Juan Utor y Fernández: escritor, periodista, político y masón (y II)

Instituto de Estudios Campogibraltareños

Como político, fue elegido diputado en 1881 por el distrito de Lorca, tras presentarse sin éxito por el de Algeciras, y dirigió el periódico El Debate de Madrid, considerado como uno de los primeros intentos por difundir la ideología masónica desde la prensa

Recuerdos de La Almoraima (I)

Recuerdos de La Almoraima (y II)

Retrato de los grandes secretarios de obediencias masónicas ibéricas del siglo XIX. Utor aparece a la izquierda de la imagen.
Retrato de los grandes secretarios de obediencias masónicas ibéricas del siglo XIX. Utor aparece a la izquierda de la imagen.
Antonio Morales Benítez

20 de enero 2025 - 04:00

El salto a la política y la izquierda dinástica

Los vínculos masónicos facilitaron el salto de Utor a la política y su ingreso en el partido de Sagasta, tomando parte activa en las filas liberales. Se presentó como candidato a Cortes por el distrito de Algeciras, pero no sería elegido por la oposición que encontró por parte del Gobierno. En 1881 volvió a intentarlo por el de Lorca resultando elegido diputado en esta ocasión en unos comicios en los que fue el único candidato, pero tras su proclamación no llegaría a tomar posesión del cargo por estar sujeta su acta a una serie de reclamaciones.

Aunque su tarea más relevante con los liberales fue la que desempeñó como director del periódico El Debate en la que confluyeron tanto su faceta política como masónica, puesto que desde la misma obediencia no se ocultaba su apuesta por difundir el masonismo desde sus páginas. El primer número de este diario, que se definía como liberal, salió a la calle el 1 de septiembre de 1881, sólo unos meses después de la subida al poder de los liberales. A partir del número 196 pasó a estar dirigido por Utor y Fernández. Su nombramiento se recogió en abril de 1882 en las páginas del propio boletín oficial de la federación del GODE que veía con ello la ocasión para que tan ilustre masón siguiera propagando el ideario de la orden. Se trataba de un periódico eminentemente político nacido para apoyar la labor de los liberales en el Gobierno.

Pero desde que Utor se hizo cargo de su dirección iba a ser considerado por la obediencia como un órgano propio y eminentemente masónico. Y desde el Oriente se hacía un llamamiento a todos los masones para contribuir al sostenimiento del periódico.

El Debate se ocupó de asuntos en los cuales podían coincidir liberales y masones, pero se preocupó mucho de evitar cualquier interpretación en este sentido para no crear confusión entre los lectores. Pero no puede negarse que los preceptos de la orden estarían detrás de algunos asuntos. Ello puede encontrarse en el tratamiento y la atención que se prestaba a temas como la educación y la defensa que se hacía de una enseñanza laica, gratuita y obligatoria, la extensión de los derechos civiles, la lucha contra la pena de muerte, la separación de Iglesia y Estado, la confianza en el progreso de la humanidad y en la necesidad de moralizar la vida pública.

Este periódico intentará prestar apoyo a toda política de reformas para avanzar hacia un régimen de libertades más allá de los estrechos márgenes que establecía la Constitución de 1876. Y se utilizaba con frecuencia el término “ultramontanismo” para identificar a las fuerzas, sobre todo clericales, que obstaculizaban el camino de España por la senda del progreso. El Gobierno debía imponerse para llevar a cabo una política activa de reformas en consonancia con las promesas electorales de Sagasta. Pero será precisamente este asunto el que provoque las primeras diferencias entre el periódico y el Gobierno y el que certifique más adelante la definitiva ruptura entre Utor y Sagasta.

Cabecera de 'El Debate' (18/4/1882).
Cabecera de 'El Debate' (18/4/1882).

Desde El Debate se instaba al Gobierno a profundizar en el camino de las reformas para “hermanar el principio democrático con el monárquico”, ya que se pensaba que la institución monárquica era la única que podía garantizar y dar estabilidad a la nación al ser “un poderoso elemento de adelanto y libertad” ante la desunión que existía en las filas republicanas. Sagasta desde el Gobierno debía vencer las resistencias y caminar por la senda que ya habían emprendido algunas monarquías constitucionales europeas para hacer de la Restauración un régimen verdaderamente democrático y en consonancia con sus promesas electorales. Pero la realidad sería otra. Por lo que sólo un mes después de que Utor se hiciese cargo de la dirección del periódico aparecían las primeras críticas al jefe del Gobierno.

