El origen de La Línea en relación con la toma de Gibraltar de 1704 (III)
Instituto de Estudios Campogibraltareños
El crecimiento demográfico y las restricciones impuestas por los gobernadores británicos favorecieron que comerciantes y familias expulsadas se asentaran de manera estable en el istmo de La Línea
El ayuntamiento de San Roque denunció la pérdida de vecinos y recursos mientras los comandantes generales reforzaban su autoridad y consolidaban la autonomía del nuevo poblado
A la sombra del Peñón (1793-1815)
Hay una frase que, no sin cierta gracia, califica a Gibraltar como el casco antiguo de La Línea y que no viene sino a recoger el sentido de ciudad dormitorio para la mano de obra que trabajaba en el Peñón que, desde los primeros momentos, se dio en los terrenos del punto. El investigador gibraltareño Tito Benady localizaba el gran auge económico de Gibraltar, a partir de 1793. En consecuencia, debemos pensar que, desde aquel año, se propiciara la llegada a la plaza de un número cada vez mayor de comerciantes, marineros y trabajadores de diverso origen, entre los cuales había españoles, italianos, judíos, etc, que se habían sentido atraídos por el progresivo incremento de su actividad comercial, especialmente importante después de que Napoleón decretara el bloqueo continental a Inglaterra.
Este incremento de la población en el Peñón, se vió acentuado por la posterior llegada a la colonia de un buen número de italianos procedentes de los territorios ocupados por Francia, así como por el propio refuerzo de su guarnición militar. La primera consecuencia que tuvo para los residentes del istmo fue potenciar la puesta en cultivo de nuevos terrenos de cara a cubrir la creciente demanda de alimentos, lo que trajo consigo la implantación de nuevos asentamientos.
Pero además, otra circunstancia iba a jugar en este sentido y es que, condicionados siempre por el principio que sirvió a Tommy Finlayson para titular su libro, aquel inapelable The Fortress come First, los gobernadores ingleses siempre se mostraron reacios a dar acogida dentro de las murallas de su fortaleza a un número cada vez mayor de extranjeros, y no tardaron en adoptar medidas y favorecer actitudes, que hoy se calificarían incluso de xenófobas, con el fín de controlar e incluso reducir la presencia de estos extranjeros en el territorio bajo su autoridad.
Si colocamos la creciente demanda sobre este telón de fondo no será difícil entender que pronto resultara casi imposible para alguien que no fuese británico, la consecución de una vivienda en la plaza, lo que llevaría a muchos a adoptar una solución que también se convertiría en tradicional: desarrollar su trabajo en la colonia pero residir en el territorio del istmo controlado por España. Un claro antecedente de las funciones que la futura población asumiría más tarde.
Finalmente el asentamiento en el istmo se vería también favorecido por otras medidas igualmente emanadas de la máxima autoridad inglesa en la colonia. En tal sentido mencionaremos los frecuentes decretos de expulsión, que propiciaron la llegada de algunos de los afectados por los mismos, o la directriz que ordenaba el cierre de la mayor parte de las numerosas tabernas de la colonia, y que no hizo sino sentar las bases de las conocidas "botillerías" del istmo, un incipiente y lucrativo negocio que, curiosamente iba a estar controlado, en la mayoría de los casos, por genoveses igualmente instalados en el punto de La Línea.
Ni que decir tiene que todos estos pobladores se afincaban en los terrenos del istmo linense tras obtener el permiso del comandante general del Campo, una práctica que, a causa de las reticencias de San Roque, debió quedar institucionalizada, al menos, desde los primeros años del siglo XIX. Sólo así, se justifica que, casi un cuarto de siglo después, la corporación de San Roque pudiera lamentarse diciendo "…que la mayor parte de los edificios que existían allí [se refiere al punto de La Línea] habían sido fabricados con orden de los señores Comandantes Generales que había habido en este Campo desde el año de mil ochocientos uno".
