El burro feliz

Cuentos de estío: Los animales felices

Ilustración de 'El burro feliz'
Ilustración de 'El burro feliz' / ChatGPT

Para Trófimo

Tuvo paciencia. Hizo el aguardo varias noches, intuyendo que con la luna habría más posibilidades. Lo vio llegar y, por un momento, una inquietud lastimó su corazón, Trófimo no conocía la maldad. Un brillo de plata y sombras se derramaba en mitad del suelo nocturno, como si los astros columbraran algo oscuro...

Esperó a que estuviera dentro de la propiedad. Entonces se fue para él y le dio el primer golpe, éste de estacón recio de olivo, y al tiempo que caía el herido dejó a un lado la tranca. Entonces, todo en su cálculo, cogió unos garrotes rematados con cascos de burro, confiscados a los furtivos, y mientras comenzaba aquél a removerse en el suelo le pisó la cabeza por la frente con ímpetu de fiera. Después no paró: una, otra, otra, otra, quebrando hueso, ternilla y diente, lacerando carne, tendón y cartílago hasta destrozar cualquier huella humana en lo que fue un rostro, y se decía Trófimo: No está bien, esto no está bien, pero recordaba a aquel cura del colegio que le conminaba: “Entre usted y yo, Trófimo, el marxismo no lleva a ninguna parte ¿verdad?” y así diluía su conciencia obrera, y pisoteaba la cabeza del ladrón sin importarle su condición de víctima del capital porque era reiterante, porque había metido el miedo en su casa y porque había atacado a la pobre vecina que lo descubrió forzando la puerta, octogenaria, impedida, y no le importó darle una hostia que la tumbó a todo lo largo y le lesionó el oído y la cadera, y por todo eso le daba y le daba y le daba con aquellos cascos contrahechos.

Atisbó Trófimo como una estrella apagada en la cara del burro, que se había acercado curioso; resplandeció su dentadura fuerte y agachó la cabeza hasta el ladrón: dio una dentellada de garañón poderoso en su brazo que, al jalar, levantó el cuerpo entero; cuando cayó ya estaba muerto. Trófimo vio sonreír cómplice al asno, mientras pisaba su cabeza, todo bien.

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