INSTITUTO DE ESTUDIOS CAMPOGIBRALTAREÑOS

De las pretensiones a la realidad en el asedio a Gibraltar de 1727 (III)

Imagen de época de Gibraltar

Imagen de época de Gibraltar

En este primer mes de fuego, la producción de disparos de la primera batería construida al mando del teniente provincial Agustín José Braus, se vio mermada por aparecer grietas en 4 cañones de hierro debido a la mala calidad del material utilizado, sucediendo lo mismo en otro de bronce. La batería quedó reducida a 4 cañones de hierro y 13 de bronce útiles. Otra variable que afectó a la eficiencia del fuego español fue la mala ubicación de la batería de 20 cañones mandada por el conde de Mariani, que empezó a disparar el 14 de marzo. Verboom señaló al conde de las Torres como la persona que ordenó su construcción en esa circunstancia desacertada y que calificó de tener bajo efecto ofensivo por lo enterrado que se formó la estructura a una distancia superior a 400 toesas del objetivo a batir. También inquietaba la falta de materiales que garantizaran su pleno funcionamiento junto a la escasez de artilleros.

El 18 de marzo de 1727 Antonio Montaigú de la Perille llegó al campo donde el conde de las Torres le encargó “la dirección de esta operación”.

Este mismo día 18 de marzo, Verboom redactó una intensa carta al secretario de guerra trasmitiendo sorpresa por no haber recibido un comentario por parte de Baltasar Patiño ni del propio rey respecto “de lo que ha acontecido con este general en asunto al trato que ha usado conmigo”. Patiño le explicó el 22 de marzo que le había estado respondiendo “de tiempo en tiempo”.

Uno de los aspectos que contribuían a la imprecisión de lo que se comunicaba al exterior era que Verboom no reflejaba en el diario que enviaba a la Corte una parte de los muertos y heridos que se originaron durante una parte del asedio porque el conde de las Torres ordenó que no se informara de esto, especialmente a Verboom. También Verboom advirtió que los mapas enviados por el conde de las Torres no reflejaban fielmente el escenario de guerra, no queriendo éste que se representaran las inundaciones de las trincheras. Insistiendo en la idea de que la realidad en el campo era desconocida por el rey, dice refiriéndose a él “que carece como de la verdadera situación de las cosas [...] y se queda en oscuras la verdad de los hechos”.

Verboom notificó de otra situación con meticuloso detalle: los datos publicados en la Gaceta de Madrid no reflejaban la realidad del campo. Éste era un periódico de pequeño formato en el que se notificaban las noticias más relevantes nacionales e internacionales, proclamando un carácter semioficial con alguna censura gubernamental. El asunto ya tratado por Verboom sobre la falta de fidelidad de lo que estaba acaeciendo en el campo siguió analizado por él en una carta del 27 de marzo, donde aseguraba exponer “la pura verdad del estado actual de esta ardua e importante empresa. Y mayormente que he preparado en el diario comprendido en las Gacetas de Madrid”. Según la publicación, en referencia a lo ocurrido el día 5 de marzo, la certera artillería española calló 7 cañones de la batería de Santa Ana, cuando lo que realmente aconteció fue la depreciación de su fuego. Esta atenuación del fuego duró poco, pues esa misma tarde volvió a disparar con todas sus piezas y además incrementando sus tiros. Por si fuera poco, en cuanto a la diferencia entre la realidad y lo publicado en la Gaceta de Madrid, Verboom también añade que los ingleses habían montado una batería con 4 morteros, dos en lo más alto del monte, otra en la cortina con tres o cuatro cañones y una quinta en el muelle.

