Tras el Itinerario Antonino: Segunda etapa, Los Barrios-Facinas

Caminos históricos

La ruta asciende por senderos naturales y culmina en Facinas, donde el entorno abierto revela pasos atlánticos y memorias culturales del territorio

El viajero recorre antiguos caminos y descubre un paisaje histórico que conecta enclaves romanos con valles, bosques, cortijos y vestigios de civilizaciones remotas

Tras el Itinerario Antonino: Primera etapa, Gibraltar-Los Barrios

Etapa segunda del Itinerario Antonino.
Etapa segunda del Itinerario Antonino.
José Juan Yborra Aznar, José Ballesteros Rojas y Adolfo Martos Gross

30 de diciembre 2025 - 01:55

Segunda etapa

  • Los Barrios-Facinas: 30,6 km

La segunda etapa del Itinerario Antonino discurría a lo largo de doce millas romanas entre Portu Albo y Mellaria. Muchas incertidumbres ha generado la ubicación exacta de estos dos enclaves pretéritos. Del primero se supone que se alzaba en la antigua desembocadura del Palmones; del segundo, que se situaba en algún discutido lugar traspasado el Estrecho. Nuestra intención ha sido rescatar una vía transitable en la actualidad, por eso hemos optado por elegir inicios y finales de etapa donde el caminante pueda asumir sin dificultad las necesidades prácticas de su condición. Por esta razón hemos optado por Los Barrios como punto de partida de este segundo tramo y Facinas como el de llegada; ambas poblaciones se encuentran, además, a una distancia que guarda una cierta proporción con la especificada en el documento latino.

Partimos desde el Puente Grande, la única infraestructura que nos permitía el cruce del río Palmones por estos pagos. Al llegar a la orilla opuesta, volvimos a recordar con la constancia de los pálpitos más recurrentes los nombres del cerro Blanco, el Ringo y el vado de los Pilares, donde Alonso Hernández del Portillo reseñó hace quinientos años la existencia de un antiguo puente romano ya entonces arruinado del que hoy apenas sobreviven maltrechos cimientos ocultos entre zarzales. Desde allí, el primitivo camino bien podría seguir por la base del monte de la Torre y, tras Matavacas, dirigirse a las alturas de Benharás y alcanzar el valle del Raudal a través de los Peñones del Cuervo y los Castillejos; sin embargo, optamos por seguir una senda más larga, aunque conveniente para el caminante actual; una senda que nos ha de llevar al mismo valle que conecta con el pretérito enclave viario de Ojén.

Mapa de las tres etapas del Itinerario Antonino
Mapa de las tres etapas del Itinerario Antonino

Salimos al alba y dejamos atrás el puente entre inmensos eucaliptos y pistas pavimentadas junto a plantaciones de naranjos y parcelas con aires de campamento base. Donde el camino gira para encararse a los Peñones, nos desviamos a la derecha, a la altura de una nave agrícola y carteles indicadores de modernos corredores verdes entre desconectadas bahías. Cruzamos el arroyo de Benharás junto a la entrada del antiguo cortijo de la Motilla y seguimos en paralelo a su curso mientras atravesamos la autovía hacia Jerez bajo sonoras estructuras de hormigón y sombras. A partir de allí, el camino discurrió en paralelo al curso sinuoso del Palmones, siempre escoltado por altos ejemplares de eucaliptos, álamos, alisos y venerables fresnos de rugosos troncos y airoso porte. La senda cortejaba el río con la perseverancia de los amantes expertos: sin brújulas, sin nortes, a través de espacios cada vez más abiertos e intransitados, hasta llegar al muy señalizado pontón de Caramelo, a los pies del cortijo del Jaramillo. Este ha sido un territorio acostumbrado a los pasos y a los cruces desde que los primeros pasos crearon los primeros cruces. Iniciamos una breve ascensión que nos llevó a senderos regionales de holgada anchura y apisonado firme. Una discreta rasante nos confirmó el cambio de paisaje y divisamos un nuevo entorno: interior pero abierto, verdadero paso franco hacia el Atlántico. Entre los Castillejos y el Peruétano se abrió ante nosotros el amplio corredor del Raudal, que conduce a Ojén entre las estribaciones de las sierras del Águila y del Niño. Un cómodo descenso nos llevó hasta un paisaje con lecturas de otros tiempos: el fondo de un valle entre altos riscos coronados por petrificaciones de Medusa y tupidos bosques con frondosidad tartésica. A lo largo del cauce se suceden molinos que aprovechaban sus aguas con metódica eficiencia.

