La ayuda portuguesa en la batalla del Salado de 1340 en Tarifa (I)
Instituto de Estudios Campogibraltareños
La victoria de los ejércitos de Castilla y Portugal sobre granadinos y benimerines en el Salado de Tarifa resonó en la Europa cristiana, y mucho más lo hizo en los reinos protagonistas del triunfo

Tarifa/Las invasiones procedentes del norte de África resultaron frecuentes en la Península después del año 711, cuando un ejército compuesto en su mayoría por bereberes, bajo el mando de Tarif Ibn Ziyad, derrotó al ejército visigodo en la margen izquierda del río Guadarranque, como actualmente defiende José Beneroso, en oposición a otros historiadores que han situado la batalla en las proximidades del río Guadalete, cuando no en las cercanías de la laguna de La Janda.
Estas invasiones norteafricanas se repitieron a lo largo de los siglos, algunas sin oposición, cuando la hegemonía militar de las tierras del actual Campo de Gibraltar estaba en manos musulmanas; sin embargo, la situación cambió al disputarse esta zona entre castellanos, granadinos y norteafricanos, ya en el siglo XIV. A mediados de esta centuria, y más concretamente en octubre de 1340, se produjo un enfrentamiento armado en las márgenes del río Salado de Tarifa, choque en el que fueron derrotados los ejércitos benimerines y granadinos por una coalición cristiana compuesta por fuerzas de los reinos de Castilla y de Portugal.
Debido al elevado número de contendientes, resulta esta la mayor batalla que se haya reñido junto al Estrecho, lo que, sumado a la presencia en ella de cuatro reyes, la hizo particularmente famosa y atractiva para nuestros historiadores, tanto como la de las Navas de Tolosa. Dadas tales circunstancias, la victoria del Salado tuvo una importante repercusión en la historia castellana, marcando un hito en la producción historiográfica del reino ya que, a partir de ella, se retomó la cronística del reino de Castilla, marginada desde los tiempos de Alfonso X.
Aparte de lo anterior, el rico botín obtenido en el enfrentamiento supuso una inyección económica para las arcas de la corona castellana, empleada luego en la conquista de Algeciras y, a más largo plazo, el final de las incursiones norteafricanas en la península ibérica. Por todo lo anterior, la llamada cruzada del Salado tiene muchas y variadas vertientes que tratar; algunas de ellas han sido objeto de distintos trabajos por nuestra parte, pero la correspondiente a la ayuda portuguesa era un aspecto no abordado, razón más que suficiente para que lo hagamos en esta ocasión.
En tal sentido, comenzaremos diciendo que la invasión norteafricana tomó cuerpo en el mes de abril de 1340, después de que se produjera la derrota de la flota castellana que guardaba el Estrecho. A lo largo de los meses de aquel año fueron pasando efectivos norteafricanos a la Península, especialmente por el puerto de Algeciras, hasta que se unió a los efectivos militares africanos el ejército proveniente de Granada bajo la dirección de su rey, Yusuf I. Entonces, norteafricanos y granadinos pusieron sitio a la villa de Tarifa, ya el 23 de septiembre, con la clara intención de apoderarse de ella y seguir avanzando luego hacia el interior del reino de Castilla.
La petición de ayuda a Portugal
El rey Alfonso XI seguía desde Sevilla los pasos dados por el sultán Abu l-Hasan. Así que al tener noticias de que había comenzado el cerco a Tarifa ordenó que saliera hacia el Estrecho la flota que se armaba en Sevilla bajo el mando del prior de la Orden de san Juan del Hospital, Alfonso Ortiz de Calderón. Poco después de zarpar la flota, el rey de Castilla reunió en su palacio a los nobles más destacados que le acompañaban en Sevilla y les expuso la delicada situación que en aquellos momentos se vivía en Tarifa. Al conocer la situación militar, y en especial la composición y magnitud del contingente musulmán, aquellos nobles aconsejaron al rey que pidiera ayuda a los reinos vecinos como se recoge en la Gran Crónica de Alfonso XI.