Otra de las rectificaciones que hace Verboom sobre lo publicado en la Gaceta de Madrid en otra fecha, va en relación a lo adelantado que está el frente español. En la publicación se anunciaba la inminente construcción de una batería propuesta para batir en brecha en el frente de la Puerta de Tierra, cuando realmente la batería que se iba a construir estaba a 170 toesas del pie del recodo del monte, donde difícilmente podría llegar el disparo de fusil. Junto a la ya comentada errónea construcción de la batería de Mariani a seis u ocho pies por debajo de lo deseado y detallando que la altura de la muralla era mayor que el resto de construcciones, añadimos que el mismo error se cometió en la batería de San Pablo. La elección de los emplazamientos de estas baterías fue decisión del propio conde de las Torres, tras haber acusado a Verboom de pretender el retraso de la toma de Gibraltar. Según el ingeniero, el conde Torres “no sabía donde las quería ni lo que se había de batir”.

En esta fecha de 27 de marzo, el curso del asedio seguía sufriendo importantes déficits, como el que se contara solo con 34 cañones de 24, 9 de 16, 6 morteros de 12 y 4 de 9. El uso que se estaba haciendo de la artillería suponía el desgaste de las piezas existentes, entendiendo Verboom que llegado el momento de hacer un efecto dañino con la presencia de más cañones, ya se encontrarían fuera de servicio. La valoración del asedio que seguía haciendo Verboom, consideraba “la mala forma con que se han adelantado estos ataques […] no conseguiremos la toma de esta plaza, ni hacer brecha”.

Añade Verboom alguna pesquisa que “paso en silencio”, dando a entender que sospecha que pueda estar fuera del conocimiento del secretario de Estado de Guerra. Con este matiz, refería la mengua de la tropa por la presencia de enfermedades, el alto número de muertos y heridos junto al aumento de deserciones, a las que describe como “en bandadas”.

Grabado de una batalla naval en el Estrecho. Grabado de una batalla naval en el Estrecho.

Grabado de una batalla naval en el Estrecho.

La gran esperanza del conde de las Torres era la mina de Santa Bárbara bajo la batería de Santa Ana a manos del ingeniero Felipe Crame, nombrado ingeniero extraordinario por el rey y destinado el 3 de enero de 1727 a Algeciras como delineante del ingeniero en segundo Diego Bordick, se inició sin tener un objetivo claro de cómo se usaría la mina para destruir la batería. La primera intención era la de dinamitar la mina y producir un desprendimiento de la pared de la roca para poder subir a la batería y volarla, pero ya iniciada la obra se percataron de que un desplome de piedra tan escarpado que seguiría impidiendo el acceso de los soldados a la batería. Así se replanteó el uso de la mina, intentando perforar hasta justamente debajo de la batería para volarla con dinamita.

El conde de las Torres seguía buscando la suerte a través de ideas oportunistas para conseguir la plaza. El 22 de marzo fueron llamados al campo Miguel Tortosa, oficial del Estado Mayor de Artillería, que estaba al cargo de garantizar el paso de los cañones por el puerto de Ojén, y un paisano para reconocer una cueva ubicada a 100 varas por debajo de la cumbre. El ascenso fue relatado con auténtica dureza cuando dice “que jamás me he visto más fatigado pues además de ser preciso ir descalzo para poder subir por los tajos que apenas podía uno afirmarse con los dedos. Eran tantas las piedras que arrojaban de lo alto que a cada paso esperaba el último golpe”. Tras la exploración se concluyó que carecía de interés estratégico.

Las actuaciones del espionaje inglés tenían un punto de interés en San Roque, donde acudía algún sector de la tropa y relataban públicamente asuntos propios del asedio que debían guardar con celo. Los testigos de estos testimonios posteriormente se trasladaban a Gibraltar con la presunción de que pudieran informar al enemigo. Esta situación llegó a ser preocupante a finales de marzo, debido a la ausencia de generales en el campo que controlaran el movimiento de sus subordinados. El conde de las Torres para contrarrestar este perjuicio ordenó el 31 de marzo a Pedro de Castro Figueroa, mayor general de Infantería, que ningún oficial se apartara de su regimiento, que no durmieran fuera del campo y que ningún soldado comunicará a ningún oficial de otro cuerpo una orden dada en cada uno de los suyos. El incumplimiento de estas órdenes estaría penado con un fuerte castigo, igual que alejarse más de media legua del campo.

A pesar de que también obligara a abandonar a los oficiales sus casas de San Roque, se permitió alguna excepción.

