El vencejo feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'El vencejo feliz'
Ilustración de 'El vencejo feliz' / ChatGPT

Para Julio,

Granada 2024

Sobre el suelo del balcón, como abandonado o perdido y el pico grande como un rape: el pajarillo boqueaba buscando supervivir. La estudiante tembló cuando lo vio y le puso sobre la marcha el nombre de Lolito... Lo recogió, lo metió en una caja de zapatos y comenzó a darle gambillas de una tortuga que una compañera de piso tenía en su habitación, y añadió unas miguillas de pan empapadas en leche desnatada que parecía tomar con ganas. Lolito engulló, devoraba, toda la mañana perdida en su fin único de comer lo recuperaba. Así se despabiló y aleteaba fuertemente contra el cartón de la caja, ruidoso como la criatura revivida que era. La estudiante de Medicina, para colmo, se sentía reparadora, feliz como la niña que jugaba con su paciente y le curaba los males en misión inevitable.

A los dos o tres días Lolito estaba fuerte y el mundo de su cajón se le hacía pequeño. Era un vencejo y los vencejos vuelan por las calles cazando insectos como kamikazes, así lo hablaron varios en el piso, por lo que parecía, transcurrido ese periodo de afianzamiento de la vida, que el piloto debía volar de su nido. Fue todo un ceremonial, se reunieron en el balcón jaleando a Lolito, colocado en la improvisada pista de despegue del aféizar; no se decidía, “¡Venga, Lolito!”, “¡Lolitoooo!”, gritaban, y el pájaro miraba hacia el infinito del aire en éxtasis. Su protectora se acercó y con ternura le dio un pequeño ánimo, un empujoncito levísimo que hizo saltar al ave por vacío entre gritos de entusiasmo que hacían resonar su nombre por toda la avenida. Lolito trazó planeando una línea perfecta con leve curva de subida que parecía parabólica, pero chocó de frente contra el muro del edificio del otro lado cayendo hacia la calle desgarbado y perdida toda la gracia.

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