Campo de Gibraltar

Las chicas de la Aduana

  • Tres mujeres relatan su paso por el cuerpo de matronas de la Guardia Civil

  • Trabajaron en las aduanas de Algeciras, Tarifa y La Línea hasta 1999, cuando se decretó su desaparición

Hasta hace tan solo treinta años y aunque parezca algo impensable, la mujer no podía acceder como agente de autoridad al cuerpo de la Guardia Civil. Fue en 1988 cuando se autorizó el acceso de las mujeres a las tareas propias de cualquier agente perteneciente a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Sin embargo, a las mujeres que ahora son agentes de la Benemérita les precedieron otras que, aunque nunca formaron parte de la Guardia Civil, sí trabajaron dentro de su estructura desde mediados del siglo XIX.

Hablamos de las matronas, las encargadas de reconocer a personas de su mismo sexo -lo que popularmente se conoce como cachear- en las aduanas de los puertos, aeropuertos y zonas fronterizas de toda España. Su trabajo consistía en localizar todas aquellas mercancías ilegales que pudieran llevar consigo.

La figura de la matrona se remonta al cuerpo de carabineros, que fue el primero en incorporarlas. Los expertos en Historia han constatado que fueron las primeras en ser incluidas en trabajos de seguridad pública, en 1860, y aún está por determinarse si fue la matrona fue la primera mujer que formó parte de la Administración General del Estado.

Su figura siempre ha cargado con el peso de una sociedad que caminaba hacia la modernidad y, en consecuencia, limitaba sus condiciones de trabajo. Hasta 1987, para poder acceder al cuerpo de matronas de la Guardia Civil era condición indispensable ser viuda o huérfana de guardia civil. Los responsables de la Benemérita entendían que, como no eran guardias, al menos tenían que tener determinados lazos con el cuerpo. Solo así lograban amortiguar algunos de los recelos y desconfianzas que despertaban entre sus compañeros. A esta discriminación de género y condición se le unía la económica. Las matronas que accedían a un puesto de trabajo por esta vía -hasta 1988- tenían prohibido casarse o tener hijos. La Guardia Civil entendía que ofrecerles un puesto de trabajo era una ayuda que se les ofrecía para contrarrestar las bajas pensiones y que al contraer matrimonio ya no necesitarían salario alguno.

Fue el caso de María Mateo, sevillana, huérfana de la Guardia Civil nacida en 1945. Poco después de la muerte de su padre, en agosto de 1976, una matrona del aeropuerto de Sevilla la animó, a que echara la solicitud para el acceso al cuerpo de matronas. Las posibilidades de acceder a las plazas de matronas eran muy reducidas y María esperó cuatro largos años hasta que por fin la llamaron. "Me hicieron un examen de cultura general en la sede de la Comandancia, que por aquel entonces estaba en la Plaza de España, lo aprobé y en el año 1981 ingresé y me dieron mi primer destino: la Junquera", cuenta María. Pero allí solo estuvo año y medio. Su siguiente parada fue Tarifa. "Cuando llegué al puerto de Tarifa me dije, ¡dónde me he metido! y luego me destinaron al Puerto de Algeciras", cuenta. Allí pasó 11 años hasta que con la desaparición de la figura de las matronas regresó a Tarifa, donde trabajó con la Guardia Civil hasta que se jubiló en el año 2015. "Recuerdo a muchas mujeres a las que tuve que cachear. A una de Madrid que iba con un niño pequeño y dos kilos de hachís adosados al cuerpo. Otra, con dos niños de 6 y 8 años, y cuatro kilos de droga. Una vez llegó una con 1 kilo y 200 gramos en la vagina y 8 kilos adosados. La mayoría de las veces intentaban pasar la droga por necesidad. Te dabas cuenta muy rápido y daba mucha pena porque la situación era muy incómoda y violenta, sobre todo cuando hay niños, porque luego tienen que hacerse cargo de ellos otras administraciones. Aún así, nunca me he encontrado con situaciones difíciles. Yo las traté siempre con mucha educación y ellas también", comentó María quien pese al sabor amargo de su trabajo, le reconforta la sensación "de haber quitado mucha droga", añadió.