Intersección hacia el Pontón de Caramelo; al fondo, el cortijo del Jaramillo.
Intersección hacia el Pontón de Caramelo; al fondo, el cortijo del Jaramillo.

Nos desviamos a la altura del de Enmedio: ejemplo de mundos pasados que pocos recuerdan. Al traspasar su cancela se nos mostró abandonado y ausente: fatigadas techumbres, supervivientes sillares, portadas tapizadas de herrumbre y musgo, caos sin corriente, circulares torreones de agua, aliviaderos secos, rodeznos abandonados, tractores en desahucio… Un recién habilitado caño alivió nuestras gargantas antes de llegar al cercano río, que seguimos por su margen derecha por una estrecha senda entre bosques de adelfas y piedras cansadas de rodar. Del antiguo pontón que lo cruzaba sobrevive solo la base de arenisca plana.

Bajo el bosque de galería del arroyo del Raudal.
Bajo el bosque de galería del arroyo del Raudal.

Cruzamos el arroyo a la altura de una peña mayúscula, casi oculta por los alisos y bien preñada de tafonis, donde prehistóricos trazos de color rojo hierro nos recordaron que atravesábamos un territorio donde el ser humano ha vivido, sentido y pintado desde las más antiguas edades. Notamos aún más próximos enclaves cercanos como Bacinete, Pilones, el Peñón de la Cueva o el abrigo del Caballo. Tras cruzar la corriente seguimos hacia el oeste bajo ancianos quejigos protectores, que fuimos dejando atrás a la par que iniciamos un suave ascenso sin hitos ni señales: subimos guiados por el instinto entre claros, palmitos, acebuches y lentiscos que se alzaban como árboles maduros. Llegamos al borde de una carretera que construyeron prisioneros de guerras perdidas y caminamos en paralelo a ella hasta encontrar la cancela donde desembocaba el sendero oficial perdido a ratos.

A partir de aquí, el camino se hizo cómodo, abierto y ancho. Al ganar altura contemplamos el amplio valle que ha servido como amplio pasillo desde el principio de los tiempos. Al pie del Risco Blanco y de la omnipresente Cruz del Romero, invisible de tan cercana y alta, penetramos en un territorio de bosques y bujeos, fuentes recién hechas, tumbas antropomorfas y calzadas romanas. Arribamos a Tejas Verdes tras un breve descenso y bebimos de frescos caños donde crecían plantas de otros mundos. Desatendimos la maraña de señales y optamos por seguir el camino hacia el Tiradero, que ahora pocos recorren y la vegetación invade. Al bajar, la sombra creció; el ruido del arroyo creció; los quejigos seguían creciendo. Helechos reales, alisos y rododendros escoltaban pozas y cascadas escuetas, sin primeras lluvias. El bosque ganó en claridad con la subida, mientras candelabros en rama atrapaban la rotunda luz del día. Tras reponer fuerzas en un merendero recién habilitado junto al horno de los Pájaros, seguimos la antigua carretera hoy cerrada al tráfico rodado. Dejamos atrás la entrada al Señorío de Ojén e iniciamos el ascenso al puerto homónimo, de ostentosa calificación y escasas rampas de subida. Desde el mirador disfrutamos de una soberbia visión a levante: a la izquierda, semioculto, el camino recorrido; al frente, el que a lo largo del valle ascendía hasta los puertos de los Alacranes y las Hecillas desde donde se atrochaba a Algeciras. Justo delante, el edificio de la antigua venta, cuya trasera disimulaba el verdadero porte de hito destacado en el camino. Sus soberbios sillares, muros, arcos, patios y paramentos recordaban al de una antigua mansio: una mezcla de posada, casa de postas y fortaleza que vio pasar a todos y hoy está a espaldas de todo.

