Entra en vigor la orden ministerial que obliga a cubrirse nariz y boca

Recuento de mascarillas en la calle Convento

  • Los ciudadanos cumplen en su mayoría con lo marcado por Sanidad, si bien las mujeres muestran más disciplina que los hombres

Varios peatones, ayer, en la calle Convento.

Varios peatones, ayer, en la calle Convento. / Nacho Marín (Algeciras)

Ir, ver, volver y contar, en definición de Enrique Meneses. O escribir, que es lo mismo. El cronista pone en práctica la definición del oficio dada por el maestro y para ello toma posesión de la mesa de un bar en la calle Convento, a unos doscientos metros mal contados del Ayuntamiento de Algeciras. Faltan algunos minutos para las dos de la tarde y una cerveza acompaña sobre la mesa a la libretilla y el bolígrafo. Aprieta el sol y la sombrilla se vuelve imprescindible. Empieza el recuento.

Es el primer día en que llevar mascarilla para tapar la boca y la nariz es obligado en todos los espacios públicos, incluidas las calles, siempre que no sea posible mantener una distancia de seguridad interpersonal de, al menos, dos metros. Es lo que dicta la penúltima orden del Ministerio de Sanidad.

En una columna de la página, los hombres, y en la otra, las mujeres. ¿Influye la cuestión de género en el uso de las mascarillas? Se trata de comprobarlo in situ. No se persigue el rigor científico ni hacer extrapolaciones, sino tan solo hacer una foto fija de un lugar determinado para ilustrar sobre lo que ocurre mediante una muestra aleatoria en una calle céntrica. A ellas les sale más barato el seguro del coche y ahí sí manda la estadística: son mucho más prudentes al volante que los hombres y eso tiene su recompensa a la hora de pagar la póliza anual. La libreta empieza a llenarse de palitos, uno por persona. Las mujeres son algo más numerosas en la calle a esa hora y, a primera vista, también más cumplidoras.

Una voz pone en alerta al periodista: “¡Qué bien se te ve!”. Los concejales del equipo de gobierno municipal Pilar Pintor, Cultura, y Javier Ros, Protección Civil, hacen una parada ante la mesa. El cronista se justifica de inmediato y muestra la libreta con las anotaciones, como quien enseña su salvoconducto en el check point Charlie de Berlín. “Estoy trabajando”, argumenta. Los ediles llevan colocadas sus mascarillas, por lo que pasan a formar parte de la columna de ciudadanos cumplidores. Ros recuerda, no obstante, que el uso de aquellas es solo obligado cuando sea imposible mantener una distancia de dos metros, algo complicado cuando se camina por una calle relativamente estrecha como la que nos encontramos.

Antes de desinfectar una mesa situada a unos metros, el camarero ha puesto sobre la mesa unos picos, cubiertos y un paquetito con una toallita húmeda en su interior para limpiarme las manos. Una joven pasa con mascarilla montada en su bicicleta y se cruza con un señor que se fuma un cigarrillo con el cubrebocas arrugado a la altura de la barbilla.

Balance y recuento

Pasados veinte minutos se hace el recuento y balance: han sido 290 personas las contabilizadas, de las que 61 no llevaban mascarilla, es decir, el 21% del total. Y sí, las mujeres son más cumplidoras: han sido 167 y solo 27 (16,1%) –en su mayoría, las más jóvenes– no llevaban protegidas su boca y nariz. Entre los hombres, el porcentaje de incumplidores con la orden ministerial se dispara al 27,6%. De 123, 89 de ellos llevaban mascarilla y 34 no.

Pago con tarjeta y me despido del camarero con la mano desde lejos, pero antes de que este pueda limpiar la mesa y las sillas convenientemente según marca la norma, dos hombres han tomado posesión del que durante media hora ha sido mi lugar de trabajo.

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