La ayuda portuguesa en la batalla del Salado de 1340 (y II)
Instituto de Estudios Campogibraltareños
Por su trascendencia, la batalla marcó un hito histórico en Castilla y también dejó una profunda huella en el reino de Portugal, de la que todavía se conservan rastros a pesar del tiempo transcurrido
La ayuda portuguesa en la batalla del Salado de 1340 en Tarifa (I)
Desde Sevilla al Salado
Después de entrar en Sevilla el rey de Portugal siguieron llegando efectivos de este reino. Como darle posada en la ciudad no era recomendable, los dos monarcas estuvieron de acuerdo en que los portugueses se unieran al ejército castellano acampado en las afueras de Sevilla, junto al cauce del río Guadaira.
El día 15 de octubre, los reyes y sus respectivos ejércitos abandonaron aquel campamento y en varias jornadas de camino llegaron al Guadalete, en las cercanías del actual Jerez de la Frontera. Al día siguiente, 22 de octubre, remontaron el curso de este río y llegaron al vado de Torrecera, por donde lo cruzaron; en la margen izquierda del río permanecieron acampados un par de días para descansar y recoger las provisiones que le llegaron por mar. Según las crónicas, en esa parada fueron incorporándose al ejército aliado los efectivos que llegaban de Portugal, con lo que el total del contingente portugués alcanzó el millar de caballeros y una infantería que no se cuantifica en las fuentes, pero que algún autor supone próxima a los tres mil hombres de a pie, cantidad que suponemos razonable.
La explicación que justifica este escaso número de efectivos portugueses nos la da el conde de Barcelos. Según señala este noble, hermano del rey de Portugal por otra parte, aunque el monarca portugués envió las cartas de convocatoria a todos los nobles del reino ordenándoles que fueran a Badajoz, o que tomaran el camino de Sevilla por su cuenta a la mayor prisa posible, algunas de las cartas fueron entregadas muy tarde, por lo que solo los vasallos y concejos ubicados entre el Tajo y el Guadiana pudieron recibirlas a tiempo. Así las cosas, las fuentes cronísticas no dicen que entre aquellos portugueses estaban los maestres de las órdenes militares de Portugal, caso de la Orden de San Juan del Hospital, la Orden de Avis, la Orden de Santiago y la de Cristo, aparte de otros destacados señores del reino como lo eran don Diego de Sousa, Lopo Fernández Pacheco, señor de Ferreira, Ruy García de Castil, Pay de Meyra, y Fernán Gonzales Cogomin, aparte de Gonzalo Gómez de Acevedo, quien era en esta ocasión el encargado de portar el pendón del rey de Portugal.
Después de continuar la marcha hacia el Estrecho, en la mañana del día 29 de octubre llegaron las fuerzas cristianas a la playa de Valdevaqueros y acamparon allí; por la tarde, el monarca castellano convocó a los jefes militares que le acompañaban con el fin de organizar sus efectivos para la batalla que había de darse al día siguiente. Se acordó en esta asamblea que el rey de Portugal dirigiera el ala izquierda del ataque y que sus efectivos combatieran por la parte más cercana a la sierra, al tiempo que se pensó en reforzar los efectivos bajo el mando del rey de Portugal, con unos tres mil hombres a caballo procedentes de los contingentes del infante heredero de Castilla, don Pedro, de Pedro Fernández de Castro, Juan Alfonso de Alburquerque, Diego de Haro, Gonzalo Ruiz Girón, Gonzalo Núñez Daza, los miembros de las órdenes de Calatrava y de Alcántara, el obispo de Astorga, y los concejos de Salamanca, Ciudad Rodrigo, Badajoz, Ayllón, Olmedo, Carrión, Belorado y Saldaña. De esta manera las fuerzas bajo el mando del rey de Portugal pudieron sumar unos cuatro millares de caballeros, aunque de la infantería integrada en esta ala para nada se habla en las crónicas.
