Los fortines de Franco (y II)
30 años del Instituto de Estudios Campogibraltareños
Para su construcción se recurrió al trabajo forzado de antiguos soldados del Ejército Popular de la República
Un recuento somero de las obras situadas en la bahía de Algeciras arroja unos 156 fortines
Los fortines de Franco (I)
A principios del siglo XVIII, las costas campogibraltareñas se protegieron ante la presencia británica en el peñón de Gibraltar desde la Guerra de Sucesión Española. Su ocupación en nombre de Carlos III de Habsburgo, reconocido como rey de España por uno de los bandos enfrentados en la guerra civil que los voceros de la posverdad del independentismo catalán presentan falsa e interesadamente como un conflicto entre Cataluña y el Estado, facilitó su apropiación por Inglaterra. Felipe V -el “otro rey”- terminó haciéndose con el trono, pero también ratificando en el Tratado de Utrecht la pérdida del Peñón en 1713. Esta paz -gestada por Luis XIV de Francia y Ana de Inglaterra-, que en realidad formó parte de una veintena de tratados que concluyeron con los de Rastatt del año siguiente, fue interpretada como la traición a los dos aspirantes a la corona de España: de Francia a Felipe y de Inglaterra a Carlos.
En este contexto político, el nuevo rey Felipe hizo que se fortificase el litoral cercano a Gibraltar para procurar su aislamiento estratégico. En la práctica se tradujo en la edificación de numerosos fuertes de artillería de costa, de funcionamiento autónomo, pero cuyos radios de acción se superponían para cubrir todas las playas aptas para el desembarco de las costas de la antigua Comandancia General del Campo de Gibraltar. A esto se llamó “disposición conjugada”. Las alas del dispositivo llegaban, por la costa oriental, a la playa de la Tunara -y en sentido amplio hasta el castillo de San Luis de Sabinillas- y, por la costa occidental, hasta la ensenada de Bolonia. Este sistema quedó completado en la década de 1730.
Cuando dos siglos después, al finalizar la década de 1930, se abordó de manera urgente la fortificación de esta parte del estrecho de Gibraltar, el planteamiento presentaba ciertos paralelos con el sistema anterior: se organizaba frente a un enemigo basado en el Peñón, tenía carácter eminentemente defensivo y se proyectó por un espacio geográfico muy amplio. También coincidían en que, cumpliendo el principio del mantenimiento del interés estratégico de determinados puntos del litoral, ocuparon los emplazamientos que habían acogido fuertes artilleros en el siglo XVIII y torres almenaras en el XVI. Aunque la densidad de las nuevas construcciones, en forma de fortines de hormigón, se concentró en el “cerrojo del istmo” -esta era la vanguardia del sistema, situada en la ciudad de La Línea de la Concepción, mientras que la retaguardia se emplazaba en Sierra Carbonera- las obras se prolongaron a lo largo de decenas de kilómetros.
Por el este, el despliegue fue muy limitado porque, en vez de desarrollarse por la costa malagueña, solo llegó hasta la desembocadura del río Guadiaro. Como los fortines se dispusieron en cierto número en la orilla derecha del río y en torno a los puentes que lo cruzaban en su tramo final, principalmente, se consideró que cualquier desembarco enemigo en la costa malagueña se encontraría con un obstáculo natural decisivo, como era el propio cauce fluvial. Ha de tenerse en cuenta que el diseño defensivo de este sistema fortificado asignaba a los fortines una mera función de retardo para la progresión de la fuerza invasora. Habían de paralizarla temporalmente, en tanto que, en la retaguardia, se organizaba la reserva. Y esta dependía de la rapidez con que la masa artillera de reserva pudiera desplegarse tierra adentro para machacar a los atacantes refrenados por el sistema de fortines, mientras la infantería reforzaba la línea defensiva y, seguidamente, recuperaba al contraataque la cabeza de puente establecida por el invasor.
Es cierto que la artillería de la 112 División desplegada en el Campo de Gibraltar se consideraba insuficiente para atender un despliegue tan grande como el que había que afrontar, no solo en el flanco del Guadiaro sino en el resto del dispositivo. El teniente general Queipo de Llano, su máximo responsable, lo sabía bien. Las plantillas de las divisiones españolas eran, en esas fechas, teóricamente equiparables a las de las francesas o alemanas. Sin embargo, su potencia de fuego era muy inferior, sin considerar la calidad del armamento y el tremendo desgaste que le había supuesto su empleo intensivo durante la Guerra Civil (Sáez, 2017: 289-290). Un dato significativo es que, en 1939, un regimiento español contaba con un tercio de cañones anticarro comparado con un regimiento alemán. El general de Sevilla propuso a Franco, el 10 de mayo de 1939 y de acuerdo con el Comandante General de Artillería del Ejército del Sur, que la artillería divisionaria se reforzase “con dos Agrupaciones de Artillería de Cuerpo de Ejército”. Dos grupos irían destinados a la zona de Algeciras y otros dos a la de San Roque, reforzando los materiales de la división -un grupo de artillería con obuses italianos de 100/17 y otro con cañones de campaña de 75/28-.
