El gato feliz
Cuentos de estío: Los animales felices
El grito del gato se parecía tanto al de un niño que le hizo brotar unas risas, por la confusión inesperada: eso no entraba en sus expectativas. Le había puesto el hierro al rojo en la panza y el pelo y la carne chisporrotearon con un husmillo desagradable y un tufo que no se correspondía con bicho que viviera: otra sorpresa más. Amarrado el gato boca arriba, el adolescente le hizo de todo y cuanto más chillaba con su grito semihumano más le divertía pero, en un corte, se le fue la fuerza y el gato se aplastó inerte ya sin respiro. Entonces el muchacho lo observó con una cierta frustración, despanzurrado, en derrame sobre la mesa desvencijada en la que yacía crucificado... mas, por otra parte, consideró que el animal le había mostrado que nada malo hay en el disfrutar del dolor de otros, que la educación y la moralina sólo tienen utilidad para los débiles y que, de alguna manera, le había ayudado a superar esa miseria y que ahí empezaría su historia, por eso, creyó, debía sentirse un gato muy feliz.
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