Durante los meses siguientes se constata el progresivo alejamiento del periódico de Utor para irse aproximando hacia un sector del partido partidario de que se debía evolucionar “siempre hacia la izquierda, nunca hacía los conservadores”. Por ello al cumplirse los dos años de gobierno se hacía un balance ciertamente desalentador y, ante la frustración de las expectativas de Sagasta, quien, víctima del “ultramontanismo”, había “hecho un alto en el camino de las reformas”, se mostraba el apoyo a la iniciativa de constituir un partido liberal de izquierdas.

En este contexto, y rotos todos los puentes de unión con el partido constitucionalista, al ser víctima del ultramontanismo, “núcleo de todas las resistencias al progreso”, el periódico se mostraba partidario de recuperar el espíritu revolucionario de septiembre de 1868 rechazando el texto de la Constitución de 1876 y reivindicando en parte el de 1869. A Utor este posicionamiento le costó el escaño de diputado a Cortes que perdió sin tan siquiera llegar a ocuparlo al decretarse la nulidad de los comicios en el distrito de Lorca.

Por otra parte, la alternativa de la izquierda dinástica no terminó de consolidarse. Además, El Debate, que se había mantenido mediante una sociedad de acciones, desapareció en 1883. Y la estrella de Juan Utor y Fernández pareció que también comenzaba a apagarse. Su paso por la política no haría sino ahondar aún más los antagonismos existentes dentro del Oriente. Durante diez años había centralizado toda la actividad, entendía de numerosos asuntos, recibía toda la correspondencia y era también el encargado de denegar o conceder peticiones y distribuir los fondos. Continuaba viajando por toda la Península y su figura se había convertido de alguna manera en el referente de la orden para muchas logias y la persona a quien debían dirigirse para tratar cualquier cuestión. Pero, y por todo ello, también iba a ser el blanco del descontento y las críticas.

Las querellas internas, lejos de apagarse, terminaron por minar la estabilidad interna del Gran Oriente y Utor, que pasó a ser cuestionado dentro de la federación, tuvo que dejar el cargo en 1886 tras una serie de irregularidades administrativas cometidas en el desempeño de sus funciones. Ya no volvería a ocupar cargos dentro de los órganos rectores de la obediencia, pero seguirá como venerable de la logia Porvenir nº 2.

Oriente filipino

Utor continuará al frente de la Veneratura por lo menos hasta 1889. Pero lejos de abandonar los trabajos, su trayectoria masónica iba a experimentar un giro ciertamente inesperado puesto que a partir de la década de los noventa se instalaba en las islas Filipinas para seguir operando allí y constituir más tarde un Oriente filipino. Efectuaba un primer viaje a aquel archipiélago cuando todavía estaba bajo dominio español y regresaba en 1896 arribando al puerto de Barcelona, según relataba, en el mismo buque en el que lo hacía el líder independentista Rizal.

De vuelta al archipiélago filipino, y producto de aquella experiencia y de sus largos años en la orden fue el libro Masones y ultramontanos, su obra más singular, que se publicaba en Manila en 1899. El libro está dedicado al pueblo filipino por haber rechazado “al más implacable de los tiranos, el ultramontanismo” y luchado por los ideales de libertad y progreso, reivindicando al mismo tiempo el legado de España. Con este libro Utor quería prestar un servicio a la causa masónica ya que pretendía llenar “el inmenso vacío que existe en materia de publicaciones masónicas en castellano”.

Utor durante estos años aparece vinculado al periódico El Liberal de la capital filipina. Aunque no iba a permanecer al margen del proceso de reorganización de la institución masónica en aquellas islas tras el paréntesis que supuso el conflicto colonial, puesto que se encargó de reunir a algunos elementos dispersos para resucitar la antigua logia Patria de Manila desaparecida en 1890. Para ello contará con el concurso de catorce masones, algunos de ellos iniciados por él mismo y otros procedentes de diversas logias que habían trabajado bajo la federación del Gran Oriente Español (GOE). Algunos de ellos profesaban la religión protestante y otros se había iniciado en una logia inglesa de Hong-Kong.

