¿Cosoberanía en Gibraltar? La frontera blanda como fórmula de compromiso

Tribuna de opinión

El autor señala que si agentes españoles pasan a controlar los accesos exteriores de Gibraltar, se está cediendo en uno de los atributos fundamentales de la soberanía

La UE y Reino Unido logran un acuerdo sobre Gibraltar para poner fin a décadas de desencuentro con el derribo de la Verja y la integración de la colonia en Schengen

El puesto fronterizo entre La Línea y Gibraltar.
El puesto fronterizo entre La Línea y Gibraltar. / Francisco J. Olmo / Europa Press
Antonio José Gómez del Moral - Secretario de Andalucía Bay 20.30

15 de junio 2025 - 02:06

El reciente acuerdo político entre España, el Reino Unido y la Unión Europea sobre Gibraltar ha reabierto un debate histórico, pero con nuevos matices. La propuesta de eliminar la verja fronteriza y permitir que policías españoles ejerzan control en el puerto y el aeropuerto del Peñón representa un giro inédito en las relaciones trilaterales. ¿Estamos ante un paso hacia la cosoberanía, aunque no se le llame así?

Una soberanía que se ejerce… pero no se redefine

El Reino Unido mantiene formalmente su soberanía sobre Gibraltar, un estatus reforzado por el deseo mayoritario de los gibraltareños de seguir siendo británicos. España, por su parte, nunca ha renunciado a su reclamación histórica del territorio, al que considera un vestigio colonial pendiente de descolonización. En este contexto, el concepto de cosoberanía ha sido siempre políticamente tóxico: para el Reino Unido supondría una cesión, para España una legitimación del statu quo.

Sin embargo, los términos del nuevo acuerdo abren una tercera vía: una simbiosis operativa que, sin tocar los principios formales de soberanía, modifica profundamente su ejercicio cotidiano. Si agentes españoles pasan a controlar los accesos exteriores de Gibraltar, y la verja —símbolo físico de la división— desaparece, estamos ante un escenario inédito: un territorio británico con elementos de gestión compartida con España.

Cosoberanía funcional: el poder compartido sin proclamas

La cosoberanía tradicional implica un acuerdo explícito entre dos estados para gobernar conjuntamente un territorio. No es el caso de Gibraltar. Pero sí podríamos estar presenciando una cosoberanía funcional, es decir, un reparto práctico de competencias que, sin alterar la titularidad formal, transforma la operativa del territorio.

Si agentes españoles pasan a controlar los accesos exteriores de Gibraltar —puerto y aeropuerto—, se está cediendo en uno de los atributos fundamentales de la soberanía: el control de fronteras. El poder de decidir quién entra o sale de un territorio es una de las manifestaciones más clásicas del ejercicio soberano. Que esa función sea asumida por fuerzas de seguridad extranjeras, aunque sea en un marco de cooperación, implica una cesión operativa de poder que va mucho más allá de lo simbólico.

Este tipo de arreglo no es nuevo en la historia. Ha existido en regiones fronterizas o disputadas, y suele responder a una necesidad política: crear estabilidad donde la soberanía exclusiva resulta inviable o conflictiva. En Gibraltar, el Brexit ha desbaratado el equilibrio anterior, y una frontera dura resultaba inasumible tanto para el Campo de Gibraltar como para la economía gibraltareña. La solución ha sido pragmática: abrir, cooperar, compartir.

La dilución silenciosa de la soberanía

A largo plazo, este tipo de fórmulas tienden a producir una asimilación paulatina. A medida que se institucionaliza la cooperación y se normaliza la presencia española, el relato simbólico de la soberanía plena se ve tensionado por la realidad de una gestión compartida. No se trata de una cesión inmediata, sino de una dilución por simbiosis, donde el control se distribuye sin modificar los papeles, pero sí los hechos.

Para Gibraltar, esto plantea un desafío identitario: seguir siendo británico mientras se integra operativamente en el espacio Schengen. Para España, es una oportunidad estratégica: ganar presencia y legitimidad sin necesidad de confrontación. Y para la UE, es una fórmula que permite mantener la coherencia del espacio europeo de libre circulación tras el Brexit.

Un laboratorio político sin precedentes

El caso de Gibraltar puede convertirse en un laboratorio de posnacionalismo pragmático. Si funciona, podría ofrecer un modelo para resolver otros conflictos de soberanía: compartir sin rendirse, cooperar sin claudicar. Pero también encierra riesgos: cualquier paso mal medido podría reactivar tensiones identitarias a ambos lados de la verja, o generar rechazo entre quienes ven en esta fórmula una traición a sus principios nacionales.

Por ahora, nadie pronuncia la palabra "cosoberanía". Pero en los márgenes del acuerdo, en la letra pequeña de la cooperación, se vislumbra una nueva forma de soberanía adaptada al siglo XXI: más funcional que simbólica, más compartida que excluyente, más práctica que patriótica.

Quizás el futuro de Gibraltar ya no se juegue en los tratados, sino en cómo se gestiona lo cotidiano. Y ahí, la cosoberanía —aunque no se nombre— está más cerca de lo que parece.

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