En la mañana del día 30 de octubre el ala izquierda del ejército cristiano fue la primera en atacar las posiciones enemigas al no tener el inconveniente de tener el sol de frente, circunstancia que afecto al resto del ejército cristiano y que le obligó a retrasar su entrada en combate. Los granadinos formaban el ala derecha del despliegue musulmán, con la idea de defender el acceso al puerto de La Tabla -por donde se llegaba al camino que discurría entre Algeciras y Tarifa- con el fin de evitar el envolvimiento cristiano por la parte de la sierra.
Antes de salir del campamento de Valdevaqueros el rey de Portugal ordenó al prior de los hospitalarios portugueses, Alvaro Gonçalves Pereira, que hiciese llevar en un lugar bien visible la Vera Cruz que la Orden del Hospital había traído desde el monasterio de Marmelar, en el Alentejo. El prior hizo equipar un mulo blanco encima del que cabalgaba un religioso, vestido también de blanco, portando la Vera Cruz en lo alto de una larga asta de manera que fuese vista por todos, como se recoge en Livro de linhagens do conde don Pedro. Pero en los primeros compases del combate, muy probablemente a la altura del hoy cortijo de Brocón, la reliquia desapareció del lugar que ocupaba en el despliegue, tal vez como consecuencia del desorden que se produjo en el ala que mandaba el rey de Portugal. Ocurrió esto porque los granadinos se impusieron en los primeros momentos del enfrentamiento, dato que conocemos gracias a la información que nos dejó el polifacético Ibn al-Jatib -historiador, poeta y político entre otras cosas- presente además en el enfrentamiento del Salado. Según al-Jatib, la lucha resultaba favorable para los granadinos cuando entraron en combate las fuerzas de la reserva cristiana, momento en el que se produjo una inversión de los acontecimientos que finalizó con la victoria de los cristianos.
Sin embargo, las crónicas portuguesas señalan que ese decisivo cambio de situación se produjo al reaparecer en combate la Vera Cruz. Según esta crónica, la sola presencia de la santa reliquia levantó los ánimos de los combatientes portugueses, aunque para nada se menciona aquí la reacción El caso fue que el ejército granadino, incapaz de resistir el impulso cristiano, emprendió la huida tomando el camino de Algeciras cuando la vanguardia y el ala derecha del despliegue cristiano, en la parte baja del curso del Salado, hacía relativamente poco tiempo que habían entrado en combate por esperar a que el sol remontara en el horizonte. Por esta razón, los aliados cristianos del ala izquierda alcanzaron bastante pronto el camino de Algeciras persiguiendo a los granadinos; y en este camino estaban todavía cuando llegaron huyendo desde el Salado los soldados benimerines derrotados aquí por los castellanos. Entre estos norteafricanos estaban importantes miembros de la realeza norteafricana, como lo eran el sultán Abu l-Hasan y el hijo del rey de Siyilmasa.
En aquellas circunstancias, los perseguidos que llegaban del Salado debieron vivir unos momentos bastantes difíciles al encontrarse en el camino de Algeciras con los efectivos cristianos que antes habían derrotado a los granadinos.
No resulta extraño que en estos momentos se vivieran situaciones de confusión y zozobra por parte de los derrotados, de acuerdo con los datos a nuestro alcance. La primera muestra la tenemos en el caso del hijo del rey de Siyilmasa, quien fue hecho prisionero por los portugueses; tal circunstancia no pudo darse en otro lugar ya que los lusitanos no tuvieron contacto con los norteafricanos más que en la huida de estos hacia Algeciras. Siendo así, desparecen las dudas de que el infante en cuestión fuese hecho prisionero en el citado camino y no en otro lugar.
El segundo caso a tener en cuenta corresponde a la persona del propio sultán, Abu l-Hasan. El día de la batalla portaba consigo un antiguo y valioso ejemplar del Corán, muy querido para él, que llegó a perder en un momento indeterminado; lo curioso del caso es que el Corán apareció luego en Portugal, lo que nos lleva a sospechar que fue en el camino de Algeciras y en algún enfrentamiento con los portugueses donde lo perdió. Sin lugar a dudas, esta circunstancia guarda un acentuado paralelismo con la vivida por el infante de Siyilmasa, aunque parece que este preciado objeto religioso no fue a parar a manos del rey de Portugal, sino a las de algún particular al que el sultán abonó una importante cantidad a través de un comerciante encargado de rescatar el Corán al precio que fuera, llegando a pagar una elevada suma por su rescate, cosa que consiguió cuatro años después de su pérdida. que tuvieran los castellanos participantes en el combate. En este sentido cabe señalar que, a pesar de la colaboración militar, los cronistas de Castilla y Portugal se acuerdan poco del esfuerzo realizado por los otros aliados, aunque actuaban en la consecución del mismo fin: derrotar a los musulmanes.