Tras solicitar la regularización de los trabajos, la federación procedía a la formación de una comisión informativa para indagar sobre la situación masónica de cada uno de los miembros de esta logia en instancias. En su informe final Utor no salía demasiado bien parado. Se ignoraba su larga trayectoria masónica cuando se decía que “hasta ahora era desconocido en la Federación Filipina” y que alegaba tener el grado 33º a través de un título acreditativo de “fecha muy remota”, haciendo constar que “no se ha afiliado a la Feder. del Gran Oriente Español”. Pero se añadía también “que su conducta privada deja muchos que desear, máxime, como la moral mas. prescribe, siendo origen de escándalo que los hh. han lamentado”. Y se recogía que recientemente un periódico “frailuno” se habían ocupado de él “causando gran indignación, pues le ha dedicado las frases más afrentosas para un digno caballero”, acusándole de haber estafado a Morayta una elevada cantidad de dinero. Hecho este retrato del impulsor de la logia, la comisión entendía que se debía rechazar las pretensiones del masón campogibraltareño y declarar la irregularidad de sus trabajos en Filipinas en septiembre de 1900.

Una vez que la única obediencia española que operaba en las islas le cerrara sus puertas, Utor iba a orientar su actividad masónica en crear su propio oriente entrando para ello en directa competencia con las logias del GOE a fin de acoger a un mayor número de miembros. Ello le valió que la logia Modestia nº 199 de Manila, perteneciente al Oriente Español, le incoara un expediente. A pesar de todo, un año después el mismo taller comunicaba al Gran Consejo la constitución de un Gran Oriente Filipino “bajo la dirección del señor Juan Utor y Fernández” al mismo tiempo que se lamentaba de la pérdida de miembros que habrían abandonado el taller para afiliarse a la federación del veterano masón al que se acusaba de trabajar en contra de los intereses de la federación española ya que “de los escombros de nuestro edificio quiere el Sr. Utor levantar el suyo”. Ciertamente la competencia que entabló con el GOE en aquellas islas, según la logia de Manila, debió adquirir cierta importancia dado el éxito de la iniciativa del antiguo Gran Secretario del GODE. Unos meses después la logia reconocía los “estragos” causados a uno de los estandartes del Oriente Español en aquel archipiélago desde que entró en escena Utor con sus “maquiavélicas intrigas”.

Sólo en 1904 parece haber una tregua puesto que, según las dignidades de la logia de Manila, sus campañas contra el GOE “han perdido sus bríos y el ensañamiento” al tropezar con los nuevos administradores estadounidenses: “habiéndose obrado fuera del orden regular masónico, el Gobierno de los Estados Unidos en Filipinas que vela por la estabilidad del orden y de la paz ha tomado determinaciones severas”. Y no se dudaba en aplaudir estas medidas contra lo que se llegaba a denominar “la banda de Utor”.

No sabemos en qué medida el proyecto de Utor de consolidar el Oriente filipino pudo verse perjudicado por la nueva potencia colonial. En cualquier caso, un año después, en mayo de 1905, se mantenía el flujo de miembros hacia logias de su federación. Aunque tampoco se descartaba que se produjera también en sentido inverso.

Las últimas noticias que tenemos de Utor y Fernández son de 1911 en Filipinas. En su último libro hacía balance de su vida y dirigía la mirada atrás desde aquel remoto archipiélago filipino para tener palabras de recuerdo de la ciudad de Algeciras: “De mí sé deciros que, saturado de pasiones como todo mortal, se encienden vivísimas conmigo al recuerdo de la ciudad en que se meció mi cuna; sus campos, sus valles y sus huertas de verdor perpetuo; sus pájaros parleros, sus flores y frutos perfumados, transportándome a un oasis de placer y de ventura: en aquellas alegres y risueñas playas, al ruido de lentas o impetuosas olas, se escuchan siempre, hora tras hora, con acompasado péndulo, las dulces armonías, las amargas quejas, los agudos olores, las pruebas de fusión amorosa de todos los pueblos que,

en el tráfico de su civilización y sus riquezas, surcan los mares de Oriente a Occidente; negros y hermosos ojos de mujeres de blondos cabellos y escultural belleza, los creo rastros elocuentes de las más lindas beldades africanas y allá… en lo alto… como queriendo besar lo desconocido y saludar a todas las generaciones que cruzan el estrecho que une al Océano con el Mediterráneo, hay casa solitaria, blanca como el armiño, donde reposan mis mayores; mis deudos y parientes; amigos de la infancia. ¡Allí quiero que vuelva el polvo al polvo por los siglos de los siglos; tal es mi Algeciras!”.

Artículo publicado en el número 61 de Almoraima. Revista de estudios campogibraltareños (octubre 2024)

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