El grillo feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'El grillo feliz'
Ilustración de 'El grillo feliz' / ChatGPT

Me senté en aquel pueblo en la ladera de la Peña, como colgado entre la cima y la hondura fría del arroyo. Las casas, herméticas, atesoraban aún un trozo del invierno pero en la oscuridad de la corriente repleta de zarzas pujantes los ruiseñores se hablaban unos a otros con soltura, anunciando las calores que, en breve, habrían de llegar. Érase un silencio medieval, de camino largo por el campo; la noche llegaba y sólo una brisa suave mecía a la hilera de plátanos de indias de aquella avenida de entrada a la población, lo demás eran canes, un animalillo pululando entre la hojarasca y un silencio paciente, gordo, craso, como de hecho histórico olvidado.

Entonces me di cuenta de que sonaban grillos por todas partes anegando la lejanía, que los grillos ocupaban el espacio, que habrían de cantar por toda la comarca, la provincia, tal vez la nación o la Tierra: una enormidad que grillarían como si fueran los átomos del silencio, como si el vivir no fuera con ellos, ni conmigo, yo no entendía... y pensé que, quizá, quizá, ellos fueran felices.

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