Los mitos griegos y el mar

MITOS DEL FIN DE UN MUNDO

Para el imaginario griego el mar era una necesidad y un peligro

Las naves minoicas, griegas y fenicias comparten perfiles con las representadas en la Laja Alta en un viaje de ida y vuelta

Bajo el cielo de Héspero

Los mitos griegos y el mar
Los mitos griegos y el mar / Enrique Martínez
José Juan Yborra

20 de junio 2024 - 02:00

Hace treinta y siete siglos, un acaudalado marino micénico mandó decorar los muros de su mansión en Akrotiri, en la actual Santorini. Con una técnica al fresco de lo más depurada, jóvenes pescadores con capturas copiosas, exóticos paisajes en torno a un gran río y nutridas flotas en procesión decoraron paredes de adobe volcánico en una habitación con vistas al mar de la costa meridional en la antigua isla de Thera. Con ocres amarillentos y rojizos oscuros; con azul de lapislázuli y verde de malaquita, el adinerado comerciante hizo reproducir en sus paredes unas meticulosas embarcaciones antes de que violentas erupciones volcánicas cubrieran las pinturas con una ceniza que acabó conservándolas.

Para el imaginario griego el mar era una necesidad y un peligro; una vía de escape llena de riesgos que se asumían para conseguir unas riquezas que la pobreza del terreno negaba. Frente a la yerma seguridad de la tierra, los griegos vieron en el mar la vía para acceder a un porvenir más próspero, aunque su mutante superficie de azogue ocultara amenazas y fatalidades que intentaron conjurar con leyendas que fueron calando en el subconsciente de un pueblo que se hizo navegante a la fuerza.

Los helenos abandonaron los pedregosos valles natales para hacerse a la mar y vieron en los mitos una excusa y un pretexto. Poseidón era un dios occidental relacionado con la tierra y con caballos que la hacían temblar, hasta que se convirtió por obra de una pragmática conveniencia en divinidad de un mar que acorralaba a Corinto, el lugar donde se celebraban los Juegos Ístmicos en memoria de Melicertes, un joven que murió ahogado por culpa de la insania de su madre. A Poseidón se ofrecían exvotos y monedas que se colgaban en la proa de los barcos antes de surcar un ponto de grandeza hiperbólica y fuerza ilimitada, tanto que los griegos se inventaron otros mitos relacionados con el gran dios marino, figuras con las que dar forma y respuesta a la poliédrica versatilidad del océano. Nereo, Proteo, Tritón o Glauco son pretextos de propiedades, riesgos, amenazas e incertidumbres que iban de la mano de cada singladura. Afrodita nació de la espuma marina y las Nereidas protagonizaron relatos fabulosos en los que se daba forma al lado femenino, inquietante y atractivo del mar. Hijas de Doris y Nereo eran casi un centenar de jóvenes cuyos eufónicos nombres se asociaban a las multiformes cualidades de la superficie marina: Anfítrite, Tetis o Galatea evocan la blancura, salinidad, tristeza, hermosura, amabilidad, rapidez o la inquietud de un elemento tan cambiante como inevitable. Otras figuras femeninas simbolizaban los más atávicos miedos: las sirenas eran temidas mujeres con rasgos de pájaros que seducían y atrapaban a marinos como Ulises; Escila y Caribdis, antitéticas personificaciones de los peligros que escondía la travesía de estrechos, como el de Mesina o el de Gibraltar. Otros mitos de las profundidades encarnaban las amenazas de la navegación, como Ceto, paradigma de terrorífico monstruo que concibió con Forcis a las Grayas y a las Gorgonas, habitantes del extremo occidental del mar. Los griegos lo concebían como el piélago, una palabra cuya radical pi evoca la idea de "puente", "camino", que podía ser de partida, pero también de vuelta a casa. Esta es una idea relacionada con la del viaje, elemento recurrente como constante iniciática. Ulises no cesó de viajar hasta arribar a Ítaca; Jasón viajó en el Argo hasta la lejana Cólquida en busca del Vellocino; Menelao viajó a Egipto tras la vuelta de la guerra de Troya y Teseo tuvo que viajar hasta Creta para vencer al Minotauro, un ser monstruoso relacionado con Minos, rey semilegendario de Creta y paradigma de la civilización minoica, donde surgieron los primeros intentos sistemáticos de navegación.

Los mitos griegos y el mar
Los mitos griegos y el mar / Enrique Martínez

Tras la figura de Minos subyacen dos personajes míticos: uno, hijo de Zeus y Europa, hermano de Radamantis y Sarpedón, fue conocido como "el Bueno", hasta el punto de que fue nombrado junto con Radamantis y Éaco juez de los muertos en los occidentales confines del Hades. Con Itone concibió a Licasto, padre de otro Minos, conocido como "el Malo". Este consiguió el trono de Creta con la ayuda de Poseidón, quien lo obsequió con un toro que el nuevo rey se negó a sacrificar. Enfadado, el dios hizo que Pasífae, la mujer de Minos, se enamorara del animal, con quien concibió al monstruoso Minotauro, que fue recluido en un laberinto que el rey encargó al arquitecto Dédalo.