Curiosamente, lejos del desastroso efecto que tuvo para los habitantes y caserío del núcleo principal de San Roque, el estallido de la Guerra de la Independencia terminó favoreciendo el asentamiento de personas en el istmo. El avance de los ejércitos napoleónicos y la arribada de sus vanguardias al Campo de Gibraltar convertiría el Peñón y el territorio cubierto por el alcance de sus baterías, tales como la aguada y los arenales del istmo situados en los alrededores de las fortificaciones, en lugar de refugio para los pobladores de la zona, especialmente para los vecinos de San Roque.
No es extraño que, habiéndolo perdido todo, algunas de estas personas decidieran fijar definitivamente su residencia en el protegido punto de La Línea, alentadas por la creciente demanda de mano de obra que registraba la colonia. Tengamos en cuenta que el éxito comercial que se dio en Gibraltar provocaría que, a pesar de las grandes mortandades causadas por las sucesivas epidemias de 1804, 1811 o 1813, la población del Peñón llegara a triplicarse y con ella la demanda de productos alimenticios que, como hemos mencionado ya, era satisfecha por los huertos de La Línea. Es necesario destacar aquí el enorme esfuerzo que los antiguos pobladores del ismo tuvieron que desplegar para roturar, abrir pozos y dotar de sistemas de irrigación hasta convertir aquellas arenas, azotadas por el viento, en fértiles huertas. El primer repartimiento de tierras de titularidad pública realizado en 1810, constituye una buena prueba del interés existente en la explotación agrícola de los terrenos cercanos a la colonia, concretamente los situados entre el mal llamado "campo neutral" y Torre Carbonera, conocidos como la Tunara y el Zabal, núcleo tradicional de agricultores. El trabajo de aquellas gentes "forajidas" permitiría en 1870 poner sobre la mesa ciento cincuenta ejemplos de explotaciones agrícolas.
Para completar el capítulo de disposiciones inglesas que favorecieron el asentemiento de personas en el istmo a comienzos del siglo XIX, es necesario destacar los decretos de expulsión de extranjeros firmados por los gobernadores del Peñón. Algunas de estas medidas afectaban particularmente a extranjeros procedentes de dominios franceses, otras se presentaban
como prevenciones sanitarias basadas en el convencimiento de que la superpoblación del Peñón favorecía la propagación de epidemias.
Entre las primeras, tenemos los decretos de expulsión de genoveses de 1804 y 1811; entre las segundas podemos citar la expulsión de portugueses, judíos y españoles decretada a mediados de septiembre de 1813. Como consecuencia de ellas, muchos de los expulsados terminaron fijando su residencia también en el punto de La Línea.
Finalmente, destacar que, en medio de todo este proceso, puede que la destrucción en 1810 de las viejas murallas y baluartes de la línea de Contravalación influyera positivamente, y no tanto porque dejaran expeditas nuevas vías de acceso, sino porque terminaron con la posibilidad del uso militar de aquella obra, liberando espacios y sobre todo materiales, aunque a costa de hacer desaparecer el único valladar que atenazaba las ambiciones expansionistas inglesas en el istmo desde 1731.
En un alegato en contra de la concesión de nuevos permisos de edificación en los denominados "puntos", fechado el 26 de noviembre de 1812, el alcalde de San Roque reconocía ya la existencia de cincuenta vecinos en el punto de La Línea, teniendo en cuenta el significado del término, podemos afirmar que ese año, la población en el punto de La Línea debía rondar los doscientos habitantes. De ellos, aproximadamente la cuarta parte eran genoveses.
Debido a la residencia estable de este número de personas, a las que el ayuntamiento de San Roque no dejó de restar importancia, el aspecto del punto de La Línea en los años que siguieron a la destrucción de las fortificaciones y según las descripciones que de él hicieron viajeros y escritores, se correspondía con un conjunto de "viviendas modestas construidas de maderas juncos y cañas y muy pocas de piedra y barro, que se agrupaban en una sola y corta calle que se denominó 'Real'…".
