El caballo feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'El caballo feliz'
Ilustración de 'El caballo feliz' / ChatGPT

Érase el Roque pavoneándose por el pueblo lleno de orgullo machotista; porte erguido, tieso incluso, patillas cortadas con tiralíneas y con una leve inclinación hacia abajo: como de bandolero pero cubista, el Roque montaba su caballo derramando poderes recto igual que un soldado beligerante y bombófilo. Y es que el animal traqueteaba el paso con su misma solemnidad, desfile cuadrúpedo que destilaba lo marcial tal quien respira el porte de una patria, un país, una bandera, el equino vacilaba con hispano baile derecha izquierda derecha izquierda y la mirada en un plusultra allá en el horizonte como si el tiempo se extendiera aguardando su engallarse en el destino. Qué lindos atravesaban los dos el pueblo, mostrándose, luciéndose en un aquí estoy yo que marcaba las diferencias, la clase, la Historia, qué le gustaba al Roque lo de su gente, qué le gustaba al Roque saludar al vecino, qué le gustaba al Roque mirar a la vecina, qué le gustaba al Roque sentir la atardecida en el rostro junto al río o desfilar con la patrona; cada bar, una estación, penitencia con hielo y risa con desparpajo, el anochecer le alcanzaba esos días como al amante nuevo el amanecer, cómo era el Roque, qué buen muchacho, qué cabal, qué español, y su caballo qué español, qué cabal, qué buen muchacho.

Y así llegaron a la cuadra, la casa vieja del abuelo, y fueron al patio y con un manguerazo le quitó el sudor el hombre al caballo, los arreos colgados ya engrasados en la pared. Lecho de paja, la avena servida, feliz el caballo se disponía al reposo con la tranquilidad de lo bien cumplido, su reino por este hombre que tanto lo mima, recio cepillo de crines para arrancar lo muerto, subido a la silleta, el brazo duro que pasa recorriendo los cuartos hacia atrás hasta la cola, iteradamente, del caballo feliz los dos ojos abiertos y el pene ya dispuesto en su culo.

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