El reflejo histórico en la batalla de Portugal
Aunque pueda resultar sorprendente, aquel ejército victorioso en los campos de Tarifa solo tenía provisiones para mantenerse cuatro días sobre el campo de batalla. Por ese motivo, el grueso de las fuerzas hubo de emprender la marcha de regreso a Sevilla con la mayor celeridad, aunque los reyes lo hicieron más detenidamente. Según las fuentes que seguimos, el itinerario de vuelta lo hicieron los reyes por Jerez, Puerto de Santa María -a donde fueron para dar gracias a Santa María del Puerto- y finalmente se dirigieron a Sevilla. Aquí fueron recibidos por la aristocracia, la clerecía y el pueblo con grandes muestras de alegría, antes de dirigirse a la catedral en una magna procesión .
Previamente el rey de Castilla había ordenado colocar el rico botín obtenido en la batalla de Tarifa dentro de un palacio, junto a los más destacados prisioneros hechos en el combate.
Entre estos se encontraban un hijo del sultán Abu l-Hasan -el infante Aboamar de las crónicas castellanas- y también el hijo del rey de Siyilmasa. Cuando todo estuvo listo llamó al monarca portugués y le invitó a tomar cuánto quisiera de aquel botín, gesto que agradeció don Alfonso de Portugal; pero este monarca tomó para sí pocas cosas, aparte de las banderas y estandartes que su gente había arrebatado a los derrotados sin que faltara un especial interés por llevarse cautivo al hijo del rey de Siyilmasa, hecho prisionero por los portugueses. Al hilo de lo último, debemos señalar que estos datos difieren de los que aportan las crónicas castellanas, las cuales señalan que el cautivo entregado al rey de Portugal fue Aboamar, el hijo del sultán Abu l-Hasan.
De cualquier manera, corresponde decir ahora que la estancia del rey de Portugal en Sevilla fue de solo seis días; trascurridos estos, los dos monarcas fueron a cazar a Cazalla (de la Sierra), lugar donde definitivamente se separaron. Nada se sabe del camino seguido por el rey de Portugal hacia su tierra, pero dadas las circunstancias que señalamos, suponemos que fue el mismo que lo llevó hasta Sevilla en su momento; es decir, que pasó por el actual Jerez de los Caballeros antes de entrar en su reino por Olivenza. De aquí se trasladó luego a Estremoz donde lo esperaban su esposa y su hijo heredero, el infante don Pedro.
Como podemos imaginar, la alegría por aquella grandiosa victoria en la que tan generosamente intervino Portugal tuvo su reflejo e inmediata repercusión en todo el reino, al igual que la tuvo en Castilla, en Aragón y en la corte pontificia de Aviñón. Respecto a las manifestaciones habidas en Portugal, hemos de destacar las de carácter religioso, iniciadas con la fiesta de la Victoria Christianorum a mediados del siglo XIV y manteniendo su continuidad hasta el siglo XX, cuando fue prohibida por el Concilio Vaticano II. Por otro lado, también tuvo sus repercusiones en los enterramientos de algunos de los grandes señores que intervinieron en la batalla, como fue el caso del propio rey Alfonso IV, o el de su consejero Lopo Fernández Pacheco, enterrados ambos en la catedral de Lisboa. Otro ejemplo similar lo tenemos en el enterramiento del prior hospitalario de Crato, Álvaro Gonçalves Pereira, sepultado en el monasterio de Flor de Rosa junto a los tres caballeros que buscaron y recuperaron la Vera Cruz en la batalla del Salado.
Artículo publicado en el número 62 de Almoraima, revista de estudios campogibraltareños. Mayo de 2025.
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