El origen de La Línea en relación con la toma de Gibraltar de 1704 (II)
Instituto de Estudios Campogibraltareños
Los contingentes militares que ocuparon el istmo durante los asedios atrajeron a comerciantes, artesanos y civiles, generando actividad económica y asentamientos temporales
La firma de la Paz de Versalles en 1783 permitió que los primeros pobladores se establecieran de manera estable en el istmo, favorecidos por la comunicación con Gibraltar y la tolerancia militar
En este punto, debemos considerar que, teniendo en cuenta la organización logística de la época, el despliegue de grandes contingentes militares traía siempre aparejada la llegada al lugar de cierto número de civiles. Recordemos que se trataba de ejércitos que se sostenían sobre el terreno, con lo cual se favorecía enormemente la producción y el comercio de alimentos y productos de primera necesidad. Pero además de los buhoneros, vendedores, etc que surtían a las unidades o se ocupaban de garantizar diversión a los soldados, la presencia de las tropas también proporcionaba quehacer a artesanos, zapateros, talabarteros, sastres, herreros, etc que acudían ante el incremento de la demanda de sus especializados trabajos que allí se producía. Esto, sin duda, hizo que, incluso durante la guerra, el territorio al norte de las murallas comenzara a registrar la presencia permanente de cierto personal no militar.
En definitiva, debemos considerar que la presencia de cierto número de civiles fue habitual en el istmo durante los sitios, y es muy posible incluso que algunos llegaran a instalarse en edificaciones de fortuna a la sombra de los campamentos militares. José de la Vega, ya recogió tal posibilidad en el libro del centenario; posibilidad que quedaría confirmada por la aparición en un listado de extranjeros residentes en el punto de La Línea elaborado en 1815, de un tejedor de origen genovés llamado Lorenzo Orrigo que aseguraba residir en la Línea desde el año 1779.
La paz de Versalles y primeros asentamientos en el Istmo
Sin embargo, siguiendo su estela y aún reconociendo la importancia que estos primeros civiles tienen como precursores de los futuros asentamientos, no son éstos los que nos interesan aquí ya que, los motivos que les llevaron a residir en el istmo no tienen nada que ver con la razón última que permitió echar las bases económicas sobre la que se levantaría luego la futura población de La Línea; una razón que se sostiene sobre las posibilidades que se abrieron con el establecimiento de una comunicación de personas y mercancías con la colonia británica de Gibraltar, algo que, como primera condición, necesitaba del silencio de las baterías.
Así lo planteaba ya en 1910 Enrique Gómez de la Mata en la Reseña Histórica de La Línea de la Concepción que publicó en la edición del Calpense correspondiente al 19 de julio de ese año, al escribir que fue el cese de las hostilidades lo que hizo que "acudiesen a estos lugares gentes venidas de los pueblos próximos, bien a negociar o como aventureros". No obstante, se mostraba en cierta forma deudor de una tesis que, desde Lutgardo López Zaragoza, hasta fechas muy recientes ha servido como sagrado asidero a la mayoría de los autores que han tocado el tema, y que sostenía que la "verdadera creación de la Aldea, databa de los años que siguieron a la total destrucción de los fuertes".
Desde entonces, el año de 1810 ha venido siendo aceptado como la fecha que marca el establecimiento de los primeros asentamientos civiles en el istmo. En fechas recientes, nos encontraríamos con un deslavazado intento de reconsiderar el tema a la luz de la documentación existente en el Archivo Municipal de San Roque.
Inexplicablemente su autor no reparó en un importantísimo documento que al igual que, ocurre con otros muchos de los que iluminan nuestro pasado, se encontraba entre los fondos que atesora el mencionado archivo. En las actas de San Roque, se encuentra el soporte documental necesario para poder afirmar que los primeros pobladores del istmo de la época contemporánea fijaron su residencia allí, no en los primeros años del siglo XIX, sino en los últimas décadas del siglo anterior; o lo que es lo mismo, que los orígenes de la ciudad clavan con claridad sus raices más profundas en el siglo XVIII.
Esto nos lleva a desechar definitivamente la tesis que venía relacionando el establecimiento de las primeras edificaciones estables con la destrucción de las fortificaciones, para comenzar a plantearlo como una consecuencia del periodo de distensión entre España y Gran Bretaña que siguió a la firma de la Paz de Versalles. Por decirlo de otra forma, que los orígenes de La Línea arrancan con claridad del año 1783, sin otro sonido de fondo que el desaparecido eco de las baterías del Gran Asedio y paralelamente al progresivo desmantelamiento de gran parte del despliegue militar español en el istmo, pero, no lo olvidemos, con las fortificaciones de Verboon aún artilladas e intactas.
La piedra clave sobre la que se levanta esta tesis es el acta de una sesión del ayuntamiento de San Roque correspondiente al 11 de marzo de 1784, en la que el nuevo corregidor Miguel de la Torre aprovecha su toma de posesión para exponer que:
“Siendo notorias las voces esparcidas sobre fomentar una nueva población en el sitio que ocupa el acampado del bloqueo contra Gibraltar (es necesario pedir al Rey)… que no tan solamente se niegue a esta idea sino que se destruyan todas las habitaciones de poca monta que allí se han formado”.
Esta referencia demuestra que, a raíz del cese de las hostilidades entre Gran Bretaña y España, junto a las antiguas fortificaciones y, al igual que en otros casos, alrededor de una capilla costeada por los batallones de las Reales Guardias Españolas durante el pasado Gran Sitio, por aquel entonces ya existía el ligero esbozo de una población en forma de unas edificaciones de fortuna, refugios de cañas y pequeñas chozas de juncos y lona, posiblemente levantadas durante el propio asedio.
