El cabrito feliz
Cuentos de estío: Los animales felices
Pacía con sus hermanos en una pradera gruesa de verdor; la hierba era acuosa y rica, como si la luz del sol le diera vida y la brisa de la serranía la dotara de un frescura alimenticia diferente; en nada, el cabrito había perdido la canijez del nacimiento y su cabeza enorme se sujetaba más firme sobre su cuerpo aunque a costa de perder la gracia de sus movimientos torpes, la leche crasa de su madre le ponía carnes tiernas, jugosas y de hebra que se deshilacha como un suave pétalo de rosa peluda...
Levantó la mirada al ruido raro de un camión que se acercaba y entonces la vio: el águila observaba desde lo alto, y sus instintos y el terror del resto del hato de cabras le hizo temer, el águila no era buena.
Conforme la sombra grande del ave grande llegó al rebaño todas se estremecieron y una que empezó a correr puso en marcha a las demás y la sombra siniestra curvaba su cacería aérea y los animales también corrían en círculo, tal si la rapaz tuviera la fuerza de un dios que con su dedo girara los destinos. El cabrito trotaba, paraba, requebraba con el entusiasmo de la chiquillada, sus ojos espectadores y almendrados de infancia feliz, y su lengüilla jadeante de alegría y el rabito contoneándose como el de un perrito contento y, de repente: el hombre le echó un brazo y lo metió en el camión.
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