Al ser la situación tan apremiante, Alfonso XI decidió pedir ayuda terrestre al rey de Portugal a pesar de las diferencias personales que existían entre ambos monarcas. La causa de estas diferencias no era otra que el menosprecio que sufría la reina doña María -hija del monarca portugués- en la corte castellana como consecuencia de los amores de Alfonso XI con doña Leonor de Guzmán. Tal vez por ello, pensaba el monarca castellano que doña María podía ser la mejor mediadora en aquel asunto que afectaba negativamente a Castilla y a las posesiones del infante heredero, don Pedro, hijo de ambos. La reina estaba en sintonía con tales pensamientos, y sabiendo que ella podía ablandar la postura de su padre, Alfonso IV de Portugal, decidió intervenir personalmente en la delicada cuestión.

Doña María debía ser conocedora de que el monarca portugués se encontraba por aquellas fechas en el Alentejo, por lo que decidió partir hacia el reino vecino lo más rápido posible. Pero por muy apremiante que fuese la situación, no creemos que la reina de Castilla tomara el camino de Portugal sin antes enviar aposentadores y emisarios con el doble fin de preparar la estancia de la reina en determinados lugares del camino y, también, para facilitar la búsqueda del rey portugués en el interior de su reino, al objeto de evitarle a doña María desplazamientos innecesarios.
Por todo lo anterior, nos inclinamos a suponer que la reina salió de Sevilla en la mañana del día 27 de septiembre -“un día amaneciente”-, como bien señala el Poema de Alfonso el Onceno. Sospechamos que pasó por Santa Olalla (Huelva) y Jerez (de los Caballeros, Badajoz), antes de llegar a Terena (Portugal), el día 29 de septiembre. Este último paso hemos de darlo por seguro ya que en Terena se levantó la iglesia de la “Boa Nova” -buena noticia-, en acción de gracias por la victoria obtenida en el Salado. Así que en Terena, de acuerdo con la tradición, pudo recibir la reina de Castilla a los emisarios que la precedían en la búsqueda del rey de Portugal, portadores ya de aquella “buena noticia” relativa a la grata disposición de su padre para ayudar al rey castellano frente a los reyes musulmanes. En este proceso conocemos que, al enterarse Alfonso IV de que su hija lo buscaba, salió a recibirla a la villa de Estremoz, según recoge la Crónica de don Alfonso el onceno, pero al no encontrarla aquí prosiguió su camino hasta Evoramonte, donde se produjo el encuentro entre padre e hija el día 30 de septiembre, a eso de mediodía según nuestros cálculos.
Después del grato encuentro entre padre e hija, de la favorable respuesta del rey de Portugal y de lo apremiante de la situación que se vivía, parece lógico que doña María hiciera llegar la buena noticia al rey de Castilla lo antes posible. La reina encomendó esta misión a su portero mayor, Men López de Talavera, quien cabalgó hacia Sevilla lo más rápido que pudo. Relacionado con este asunto, y conociendo las distancias medias que recorrían los “mandaderos” con caballos de refresco, nos atrevemos a decir que la carta de la reina pudo llegar a Sevilla el lunes día 2 de octubre a eso de mediodía. Sin dilación alguna, el rey envió a Portugal a don Gil Gómez de Albornoz, arzobispo de Toledo, y a Alfonso Fernández Coronel; pero Alfonso XI no estaba completamente satisfecho con el envío de aquella embajada, así que, al día siguiente, 3 de octubre, después de oír misa, cambió de idea y se puso en camino hacia Portugal, alcanzando en el camino a los emisarios enviados el día antes.