Unos metros más arriba nos encontramos con la actual venta de Ojén: un lugar de lo más recomendable, donde el viajero puede encontrar refugio si prefiere acortar la etapa por estos lares. La hospitalidad de Luisa Martínez es propia de tiempos en los que caminar recordaba al ser humano su condición terrenal.

Interior de la antigua Venta de Ojén.
Interior de la antigua Venta de Ojén.

Unos pasos más allá de la venta alcanzamos la casi imperceptible cima del puerto. Aquí se encuentra la divisoria de términos entre Los Barrios y Tarifa y, a pesar de su escasa altitud, la de aguas entre el Mediterráneo y el Atlántico. Quizás por ello presentimos el aire abierto hacia el mítico océano, del que nos separaba solo una barrera igualmente icónica: el cerro piramidal de la Torrejosa, que vimos nada más trasponer el collado. A sus pies se extendía el contorno de la presa del Almodóvar, cuyo reflejo de azogue nos recordaba como moderno trampantojo lo que fue y ya no es: la inmensa laguna de la Janda, ahora desecada y que presentimos cada vez más a mano, como un fondo de mar sin agua con aerogeneradores en vez de mástiles y aspas en vez de velas.

Bifurcación del Tiradero.
Bifurcación del Tiradero.

Realizamos un descenso cómodo, entre blancas cortijadas y lozanas estaciones de gas. Manadas de vacas retintas pastaban en los prados; otras de nubes grisáceas ocultaban la cima de la Cruz del Romero, desde la que todo se ve y a quien nadie mira. Junto al pantano, la senda era camino y dique en dirección a Sobalbarro, frente a la galería de vientos que llevaba a la Janda. Rodeamos la base de la Torrejosa, cubierta de un tupido bosque que impedía ver cimas y fortificaciones, tumbas y lugares donde hermanos mártires y patronos alcanzaron una santidad no buscada. Tras las ruinas de antiguos barracones que albergaron a los prisioneros que construyeron el camino como un castigo se yergue la cuidada mole del Pedregoso, frente a nuevas plantaciones de algarrobos y acebuches que todo lo cubren. Desde allí, nuestros pasos se dirigieron hacia el histórico corredor de la Janda: un amplio escenario enmarcado por los enclaves de Palomas, el Aziscar, sierra Momia, Benalup, el Retín, la Silla del Papa, Saladaviciosa y el pasillo de Puertollano, que baja hacia el Océano rodeando la Luz.

Hacia la Torrejosa.
Hacia la Torrejosa.

Cruzamos el río Almodóvar y nos encontramos con el poblado de Los Tornos. Aquí el paisaje se ensanchó como las puertas recién abiertas: el cielo se hizo más alto y la tierra era una playa sin olas. A estribor, las copas de los alcornoques sostenían cientos y cientos de aspas que giraban endiabladas hacia levante. Como modernos briareos, los nuevos molinos nos recordaron nuestra condición de sanchos sin quijote, sin rucios ni cabalgaduras. Caminamos sobre un andadero que discurría en paralelo a la carretera.

Fuente en la llegada a Facinas.
Fuente en la llegada a Facinas.

Tres fuentes jalonaban el recorrido final: una, en el área recreativa; otra, entre abandonados cuarteles y solicitadas residencias de ancianos. La tercera, junto a un parque infantil, nos recibió a la entrada de Facinas, que se nos mostró blanca y tendida sobre la sierra como una inmensa sábana puesta al sol. Entramos por Vico, el antiguo arrabal que mantiene en su toponimia raíces latinas que nos siguieron mostrando el poso cultural del camino. Al borde de estigias desecadas e inframundos míticos, concluimos la etapa a los pies de las sierras de Fates y de la Plata a la espera de nuestra meta, tan real como próxima: la Belone Claudia del Itinerario Antonino.

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