Instituto de Estudios Campogibraltareños

El paisaje y Cruz Herrera (II)

  • En estos los paisajes urbanos orientalistas encontramos al artista más intuitivo y vibrante, plasmando las escenas con una gama de colores muy acertados cargados de materia, maridaje que aplasta al individuo y subyuga al espectador

José Cruz Herrera. Judeia. Óleo/lienzo (52x73 cm).

José Cruz Herrera. Judeia. Óleo/lienzo (52x73 cm).

El paisaje urbano marroquí

En cuanto a los tipos de paisaje, los aborda desde múltiples localizaciones, perspectivas y panoramas; sin embargo, donde Cruz Herrera alcanza sus mayores logros es en los paisajes urbanos marroquíes, sobre todo de la medina, con sus mezquitas, zagüías, alminares, zocos, calles estrechas, emparrados… Ya vimos que su visita a Tánger en 1921 lo había atrapado en el exotismo de las tierras de la cara sur del estrecho de Gibraltar; pero esa inquietud venía desde mucho más atrás:

“Yo nací en La Línea de la Concepción (el año no lo digo y así salgo ganando). Desde la terraza de mi casa, contemplaba las montañas azules de África como algo misterioso que me atraía y adivinaba los miles de asuntos maravillosos que aquellas tierras descubrirían ante mis ojos, que anhelaban mirar y estudiar de cerca. Y efectivamente, en el año 1926, con lo que me dieron de mi primera medalla en la Exposición Nacional, me planté en Casablanca, con la idea de permanecer allí unas semanas hasta que se acabaran las pesetas de la Medalla”.

Y desde Casablanca va a viajar sin descanso.

José Cruz Herrera. El arco. Óleo/lienzo (64x53 cm). José Cruz Herrera. El arco. Óleo/lienzo (64x53 cm).

José Cruz Herrera. El arco. Óleo/lienzo (64x53 cm).

Así, en sus múltiples exposiciones no faltan paisajes urbanos de Tánger, Tetuán, Xauen, Rabat, Fez, Marraquech, Mequinez...; un paisaje completamente diferente al que hacía durante su estancia en París, como así se puede ver en esta crítica de la exposición que montó en noviembre de 1935 en el Passage Sumica de Casablanca:

“Dans les paysages, il y a deux artistes en Cruz Herrera, deux artistas usant de facteurs différentes: l’une, déchivante de tristesse avec La rue de París (nº4) ou simplement mélancolique avec Dijon (nº 48) […]; l’autre, éclatante de fougue et de lumière avec les Pyrénées”

Está claro que cuanto más se desplaza hacia el sur va ganando terreno el pulso y la fogosidad de la sangre, que expresa con más virulencia cuando llega a Marruecos. Este espíritu que muestra el maestro linense lo refleja certeramente el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Juan Beigbeder, cuando dijo unas palabras en la inauguración de la exposición de Cruz Herrera que tuvo lugar en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en enero de 1940: “El pintor español es el único que siente e interpreta todo lo que es Marruecos”.

Cómo afronta el paisaje

Pero veamos qué impresión dejó en la crítica el género del paisaje de Cruz Herrera. José Camón Aznar, que había criticado la pintura de Cruz Herrera en algunas ocasiones, llegó a decir en 1957: “De los cuadros que presenta Cruz Herrera preferimos el paisaje, con muy finos matices en grises y luces filtradas”. Camón Aznar no andaba muy descaminado, pues en los paisajes, sobre todo en el paisaje urbano marroquí, de acusadas perspectivas y potentes fogonazos de contrastes lumínicos, es donde encontramos al Cruz Herrera más intuitivo, afrontando el motivo con una espontaneidad muy certera. Como dice Bernardino de Pantorba:

“El pincel de Cruz Herrera no quiere dormirse en la factura aprendida; aspira a ensancharla, a enriquecerla; aquí aparece espontánea, fluyente, ligera de color; allí, insistida, empastada, con el color en gruesas capas. Y nunca descendiendo al alarde hueco del oficio”.

Y unos ejemplos de tan notable y aplastante forma de afrontar el paisaje, con gruesas capas de pintura, sugerentes degradaciones cromáticas y luces filtradas, lo tenemos en Lluvia en Marrakech, donde el “paisaje atmosférico” es el protagonista, Callejuela o “un estudio de tormenta, en grises”, que presentó en una exposición colectiva, en la primavera de 1927 (La Gaceta Literaria, 1/V/1927). En 1938 el crítico de arte Jean Ollivier, escribió:

“Les paysages de Cruz Herrera ne valent pas moins. Certain defilé dans un coin d’Espagne: ‘ASTURIES’ (nº 63) m’a fort impressionné par son interpretation qui rend avec un relief surprenant la grandiose majesté des montahnes —nota de prensa, s.f.—2.

Y es en estos temas donde su mano es guiada por su vena artística: “Tetuán en la noche, estampa vívida, apreciada entre tonos de luces y colores extraños en los que Cruz Herrera pone a contribución la nota más aguda de su talento excepcional” (El Faro de Ceuta, 26/XII/1939).