En lo relacionado con la fluidez de las comunicaciones, debemos precisar que las caballerizas de los castillos de realengo situados en el camino, aparte de la colaboración de los concejos por donde pasaban los monarcas, debieron resultar fundamentales para la consecución del objetivo propuesto. En este sentido, y siguiendo ya a las crónicas, diremos que el rey de Castilla y su comitiva pasaron por Jerez y Olivenza camino de Portugal; por tales referencias entendemos que fue en estos dos lugares donde pasaron las noches de los días 3 y 4 de octubre. No sorprenda que el rey hiciera en una sola jornada -la del martes día 3 de octubre- los 130 kilómetros que separan el trayecto Sevilla- Jerez, y en otra jornada más -la del miércoles día 4- los 50 kilómetros que separan Jerez de los Caballeros de Olivenza, villa perteneciente entonces al reino de Portugal. La intención del rey de Castilla posiblemente fuese seguir avanzando, pero se le presentó un fenómeno meteorológico inesperado que le impidió proseguir su camino. Tal vez pudiera llover a la salida de la comitiva de Jerez, pero al llegar a Olivenza arreciaría bastante y el monarca castellano decidiera pasar la noche allí, teniendo conocimiento ya de que el rey de Portugal estaba en Juromenha, “a quatro leguas dende”.

Al día siguiente, jueves 5 de octubre, teniendo Juromenha a su alcance, pensaba el rey de Castilla llegar hasta este lugar, pero al alcanzar al río Guadiana encontró que “yva grande e no paso allende”, no obstante, halló el medio de informar al rey de Portugal de su presencia allí y los motivos por los cuales no podía cruzar el río; por tal razón Alfonso IV de Portugal y el infante heredero, don Pedro, tuvieron la deferencia de cruzar el Guadiana en una barca y entrevistarse con el rey de Castilla. Después de la entrevista don Alfonso de Portugal se fue para Juromenha, desde donde envió emisarios a los señores, villas y concejos de su reino para que se reunieran con él lo antes posible en Badajoz, o que siguieran por su cuenta el camino hacia Sevilla, como se recoge en Crónica dos sete primeiros reis de Portugal, o la Crónica de 1344; por su parte el rey de Castilla volvió para dormir de nuevo en Olivenza, pasando a Juromenha al día siguiente -viernes día 6- para saludar a doña Beatriz, reina de Portugal, al tiempo que su suegra y tía. En esta entrevista acordaron los monarcas que el de Portugal se iría a Elvas mientras el de Castilla marcharía a Badajoz, ciudad en la que había de presentarse el rey de Portugal tan pronto como pudiera acompañado de su hija, la reina de Castilla.
Así las cosas, creemos que después de dormir en Badajoz, el sábado día 7 de octubre, el rey de Castilla, tal vez con poca gente, tomó el camino de vuelta a Sevilla utilizando el mismo camino que a la ida, porque ya estaba reforzado con efectivos equinos. Por tanto, y considerando la distancia que separa Badajoz de Sevilla, creemos que el rey de Castilla pudo hacer noche en Jerez y, al día siguiente -domingo, 8 de octubre- pernoctar en la villa de Guillena para llegar a Sevilla el día 9, lunes, a eso de mediodía. Entonces se enteró del desastre de la flota a consecuencias del temporal a su paso por el Estrecho, motivo por el que convocó una asamblea nobiliaria a la que informó de la nueva situación político-militar, especialmente en lo que se refería a la alianza con Portugal y a lo ocurrido en el Estrecho.
La asamblea se celebró en Sevilla el día 10 de octubre; para entonces el rey de Portugal estaba ya camino hacia Jerez, villa en la que hizo noche acompañado de los primeros portugueses que habían llegado a Badajoz. El día 11, avanzando tan aprisa como podían, resulta probable que el rey de Portugal y su séquito alcanzaran Santa Olalla, haciendo noche aquí. Así que al día siguiente pudieron continuar su camino hacia Guillena, villa donde pudieron pasar la noche del 12 de octubre. Enterado el rey de Castilla de la proximidad del monarca portugués y de la reina doña María, fue a darles la bienvenida a Guillena, acompañándolos luego hasta Sevilla. De esta manera el rey de Portugal pudo entrar en Sevilla cuatro días más tarde que lo había hecho el rey de Castilla a su vuelta del vecino reino, tal y como señala la crónica al hablar de este asunto.
Artículo publicado en el número 62 de Almoraima, revista de estudios campogibraltareños. Mayo de 2025.
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