Debe destacarse, no obstante, que, al plantear este incremento del potencial artillero español en la zona, Franco alteraba la concepción del dispositivo táctico de los fortines hormigonados. Esas obras defensivas iban a quedar englobadas en un diseño más amplio, de carácter ofensivo, pues el Generalísimo “con clara visión, indica el poco peso de las baterías de costa de la bahía de Algeciras para conseguir nuestra misión en dicha zona en su triple aspecto de cortar el tráfico del Estrecho, batir la plaza de Gibraltar e impedir un desembarco en las costas propias”. Este triple aspecto, expresado en palabras del propio Francisco Franco, quedaron minuciosamente recogidos en el Plan Jevenois, elaborado por la Comisión de Fortificación de la Frontera Sur en el mes de agosto.
Desde entonces, adquirió la misma urgencia que los fortines la necesidad de construir pistas militares para el despliegue de la artillería de campaña por unos cerros costeros intransitables para vehículos a motor hasta esas fechas, así como los emplazamientos de artillería de costa para grandes piezas navales. La necesidad de mano de obra se multiplicó, así como la de acopiar numerosos recursos económicos y materiales para llevar adelante todos estos proyectos. En consecuencia, y desde el primer momento, se recurrió al trabajo forzado de antiguos soldados del Ejército Popular de la República.
Ha quedado demostrado que el sistema de defensa contemporáneo del Campo de Gibraltar contó con la participación de una docena de Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, sistema represivo franquista heredero del de Batallones de Trabajadores, disueltos en 1940. En estos batallones quedaron encuadrados los mozos considerados desafectos al régimen, correspondientes a las quintas de 1936 a 1941. Se trataba de los jóvenes que, no habiendo servido en el Ejército Nacional por razones obvias, fueron obligados a hacerlo tras finalizar la guerra. Procedentes de diferentes lugares de España, fueron destinados a cubrir la demanda de mano de obra de los proyectos de fortificación, construcción de pistas, carreteras y otras instalaciones militares.
Hacia la zona oeste del istmo de La Línea el sistema fortificado se alargó hasta Conil. A diferencia del río Guadiaro, que por el este había de servir de obstáculo natural ante un hipotético desembarco en las amplias costas malagueñas, en dirección a Cádiz no había río alguno que interpretar de igual manera. Por tanto, las playas intercaladas entre las costas altas de esa parte del litoral se vieron fortificadas con menor densidad que en el citado “cerrojo del istmo”. Los frentes costeros de playas bajas, susceptibles de sufrir ataques anfibios, recibieron especial atención, contándose un dispositivo defensivo de cierta profundidad, con dos líneas de fortines. El resto dispuso de solo una.
Resulta comprensible que la densidad de las defensas sobre el territorio disminuyese de manera exponencial al alejarse de la zona central del dispositivo, en el istmo de Gibraltar. Un recuento somero de las obras situadas en la bahía de Algeciras arroja unos 156 fortines. El siguiente tramo costero, de similar longitud y condiciones para el desembarco de fuerzas anfibias, es el situado al oeste de la isla de Tarifa. Desde la isla hasta Punta Camarinal se identificaban unas 84 obras. Más allá del acantilado de Barbate, cuando reaparecen las playas amplias, bajas y arenosas, igualmente idóneas para operaciones de desembarco, las cifras se reducen de forma llamativa. Entre la playa de Caños de Meca y Cabo Roche -de nuevo en una extensión de 18,5 km- solo se construyeron unas 13 obras. Este estudio se centra en el extremo occidental del dispositivo, entre el final del término de Vejer de la Frontera y Cabo Roche -con la posición central del pueblo de Conil de la Frontera-. Es el área correspondiente al Centro de Resistencia “b” del IV Subsector, conforme a la nomenclatura de la Comisión Técnica de Fortificación de la Costa Sur en marzo de 1944.
El centro de resistencia de Conil
En la primavera de 1944, pocos pensaban ya en la posibilidad de que las fuerzas del Eje ganasen la Segunda Guerra Mundial. España se había alineado claramente en el lado del Eje. Como resultado del Protocolo de Hendaya en el otoño de 1940, se había adherido "al Pacto de Acero, aunque quede pendiente la entrada en el Pacto Tripartito -Alemania, Italia, Japón-, en una fecha a determinar conjuntamente por los cuatro países -los anteriores más España- y la entrada en la guerra contra el Reino Unido, una vez concedidos los apoyos militares y económicos necesarios".