Además de la capilla, la señal inequívoca de que los primitivos asentamientos del punto se habían consolidado como poblado fue la institución de los alcaldes de barrio. En el mes de agosto de 1813, las anotaciones correspondientes a la toma de posesión del primero de ellos son un buen ejemplo de la pervivencia de las viejas posturas por parte de las autoridades de San Roque.
El conflicto de intereses con San Roque
Las necesidades económicas del ayuntamiento de San Roque, especialmente importantes para atender a los daños sufridos por las calles y viviendas de su principal caserío durante la pasada guerra, llevaría a sus responsables a promover un aumento de sus ingresos y a intentar compensar la notable pérdida de habitantes que estaba sufriendo desde finales del siglo, procurando que sus habitantes no se instalasen en otros puntos del término.
La concesión de permisos para edificar o reparar las viviendas de los puntos militares que otorgaban los comandantes generales se convirtió, entonces más que nunca, en el auténtico caballo de batalla de esta política, llevando el enfrentamiento secular de competencias que se mantenía con los comandantes generales a uno de sus puntos álgidos.
En una asamblea del ayuntamiento fechada el 22 de octubre de 1812, en plena crisis del municipio, se recordaría de nuevo el perjuicio que se originaba a esta ciudad (San Roque) el ser permisivo con el asentamiento de personas en los diferentes puntos. El argumentario no tiene desperdicio. Comenzaba calificando las viviendas del punto, de abrigo de contrabandistas y gente de mal vivir, para continuar acusando a sus habitantes de no participar de las cargas que conllevaba la obligación de dar acogida a las numerosas tropas que por allí pasaban, de no cumplir con el recién implantado servicio de milicia urbana y sobre todo, de no asumir el pago de impuestos a pesar de las crecidas ganancias que obtenían con sus casas de tráfico.
Y, al tiempo que se exigía a los residentes en los puntos de Campamento y Puente Mayorga el inmediato traslado de su residencia al caserío de San Roque se manifestaba que:
“Por lo tocante a La Línea de Gibraltar se presente al Sr. Comandante Militar de este Campo manifestándole los perjuicios que se originan en este pueblo de permitirse fabriquen casas en dicho sitio y del derecho que tiene esta ciudad para reclamar el remedio de estos males.
Unos males que, según el mismo alegato se originaban porque los interesados en instalarse en la Línea y los demás puntos …reputándolos en su concepto por puro militares, y figurándoseles no dependen de esta jurisdicción acuden a los comandantes Generales de este Campo para la concesión de terrenos que les sirvan para fabricar casas u otras oficinas. Una práctica que, según se lamentaban, se había implantado gracias a la indolencia o indiferencia con que las Autoridades habían mirado estos hechos…
Y, con acertado sentido de la anticipación, la máxima autoridad de San Roque terminaba advirtiendo que si el Ayuntamiento se desentiende y no sostiene con carácter firme sus resoluciones, prohibiendo …cuantos permisos se le pidan de esta naturaleza, se tocará muy en breve que aquellos vecinos soliciten de la Superioridad se les nombre Justicia, señale terrenos, y de caudales para manejarse con independencia de esta Ciudad”.
A pesar de sus esfuerzos, las pretensiones del ayuntamiento siempre se estrellaron contra las atribuciones de los comandantes generales. Sirva como ejemplo de la contundencia que siempre mostraron, la orden emitida el 7 de julio de 1813 a raíz de varios incidentes con la autoridad civil por el tema de los permisos, en la que se dejaba meridianamente claro que "en el Punto (de la Línea de Gibraltar) no habían de obedecerse órdenes algunas mientras no fuesen dirigidas con oficio del Señor Comandante General de este Campo".
Artículo publicado en el número 34 de Almoraima. Revista de estudios campogibraltareños.
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