A pesar de la tradicional oposición de las autoridades de San Roque, muy sensibilizadas por las diferentes dentelladas sufridas en sus aspiraciones de consagrarse como el único municipio de Gibraltar en su Campo, en lo que restaba de siglo, estos primeros asentamientos estables no sólo conseguirían mantenerse sino que incluso iban a incrementarse gracias al apoyo tácito de los comandantes generales del Campo.
En apoyo de ese planteamiento acude la misma formulación de las razones que motivaron a estos primeros pobladores a establecerse en las arenas del istmo, consecuencia directa del establecimiento de las comunicaciones con la cercana colonia. En un principio fueron, sobre todo, productores y vendedores que vivían del mercadeo de alimentos y productos de primera necesidad, a los que se añadieron los atraídos por el acceso a productos difíciles de conseguir en una Europa afectada por el bloqueo a Inglaterra decretado por Napoleón y, finalmente, debemos tener en cuenta el aumento de la demanda de mano de obra que se registraría en el Peñón a finales del XVIII y principios del XIX como consecuencia de su auge comercial.
Una anotación del acta antes mencionada permite apuntar con solidez en este sentido, si bien también encierra una de las primeras piedras de la leyenda negra que, desde entonces, ha venido injustamente pesando sobre los habitantes de la futura ciudad. Y es que, en un claro intento de restar méritos a sus primeros pobladores y ocultar sus verdaderas intenciones, la única razón que, en una fecha tan temprana como 1784, las autoridades de San Roque esgrimían ya para exigir la destrucción de las primeras edificaciones surgidas en aquel territorio era la urgente necesidad de "…limpiarlo de gente inútil y forajida que no viven si no es del contrabando y el fraude de los Reales Derechos".
La justicia del argumento aportado no supera las palabras de un historiador sanroqueño como José Antonio Casaus, que no duda en considerarlo "la primera aportación a la deuda histórica que, al finalizar el siglo XX, aún reclama la ciudad de La Línea de la Concepción". Desde luego, resulta en cierta forma legítimo que, para preservar los intereses de un municipio como el de San Roque, afectado de un importante proceso de despoblación, sus ediles intentaran fomentar el asentamiento de personas en su caserío principal, aun en detrimento de otros puntos alejados del mismo, verdadera razón de sus preocupaciones. Pero ya lo es mucho menos el que se recurra a estigmatizar tan cruelmente a los pobladores de uno de ellos, calificándoles de forma generalizada como "gente inútil y forajida".
Esta actitud de clara oposición al establecimiento y desarrollo de un núcleo de población en el istmo, considerado potencialmente nocivo para los intereses económicos del municipio por parte de las autoridades de San Roque, va a ser una constante que, con pocos cambios se va a mantener durante casi un siglo. Y lo más importante, si cabe, es que va a traducirse en una persistente e injusta falta de atención hacia las necesidades de los afincados en este territorio; y decimos injusta toda vez que, desde el primer momento, los habitantes del istmo se encontraban sujetos a todas las obligaciones fiscales vigentes, sin que se les pueda achacar la responsabilidad de la falta de medios con la que el cabildo sanrroqueño se enfrentaba a la hora de hacerlas efectivas. A la larga, el aliento de una ventajosa situación económica emanada de su cercanía a Gibraltar, unida a este endémico abandonó, terminó, primero por relajar los vínculos que les pudieran unir a su municipio, y luego por cimentar el camino hacia la futura segregación del término.
Prueba de la creciente preocupación con la que las autoridades de San Roque contemplaron la demanda de asentamientos estables en La Línea ya en la inmediata posguerra, fueron sus intentos de forzar la implantación de un marco legal que reconociera a este ayuntamiento el derecho de regular la edificación en los terrenos cercanos a la aún intacta Línea de Contravalación.
En un primer momento todo parecía sugerir que sus esfuerzos habían tenido éxito a raíz de la promulgación de la Real Orden de 24 de octubre de 1787, mediante la cual se establecía la prohibición de edificar en la Línea, y los demás puntos; lo cual significaba el final de los asentamientos, toda vez que ponía su destino en manos de unas autoridades contrarias a su existencia. Pero al tratarse de territorios bajo jurisdicción militar, la letra de la mencionada orden iba a quedar, en lo que respecta a su principal objetivo, reducida a simple papel mojado desde el mismo momento en que, debido a la importancia táctica de estos, las prerrogativas emanadas de tal disposición quedaban subordinadas a los designios de los comandantes generales del Campo de Gibraltar. La permanente actitud de tolerancia que estos exhibieron, no sólo hizo posible que las denunciadas "habitaciones de poca monta" se mantuvieran, sino que estas se potenciaran con la concesión de permisos para nuevos asentamientos.
Como consecuencia de ello, se iban a escribir los primeros capítulos de casi un siglo de disputas sobre las competencias en el tema de las autorizaciones; disputas de reconocido trasfondo económico y que, lamentablemente para las autoridades de San Roque, pero afortunadamente para los nuevos pobladores, siempre se decantarían del lado de los comandantes generales.
Así pues no carece de sentido afirmar que sería al amparo de estos mandos militares, establecidos a raíz de la irrupción británica en el Peñón, como pudieron mantenerse y desarrollarse los primeros asentamientos civiles en el punto de La Línea; unos asentamientos que, como veremos se proyectarían económicamente en el futuro gracias a una situación surgida también como consecuencia de lo sucedido en 1704.
Artículo publicado en el número 34 de Almoraima. Revista de estudios campogibraltareños.
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