Felipe V, bajo cuyo reinado se promovió la contienda. Felipe V, bajo cuyo reinado se promovió la contienda.

Felipe V, bajo cuyo reinado se promovió la contienda.

Juan Burose, cirujano mayor de los Ejércitos certificó el 10 de abril la deteriorada salud del ingeniero director, Juan de la Freire. En su certificado recomendó, que el paciente por presentar afecciones en el pecho, fiebre y escupos de sangre, “mude de aire apartado del mar”. A raíz del certificado médico, Verboom emitió al día siguiente el permiso para que se traslade a Coín a convalecer en base a la orden del día 12 del conde de las Torres que expidió el mayor general de los Ejércitos, Pedro de Castro.

El marqués de Castelar seguía recibiendo quejas de diferentes oficiales, aunque el que más crítico se mostraba era Verboom. Éste, por una carta con fecha de 12 de abril conocemos que las baterías de los tenientes provinciales Agustín Braus y la de Francisco Valvasor, acusaban la falta de solidez con que fueron construidas a base de arena. Aparte de sufrir el desmoronamiento de su base por el estruendo que producía cada cañonazo, se convertían en un blanco más fácil de alcanzar por el enemigo por su excesiva altura. Las trincheras no eran más que zanjas por la falta de fajinas. La perforación de la mina de Santa Bárbara era tediosa, perforando un pie cada 24 horas. El conde de las Torres modificó el proyecto ordenando abrir un ramal que también se dirigiera a la base de la batería de Santa Ana para hacerla volar. En resumidas cuentas, “después de 49 días de aberturas de trinchera, que se puede decir que estamos todavía a los principios”. Verboom concluyó su carta esperando que se trasmitiera a Felipe V “que mientras más se continuara este sitio, se hallará el honor de las Armas de S. M. tanto más empeñado y expuesto al peligro”.

Por último, el ingeniero insistió al marqués de Castellar para que hiciera partícipe al rey de la manera continua que se publicaba lo contrario de lo que estaba ocurriendo.

Era tal la importancia que da Verboom a este constante maquillaje de la realidad, que consideraba la posibilidad de que el rey pudiera desconocer el verdadero desarrollo de la contienda. Por este motivo propuso que “el rey se dignase a enviar aquí a una persona inteligente de su mayor confianza que venga a reconocer el estado de esta empresa, a fin de poder dar cuenta a S. M. de la verdad del hecho”.

En la línea de Verboom, con fecha de 2 de abril, el conde de Montemar también pidió al rey a través del marqués de Castelar que enviara a un general de confianza para que le informara de la realidad tan caótica del campo, pues no era fácil “desde él expresar puntualmente lo que aquí pasa”.

En una carta escrita por José Blanco desde Londres, consignada a Juan Antonio de Zeballos con fecha de 7 de abril de 1727, expresaba que en la capital británica se ilustraba la realidad que se vivía en la plaza de Gibraltar, que aunque no era la idónea por la falta de cañones, ingenieros y cirujanos, se sobrellevaba con más tranquilidad.

Jacinto de Pozobueno avisó con fecha de 8 de abril a la Corte de la presencia de un singular espía, el duque de Wharton, según información aportada por el barón de Palm. Con mucho interés por parte de Felipe V sobre el control del sospechoso, al conde de las Torres se le encargó recatarse de él y hacerle un seguimiento cercano. Su esposa fue vigilada por dos oficiales que servían en el regimiento de Hibernia que fueron seleccionados por ser parientes y así podrían pasar desapercibidos en la misión. De ella, indignados y sorprendidos, solo constataron la manera en que escandalizaba a la tropa en bailes y convites. Fue tan grande y dudosa la evolución de los informes del conde de las Torres respecto al duque, que se consultó a su padre confesor, el cual solo constató su deterioro por la ingesta de alcohol, recomendando apartarle del campo. En los días de la suspensión de armas no había confirmación de que el duque de Wharton fuera espía.

Artículo publicado en el número 52 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños. Marzo de 2020.

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