El santateresa feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'El santateresa feliz'
Ilustración de 'El santateresa feliz' / ChatGPT

Érase un santateresa que percibió el vago aroma de la hembra a distancia y recorrió la enormidad de tierra, hierbas y leña muerta hasta que dio con ella. Era verde y grande, hermosa y fría, su cabeza triangular invitaba al amor de modo que la cortejó. Ella siempre rezando y él la rodeó cuatro o cinco veces dando a entender que a pesar de su tamaño, a pesar del peligro evidente de sus mandíbulas, merecía la pena atreverse.

La mantis se quedó un instante con esa quietud mentirosa del insecto palo, que parece recular o avanzar según se mire. Entonces el macho se encaramó por detrás y escaló por su espalda hasta que pudo rozar sus antenas con sus antenas; un estremecimiento de placer rígido, de exoesqueleto queratinoso, la condenó a la puesta. Estiró el vientre y él le introdujo su miembro pequeño y, mientras el órgano se aferraba y convulsionaba para expulsar su semilla en el interior de la teresa, le dijo:

Amor mío, te ofrezco mi cabeza en un plato:

Desayuna. Te ofrezco mi corazón pequeño

y se dispuso a morir con la indiferencia de quien todo lo tiene ya. Se le iba la vida con cada eyaculación y, de haber podido sonreír, su cara habría expresado la dicha total. Pero fue la sacudida, lo inesperado o lo natural, según se vea, el sapo agarró a la mantis con sus fauces sin fin y el macho cayó en la arena viendo a la hembra orando en la boca del batracio demoníaco, toda la semilla desperdiciada en su abdomen elitroso y, por algún motivo que no admitía, él era un santateresita feliz.

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