Las calles de San Isidro

A VISTA DEL ÁGUILA

Fueron las últimas en tomar forma en intramuros de la Algeciras refundada

Cuando Miguel Ángel del Águila las fotografió, aún mantenían el aspecto de las medianías del siglo pasado

Las calle Montereros.
Las calle Montereros. / Archivo Hijas De Miguel Ángel Del Águila
José Juan Yborra

11 de noviembre 2021 - 06:00

En el Plano de la Ciudad Principal de las Algeciras realizado en junio de 1736, se comprueba que la colina de la Matagorda se encontraba sin urbanizar. Solamente algunas viviendas se erigían en la ladera oriental que ascendía desde la calle Sevilla. En sus otros declives, un espacio abierto y yermo se extendía hasta el perímetro de las antiguas murallas. En planos posteriores se observa una trama reticular de vías que acabaron conformando el actual barrio de San Isidro, un lugar delimitado por los lienzos de la muralla donde luego se trazó el paseo del Calvario y la calle Matadero. Al sur, el extremo del barrio venía marcado por la calle Carretas, mientras la de Sevilla lo cerraba por el este. Se fueron construyendo viviendas humildes y un gran número de patios de vecinos que aprovechaban la profundidad de solares adaptados a las pendientes del terreno. Bien entrado el siglo pasado, se reordenó este dédalo de calles para lo que se utilizaron bordillos de granito y gruesos tacos de adoquines configurando una estampa que Miguel Ángel del Águila llegó a plasmar en numerosas descubiertas.

1. La calle Montereros

Como muchas otras del barrio, la de Montereros atraviesa el alcor en dirección este-oeste, desde la calle Sevilla hasta el Secano, una vez superada la del Matadero. Una mañana de otoño de 1969, el fotógrafo subió a la cima del altozano y próximo a la esquina del callejón de Jesús, tomó esta imagen de la vía en dirección al centro.

El sol bajo de noviembre ilumina las fachadas de la izquierda, donde se alzan algunos edificios de dos plantas con nobles balcones de forja más habituales en esta ladera de la colina. La luz resalta las capas de cal con las que se cubrían unas fachadas jalonadas de irregulares portones que llevaban a patios sin fondo de solidaria humildad. Los tejados se muestran vencidos tras eternos inviernos de lluvias, que desbordaban verdes canalones de hierro bordeados de matas de nacientes jaramagos.

Dos niñas bajan en una dirección que la torre marca sobre húmedos tejados y ropas puestas a secar. Nadie osaba competir con ella y se mostraba enhiesta y alta desde las alturas, con su perfil trasero de poniente en sombras, sin aberturas, sin huecos de campanas. Faro de sombras y tañidos que ascendían por unos adoquines sobre los que aún no se derramaba cera, ni sonaban las bandas, ni el público se agolpaba para ver chicotás eternas de misterios y palios que cada primavera bajan la cuesta en busca de una torre hoy invisible tras derruidas tejas.

La calle Buen Aire.
La calle Buen Aire. / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

2. La calle Buen Aire

Se ponía el sol cuando el fotógrafo tomó esta imagen de la bajada oriental de Buen Aire una clara tarde de noviembre de 1969. A lo largo de sus aceras, sobre un adoquinado que conservaba su prestancia, homogéneas fachadas ascienden con una impronta secular: muros de mampuesto recubiertos por sucesivas capas de cal, estrechas puertas de acceso, escasas ventanas, tejados a dos aguas cubiertos de retoñada vegetación, canalones pintados, trenzados hilos de corriente eléctrica abrazados a circulares bobinas de porcelana blanca. Hay motocicletas frente a mujeres de luto sentadas a la puerta en viejas sillas de anea.

Un tiempo cambiante asoma tras algunos cierros nuevos de ladrillo visto y tras las grúas y estructuras de hormigón que se alzan altivas tras la fachada de casa Calderón, entre anuncios de cerveza y hojas de palmeras canarias del jardín trasero del Banco de España. Nuevos edificios se levantan en una calle Ancha cercana pero fuera de las lindes del barrio. Los pilares y encofrados sostenidos por delgados troncos de eucalipto reciben el sol poniente, que deja en sombras fachadas, sillas y motocicletas, viejos cables de luz y la brillante carrocería del simca mil aparcado a la puerta, el "cinco plazas con nervio", que el pueblo llano bautizó como "el filete de los pobres", ya que era para cinco y estaba pleno de nervaduras.

La calle Matadero.
La calle Matadero. / Archivo Hijas de Miguel Ángel del Águila

3. La calle del Matadero

Es la de mayor longitud de todo el casco histórico. Se iniciaba en la proximidades de la plaza de toros de la Perseverancia y se dirigía hasta el hospital de la Caridad, cercano al puente del antiguo Matadero. El largo trazado de la vía se adaptaba al de la muralla medieval, cuya estructura sirvió de cimentación a toda la hilera de viviendas de la derecha.

El fotógrafo tomó esta imagen desde una de sus cotas más elevadas y recogió el tramo desde San Antonio a la calle de los Guardas, por donde se cuela de rondón un sol bajo que se oculta tras la antigua puerta de Jerez, junto a una histórica posada, luego almacén. El limpio pavimento de adoquines se flanquea por hiladas de estrechas puertas y humildes ventanas de viviendas que ocultaban patios con losas de Tarifa, macetas de geranios y olor a caldo blanco y yerbabuena. A finales de 1969, bicicletas metálicas circulaban por el empedrado; paseaban viandantes; postes de madera competían con viejas instalaciones de luz adosadas a centenarias fachadas sobre las que parecían reposar tejados desfondados por el tiempo.

Al fondo, los horizontales balcones de Villa Palma y unas ventanas grandes aún cerradas: persianas de plástico que acabaron con las de madera verde de la homónima mansión inglesa oculta tras las frondas del paradójico Secano. Una nueva estética se asoma sobre los viejos tejados, sobre los viejos postes, sobre los cables viejos; sobre metálicas bicicletas que dejaron de surcar el viejo empedrado de una calle cuyo punto de partida y cuyo punto de llegada forman parte del recuerdo.

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