS, se lo ejecutaré, aunque contra estilo y no suspender la satisfacción de los interesados”.
Las protestas realizadas por Montaigú y Verboom hicieron que el rey emitiera una resolución coincidente con la visión de Verboom, expresando que el ingeniero se excedió en sus funciones, pues no tenía la facultad de castigar. También desaprobó y desautorizó la conducta del conde de las Torres. El 12 de septiembre, Antonio Montaigú escribió al rey agradeciendo haber hecho justicia.
El final del asedio se empezó a vislumbrar por varios hechos. El 15 de mayo el rey británico Jorge I hizo una arenga a su Parlamento, en la que agradeció la confianza recibida. Mostrando aires victoriosos y de superioridad, se calificó como amante de la paz.
El marqués de la Paz el 27 de mayo informaba a la Corte del temor que existía de que la plaza cayera en manos de los españoles si se finalizara la mina de Sta. Bárbara. Los temores españoles se fijaban en el posible desembarco por la retaguardia española.
Por otra parte, en una carta que envió José de Gayoso y Mendoza al marqués de Castelar el 26 de mayo, le manifestó que el conde de las Torres se había retirado a San Roque enfermo, dándole a entender que Felipe V pretendía “levantar el sitio o reducirlo a un bloqueo”, al mismo tiempo que ordenó retirar los cañones fuera de servicio y fajinas al parque y la de moderar el fuego de la artillería. La intensidad de los ataques enemigos disminuyó, contabilizándose una media de entre 30 y 40 disparos diarios. Pedro Yáñez de Saavedra le comentó al marqués de Castelar el 26 de mayo las últimas órdenes dadas por el conde de las Torres, prohibiendo a los genoveses tener tienda o barraca para vender género alguno en el campo, tratándolo como espía al que se encontrase. A este colectivo solo se les permitiría vender sus productos en la orilla de la playa. Se mandó disminuir a la gente en las trincheras y en los puestos avanzados. Se reubicaron a la reserva ubicada en la torre del Molino y a los 100 granaderos de la derecha y los de la izquierda a emplazamientos menos arriesgados. Por último, ordenó que “salgan de estos contornos los pobres de solemnidad y demandantes que vaguean por entre las tropas y que no puedan pedir sin orden del Mayor General”. En los días posteriores a esta carta, el conde de las Torres ordenó que los seis cañones que esperaban desde Cádiz se ubicaran en el parque junto a otros seis nuevos. El día 5 de junio solo quedaban 14 cañones en el istmo que hacían fuego muy moderado. Esta disminución de fuego coincidió con la preparación de los preliminares del Tratado de París, firmado el 31 de mayo de 1727 entre Francia y Austria y aceptados por España el 13 de junio. El 5 de junio José Blanco comunicó al marqués de la Paz que a final de mayo los ingleses suspendieron los preparativos para continuar la defensa. El día 24 de junio se decretó la suspensión de armas, iniciándose el proceso de allanamiento.
Suspendida la real orden de la construcción de una empalizada de mar a mar proyectada por Montaigú, se construyeron once barracas de mar a mar para controlar el contrabando, la deserción y dominar el territorio frente al Peñón.
Artículo publicado en el número 52 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños. Marzo de 2020.
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