Pero en 1944 habían cambiado muchas cosas. Desde la declaración de Estado “no beligerante” por Franco en junio de 1940 -interpretado como posición previa a la entrada en la guerra, como había hecho la Italia fascista recientemente- se había dado marcha atrás. En el otoño de 1943, coincidiendo con la orden de repatriación escalonada de la División Azul en octubre, esa declaración se convirtió de nuevo en neutralidad. Y en los primeros meses de 1944 -cuando se fecha el documento que trabajamos- los aliados occidentales avanzaban por la península italiana (Montecassino), preparaban el desembarco de Normandía y bombardeaban a diario las principales ciudades alemanas. Los soviéticos, por su parte, ocupaban Ucrania y llegaban a Rumanía.
Tres meses después de aquella declaración de Estado “no beligerante”, Serrano Súñer viajó a Berlín y se reunió con Hitler y con Himmler.
El día que Serrano Súñer abandonaba la capital alemana, la Oficina de Seguridad del Reich cursó una orden para que todos los españoles que se encontraban en campos de prisioneros de guerra, donde se respetaba la Convención de Ginebra, fueran sacados de allí y enviados a campos de concentración. Unos 9.300 compatriotas fueron deportados; dos de cada tres acabaron convertidos en humo y cenizas. Se estima que 5.000 españoles murieron en condiciones terribles en Mauthausen entre 1940 y 1945.
En la guerra europea todo era cuestión de tiempo, pero las costas andaluzas seguían fortificándose, con principios estratégicos ya completamente obsoletos para aquellas fechas. La operación de Normandía, que iba a tener lugar tres meses después, habría de desvelar que un asalto frontal de una fuerza anfibia numerosa, con superioridad aérea, sin oposición naval y con fuerzas aerotransportadas que tomasen a las líneas de fortines por la retaguardia -que era el escenario que se daba en las costas gaditanas- había de resultar imparable. Como relataba nuestro alférez provisional, aquello “era un teatro que tenían”, más una operación cosmética y propagandística que un eficiente diseño defensivo. Nos encontramos en el IV Subsector táctico, integrado por dos centros de resistencia: el “b”, de Conil, y el “a”, de Barbate. En esta ocasión nos centramos, en exclusiva, en el centro de resistencia de Conil, el “b”.
Se trata de 11 kilómetros lineales de playas amplias y acantilados, con el curso del río Barbate como principal obstáculo natural, junto a la zona escarpada más occidental, entre la Fuente del Gallo y Cabo Roche. En tan amplio espacio se emplazó tan solo una docena de fortines hormigonados, entre los que se contaban únicamente 4 o 5 casamatas con cañones anticarro.
Cualquier comparación con otros sistemas defensivos contemporáneos no tiene, inicialmente, mayor validez que la anecdótica. No obstante, puede resultar un ejercicio interesante al situar cuantitativa y cualitativamente la realidad que analizamos en el contexto de la fortificación contemporánea basada en búnkeres de hormigón.
Unas pocas semanas después de la elaboración del proyecto que manejamos por la Comisión Técnica de Fortificación, se produjo el famoso desembarco de Normandía, que había de liberar a la Europa occidental del horror nazi y fascista. Quizás la más famosa playa del Día D, Omaha Beach, ocupaba una extensión de 6 kilómetros, casi la mitad que el sector abarcado por el centro de resistencia de Conil. Como es bien conocido, se localiza en la baja Normandía, Francia, en la orilla sur del canal de la Mancha.
En esta playa, donde se produjo el ataque aliado menos exitoso de los realizados aquel famoso 6 de junio de 1944, los alemanes habían establecido un ingente dispositivo defensivo consistente en 14 Widerstandsnester -”nidos de resistencia”-, numerados del WN-60 al WN-73, que tardó apenas un día en ser rebasado por los aliados. Disponía de más de 60 piezas de artillería ligera, 8 casamatas para las pesadas y 18 cañones antitanque, todo reforzado por 16 obuses en la retaguardia. Contaba con cuatro líneas de obstáculos en el espacio intermareal de la playa. Las cinco compañías de infantería de dotación en este sistema fortificado estaban reforzadas por la 352ª División de Infantería alemana y tres batallones adicionales -dos batallones del 726º Regimiento de Granaderos y el 439º batallón Ost-.
Como puede apreciarse a simple vista, el sistema defensivo de la Muralla del Estrecho adolecía de todas las desventajas imaginables a estas alturas de la guerra ante la hipotética amenaza aliada. Pero el peligro, si alguna vez existió en los términos que se había planteado en la primavera de 1939, era cosa del pasado. La guerra en el Mediterráneo estaba en vías de liquidación. Tras el desembarco de las fuerzas aliadas en Sicilia, el 9 de julio de 1943, Mussolini perdió el poder e Italia firmó la rendición el 8 de septiembre. El Afrika Korps había capitulado en Túnez aún antes, en mayo. Si F. D. Roosevelt y W. Churchill hubiesen decidido acabar con la dictadura franquista, no habrían sido estos fortines los que lo hubiesen impedido.
Artículo publicado en el número 52 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibraltareños (marzo de 2020).
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