Un café con Paula

Ser mujer en el siglo XXI

  • Que la incidencia de ansiedad y depresión en mujeres haya crecido a medida que aumenta la igualdad y sea mayor que en hombres, no es casual

Dos mujeres caminan por la calle.

Dos mujeres caminan por la calle. / juan ayala

“Feminismo, feminismo… no sé qué más quieren ya, si ya somos iguales”. “Yo no soy ni feminista, ni machista, solo quiero la igualdad”. Estas frases, bien puedes oírlas en tu casa, en una reunión con amigos o tomando un café. En muchas ocasiones de boca de un hombre y en otras de parte de una mujer, casi siempre estresada porque tiene que hacer la comida, recoger la casa, ir a trabajar… Y entonces, veo más allá de las palabras y el contenido de nuestros mensajes, muchas veces provenientes de lo más profundo de nuestro inconsciente.

Hemos hecho grandes avances durante el siglo XX, tanto que nadie nos tiene que dar permiso para salir del país, para votar, para estudiar, para trabajar o para casarnos. A primera vista, somos libres e iguales. Sin embargo, el cambio de la cultura y el lenguaje necesita tiempo para fraguarse. A nivel inconsciente existen multitud de micromachismos que incluso mujeres feministas usamos. La parte inconsciente de nuestra psique es un 90% de ella. Aprendemos desde que somos bebés de lo que vemos y oímos, en casa, en el colegio, de los amigos… la mayoría de estos aprendizajes quedan soterrados y en muchas ocasiones de forma consciente ni siquiera estamos de acuerdo con ellos. Cuantas de nosotras queremos que nuestros hijos e hijas sean iguales y sin darnos cuenta llamamos más a la niña para que nos ayude.

Nuestro lenguaje respecto a la igualdad es un lenguaje aun paradógico. “Hija tu eres libre, pero esa falda es muy corta”, “Tu no dejes que un hombre te mande, pero hija es que es mejor callarte a veces y aguantar” este lenguaje es confuso. Difícil de entender. A nivel verbal digo algo de forma consciente, pero de manera inconsciente y en muchas ocasiones de forma no verbal, que como vimos la semana pasada en el artículo tiene mucho más poder en la comunicación, estamos transmitiendo otra cosa.

Este tipo de comunicación nos atrapa en un bucle inconsciente e incomprensible a veces, se sigue transmitiendo al hombre preferencia y un modelo de masculinidad antiguo en el que se quedan sin nuevas salidas, y a la mujer un modelo de falsa libertad en el que debe ser independiente y lo sabe de forma consciente, pero a nivel inconsciente, en muchas ocasiones, no puede. Precisamente este bucle, mantiene a la mujer en un papel de exigencia constante, en el que es muy difícil mantenerse durante tanto tiempo en pie. De hecho, que la incidencia de ansiedad y depresión en mujeres haya aumentado a medida que aumenta la “igualdad” y sea mayor que en hombres, no es casual. De hecho, estamos sobreexigidas, manteniendo dos roles sociales casi incompatibles. Trabaja, se la mejor madre, mantén la casa limpia, se libre… Todo este bucle en el que se ven las mujeres a diario es agotador.

Muchas mujeres siguen con un papel secundario de carga y silencio

Hay sentimientos tan sutiles que las mujeres ni percibimos, que es difícil en nuestra vida diaria y como adultas ser conscientes del efecto de estos micromachismos heredados. Hablo con muchas mujeres a diario y cuando comentamos los siguientes ejemplos, todas se sienten identificadas con el sentimiento de culpa y la responsabilidad. Por ejemplo, tu marido y tú en casa hacéis ambos las tareas domésticas, ves que tu pareja está haciendo la cena mientras tú ves la tele y sientes que TIENES que ayudar, algo te hace sentir culpable. Puede que ayer fueras tú quien hacía la cena y el no sintiera esa presión o invitas a unos amigos a casa, y necesitas dejarlo todo listo, limpio y ordenado, te da vergüenza que digan que eres una desordenada, que tienes la casa hecha un cristo, ¿Y tu marido, no vive en casa o es que acaso en este siglo tiene más derechos que tú, que trabajas y tienes los mismos 3 hijos que él? Y esto no significa que tu marido no haga nada en casa o que él te exija todo esto, estos ejemplos solo son muestra de la presión social que sufre la mujer, el miedo, la vergüenza, la culpa, la sobreexigencia, la inseguridad, la soledad… como decíamos antes, un caldo de cultivo perfecto para padecer ansiedad y depresión.

Por otro lado, las generaciones jóvenes, también los adolescentes, están encontrándose en una situación muy compleja. Esta comunicación tan contradictoria hace que estén hechos un mar de inseguridades y dudas respecto a su identidad. Eso hace que la violencia de género no solo se esté manteniendo, sino aumentando. El hombre no tiene un rol definido y eso hace que la inseguridad lleve en ocasiones al control, la mujer tiene doble premisa y aunque se “revela” y lucha por sus derechos, finalmente se siente insegura y dependiente también en lo emocional.

Es un hecho que hemos vivido hace muy pocos años este cambio cultural, eso nos hace sentir parte de una sociedad más avanzada y menos machista, pero también es cierto que el ser humano es un animal de costumbres y nos cuesta salir de nuestra zona de confort, en la que muchas mujeres siguen con este papel secundario, de carga y silencio. Por ello, si el siglo XX fue el siglo de los grandes cambios para la mujer, el siglo XXI nos pone ante un reto, si cabe, mayor, esos cambios de comunicación que marcarán la verdadera igualdad para hombres y mujeres.

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