José Cruz Herrera. Moulay Driss. Óleo/lienzo (61x50 cm). José Cruz Herrera. Moulay Driss. Óleo/lienzo (61x50 cm).

José Cruz Herrera. Moulay Driss. Óleo/lienzo (61x50 cm).

De nuevo entre los meses de marzo y abril de 1948 vemos a Cruz Herrera en el Salón Cano de Madrid, donde también presenta “pequeños paisajes y perspectivas de interiores de factura briosa, con pinceladas chispeantes y sensibles, con esta inevitable técnica de toques veloces y jugosos; con que los orientalistas desde el romanticismo han sorprendido los brillos abigarrados y los claroscuros ardientes y fúlgidos del África cercana” (ABC, abril de 1948). Por su parte, Jean-Paul Berger señala con respecto a la exposición en la Galerie du Livre de 1952: “Paysage de Castille —5 bis—, d’une heureuse spontanéité, est empreint d’atmosphère” — catálogo de la exposición—.

Cabe añadir que los personajes que aparecen en los óleos urbanos marroquíes suelen estar muy integrados en el medio, casi anónimos y poco definidos al estar tratados con una pincelada suelta y pastosa, haciéndolos, con tan magistral pirueta, palpitantes, vibrantes y dinámicos; llenándolos de vida.

Austeridad y pasión

Como vemos, Cruz Herrera se asoma al barranco de la “pintura intuitiva”, donde se libera del academicismo más formal para jugar con las experiencias más vitales que le ha dado una vida plena de sensaciones. Es la época en la que triunfa el norteamericano Jackson Pollok, que lleva el informalismo y la intuición a extremos insospechados a través del “dripping” o “action painting”. Aunque Cruz Herrera es refractario a la pintura abstracta, los ecos de las nuevas tendencias calan en el espíritu más libre, más independiente, que tiene agazapado.

Esta doble cara de artista entra dentro de la lógica más plausible. El crítico parisino, Maximilien Gauthier, lo supo reflejar con estas palabras en la exposición de noviembre de 1934 en Casablanca: “Son style provient d’un constante alliance d’austerité et de passion”.

Para ilustrar la sentencia, veamos una muestra. Cuando a principios de los años cincuenta visita Ronda (Málaga) para realizar unos retratos de encargo, no se limita a la pintura de gabinete, sino que plasma algunos encuadres del famoso tajo y otros lugares tan sugerentes de la bellísima ciudad serrana. De lo formal, del academicismo, de la realidad, en ocasiones sobreactuada, pasa a lo informal, a soltar la mano, a prodigar la textura sin mesura, a salir del corsé que le impone el oficio. Con estas armas equilibra el espíritu. Una personalidad tan rotunda, vitalista e independiente, no puede sobrevivir de otra manera: en 1952, cuando Cruz Herrera rondaba los sesenta y dos años, Jean-Paul Berger lo describe así: “l’enfant chéri du Maroc, toujours jeune, un tantinet espiègle malgré ses cheveux blanchissants”. No hay otra salida para seguir adelante de la realidad más severa, que, a veces, le dicta el encargo. Recordemos que su maestro Cecilio Pla le había anticipado que para ser artista no sólo bastaba la disciplina de la técnica, también eran imprescindibles el sentimiento y el corazón.

Conclusiones

Varios fueron los factores que hicieron de Cruz Herrera un destacado paisajista. Primero cabe apuntar esa curiosidad innata propia de un ser que había nacido para ser artista. Segundo, sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando le dieron una sólida formación académica. Aunque destacó como excelente retratista, las enseñanzas de eminentes paisajistas como Muñoz Degrain y, sobre todo, Cecilio Pla, le dejaron un sello que nunca dejó de lado. Igualmente, su estancia en Madrid le dio una oportunidad única de visitar los museos, donde va a encontrar a los maestros clásicos que dominaban el paisaje, entre ellos Velázquez, referente y faro de la pintura española.

José Cruz Herrera. Lluvia en Marrakech. Óleo/lienzo (54x65 cm). José Cruz Herrera. Lluvia en Marrakech. Óleo/lienzo (54x65 cm).

José Cruz Herrera. Lluvia en Marrakech. Óleo/lienzo (54x65 cm).

Por otro lado, el espíritu viajero intrínseco en la personalidad del pintor linense le dio suficientes motivos y razones para alimentar su obra a través del paisaje; y es en este género donde aparece el Cruz Herrera más intuitivo y sauvage; más vital y libre. Pero fue, sobre todo, en el paisaje urbano marroquí, que le ha dado justa fama de paisajista, donde encontramos al Cruz Herrera más eficaz y acertado.

Aquí, la perspectiva y las líneas de fuga campan a sus anchas, al igual que una pintura pastosa y vibrante, más próxima al impresionismo que al realismo, además de contrastados efectos de luz. En cuanto a los aspectos formales, la técnica que emplea principalmente es el óleo sobre tabla y lienzo, de pequeño y mediano formato, trabajado con pincel y espátula. Por otro lado, calculamos que alrededor de un diez por ciento de su producción artística son paisajes.

Por último, la crítica, en general, se muestra muy favorable al considerar que en los paisajes impera una acertada intuición sobre el academicismo.

Artículo publicado en el número 56 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (2022).

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