El monarca reinó en Creta y su poder se extendió por buena parte de las islas del Egeo hasta constituir la civilización minoica. Vivió en Cnosos durante periodos de nueve años que concluían con otros de retiro en el cercano monte Ida, donde recibía los consejos de Zeus, que acabaron por forjar la imagen de buen estadista y mejor legislador. Fue considerado impulsor de una navegación que devino más segura al ser suprimida la piratería. Heródoto y Tucídides lo consideraron el primer amo del mar, que rigió sobre las islas Cícladas y fue el primero en colonizar gran parte de ellas expulsando a los Carios y estableciendo a sus hijos como gobernantes de un nuevo estado donde la navegación se convirtió en un instrumento generador de riqueza.

Los descubrimientos arqueológicos de Arthur Evans a principios del siglo pasado en los palacios de Cnosos han servido para acuñar el término de talasocracia; por ella se entiende un complejo sistema de relaciones entre la isla de Creta y su entorno basado en el comercio marítimo. Los hallazgos encontrados en enclaves como el puerto de Kommos, al sur de la isla, sugieren un marcado desarrollo de la actividad naval que determinó el impulso de las técnicas de construcción de barcos y de navegación. Todo ello incidió en la expansión comercial de los minoicos, que abarcó desde el Mediterráneo Central hasta el Próximo Oriente, Norte de África y la costa norte del Egeo hasta las proximidades del Mar Negro. Hubo asentamientos cretenses en las Cícladas y fueron constantes las expediciones a Chipre, Mari, Ugarit, Biblos, Anatolia y Egipto, como lo demuestra la influencia minoica en las pinturas de Tell el-Daba. Las relaciones se basaban en un sistema de exportación de productos agrícolas, madera y cerámica insular y de importación de metales preciosos, marfil y manufacturas orientales que llegaron a tejer una sólida urdimbre de relaciones que tuvieron en los palacios reales de Minos, el epicentro de una red que se fue extendiendo por todo el Mediterráneo oriental con la eficacia de las marejadas crecientes.

La minoiquización del Egeo probablemente fue un proceso gradual y transmisor, que se opone a la idea de conquista violenta de territorios, como lo demuestra el uso de la rueda de cerámica minoica en yacimientos como el de Akrotiri, donde es habitual el empleo de técnicas y estilos cretenses, como los frescos pintados en unas paredes poco acostumbradas a asaltos por la fuerza y mucho al contacto intercultural. Las primeras muestras de esta expansión naval tuvieron lugar en el periodo Pre-palacial, alrededor del 2.750 a.C., aunque el despegue económico tuvo lugar diez siglos más tarde, cuando se erigieron imponentes estructuras portuarias y soberbios palacios en las orillas del mar. Catástrofes como la erupción de Santorini en 1639 a.C. no acabaron con esta civilización, que inició su decadencia un siglo más tarde tras la irrupción de poblaciones aqueas y la invasión de Creta, que provocaron la destrucción militar de algunos palacios y la sustitución de elementos culturales minoicos por otros micénicos. La desaparición definitiva de la cultura y la sociedad isleña tuvo lugar con la llegada de los ignotos Pueblos del Mar que, en el siglo XII a.C. atacaron Egipto, asolaron los pueblos helenos, acabaron con la cultura cretense y llegaron hasta Asia Menor.

Los mitos griegos y el mar
Los mitos griegos y el mar / Enrique Martínez

La talasocracia minoica fue la primera de la que se tiene conocimiento histórico, aunque con posterioridad fenicios y atenienses practicaron el uso de la navegación como instrumento de expansión. En el caso griego, a partir de la segunda mitad del siglo VIII se retomó un periódico proceso de búsqueda de nuevas tierras para lo que se recurrió otra vez uso de las embarcaciones. Más que un caso de colonización se trató de apoikía, ya que un grupo de ciudadanos se apartaban con sus naves de su casa u oikía en una separación que era física y política, ya que cada nueva fundación era independiente de la metrópoli.

Los griegos, de la mano de Heracles, realizaron viajes que trascendieron los mitos y traspasaron las lindes occidentales del estrecho de Gibraltar. Los focenses comerciaron con los tartessos del suroeste peninsular y llegaron hasta el extremo occidental a bordo de unas naves que los minoicos habían utilizado previamente. Los marinos de Focea emplearon embarcaciones parecidas a las que el rico comerciante de Akrotiri hizo pintar en su mansión de Thera. Pentecónteros y trirremes navegaron hasta los confines de occidente y naves redondas de madera de ciprés o pino de Alepo se embarcaron con rumbo al estrecho de Gibraltar. Naves con velas cuadradas de lino recogidas sobre una verga horizontal que pendía de un único mástil sobre el que colgaban cabos formando perfiles de estrellas; naves con proas curvas y popas retrepadas que podían utilizar remos, preferiblemente redondeados, cuando faltaba el viento o debían surcar travesías peligrosas; naves de extremos idénticos, con timones de espadilla, escalamotes y empalizadas de cubierta; naves de un solo palo y bauprés en proa con vela enseña; naves parecidas a los gaulos fenicios, similares a las que cubren con rojo férrico el fondo de arenisca del abrigo de la Laja Alta en Jimena de la Frontera y forman una escena marítima que pudo anteceder a los micénicos frescos de Akrotiri que representan eternos viajes de ida y vuelta a través de un mismo mar.

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