Margarita Sánchez, madrileña, consiguió ser matrona de la Guardia Civil gracias a la primera y única oposición que se convocó para este tipo de trabajadoras. Corría el año 1987 y para hacer el examen tuvo que estudiar el mismo temario que el de los aspirantes a guardias civiles aunque sin pruebas físicas. "Aprobé la oposición contra todo pronóstico, sobre todo el de mi madre", bromeó la matrona.

El siguiente paso fue ingresar en la academia fiscal de Sabadell, que ya no existe, donde permaneció durante un mes. "Allí nos enseñaron los tipos de drogas, el reglamento, nuestros cometidos o las divisas. En cuanto terminé me destinaron al puerto de Algeciras. Recuerdo que llegué el 8 de enero de 1988, con solo 22 años. En aquel tiempo éramos cuatro matronas y fue la época del inicio de las drogas, de todo lo que se traía de Ceuta. Cuando llegaban excursiones de portugueses ya sabíamos que alguno vendría cargado con todo tipo de ropa y objetos. Los cacheos siempre eran incómodos sobre todo para quien llevaba algo oculto. Y los que no lo llevaban te preguntaban por qué les cacheábamos. Han sido muchos servicios pero siempre recuerdas algunos especiales. Una vez vinieron dos niños solos con droga, en el último barco de Ceuta, el de la noche. Aquellas situaciones eran muy tristes porque usaban a los menores como escudos", relató Margarita, que en 1999, con la desaparición de la figura de las matronas en las aduanas pasó como auxiliar de dicha oficina, donde aún permanece.

Lucía Díez, nacida en Palencia, se quedó huérfana a las 19 años. Al igual que María Mateo, a miles de kilómetros en Sevilla, tuvo que esperar cuatro años hasta que recibió la llamada para hacer el examen. Fue gracias a un hermano suyo que la ayudó y la animó a tramitar su solicitud. Su incorporación al grupo de matronas de la Guardia Civil se produjo el 15 de marzo de 1984 -dos años después de la apertura de la Verja- cuando Lucía contaba ya con 35 años. Su primer y único destino fue la aduana de La Línea. "Llegué en Pascua, y aquellos días lo único que veía pasar desde Gibraltar eran huevos de pascua, muchos huevos de pascua", comentó en tono de broma.

Luego empezó la época de los alimentos, de la mantequilla, el queso, la leche, las bebidas alcohólicas. "Una vez tuve que cachear a una mujer que llevaba carne congelada adosada a las piernas. También nos enfrentábamos al contrabando de ropa. Los pantalones Levis, los polos de Lacoste, las camisas, las bragas... Llevaban de todo, pero llegó el tabaco y la cosa se complicó", lamentó Lucía.

Con el tabaco ilegal llegaron las colas, las amenazas, las ruedas del coche pinchadas. "Los que trabajábamos en la aduana estuvimos muchos años amenazados y estar y permanecer en La Línea era muy complicado. Aunque tenía casa allí, cuando no me tocaba trabajar me iba fuera para estar más tranquila", apunta esta palentina.

Lucía tampoco llegó a casarse. Al principio porque no podía por haber accedido al trabajo antes de que se derogase la prohibición de hacerlo, a finales de los 80. Más tarde, aunque encontró pareja nunca quiso renunciar a los derechos económicos que ya había adquirido. Con la desaparición de las matronas, en el año 1999, pasó a las oficinas de la Aduana, donde se jubiló hace ocho años tras cumplir los 65. Su vida laboral la completó en la comarca, donde ha echado raíces como campogibraltareña.

Estas tres mujeres llegaron al Campo de Gibraltar para desempeñar un oficio nada fácil. Aunque el cuerpo de matronas ya no existe como tal, la Comandancia de la Guardia Civil de Algeciras prepara, en reconocimiento a su labor durante tantos años, una serie de actos para homenajearlas.

Aunque jubiladas dos de ellas, y otra en activo en oficinas de la aduana algecireña, las tres se sienten matronas y no olvidan un oficio que les ofreció muchos sinsabores, pero también la satisfacción del trabajo bien hecho pese a que en cada uno de sus servicios estaba en juego el futuro de las personas a las que examinaban.

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