'In bocca al lupo': el bautismo de fuego del Gruppo Gamma (II)
LOS ITALIANOS DE LA DÉCIMA | CAPÍTULO XII
La versión oficial reconoció que muchos invisibles lograron burlar la vigilancia de la Royal Navy, pero no de la Guardia Civil
La operación había afectado a cinco mercantes
Giari y Lucchetti no habían sido los únicos en tener problemas con el mecanismo de fijación de las mignatas. Otro de los Gamma, el alférez de Navío Giorgio Baucer, escribiría en un informe posterior: "Conseguí situarme sin problemas bajo el casco de mi objetivo. Siguiendo quilla de balance alcancé la proa. Luego bajé la cabeza y desprendí la primera carga del arnés. En ese momento me di cuenta que tenía una fuga de oxígeno en el by-pass del respirador. Según las instrucciones recibidas, para inflar el anillo de goma de la carga bastaba girar una vez y media la llave de la bombona en el sentido de las agujas del reloj. Yo le di veintiuna vueltas sin resultado. Al segundo intento y con los dedos doloridos por el esfuerzo, el anillo se infló y pude fijarla bajo el casco como estaba prescrito... (Entonces) una de las bombas enemigas, una de las muchas que continuamente lanzaban los patrulleros ingleses, estalló muy cerca de mi haciendo que me golpeara la cabeza contra la quilla de balance; por fortuna, sin causarme daños graves. Guiándome siempre por la quilla llegué hasta la popa donde, tras superar los mismos problemas que con la primera, ...conseguí fijar la segunda carga. Agotada ya mi reserva de oxígeno, opté por regresar a tierra... Cerca del punto establecido, vi un haz de luz que, desde la playa, apuntaba en dirección al mar. Luego sentí una voz que decía Italia... salí del mar a gatas hasta alcanzar la misma caseta tras la que nos habíamos escondido antes de partir y me despojé rápidamente del equipo. Eran las cinco y cuarto de la mañana".
Además de Baucer, otros tres buceadores conseguirían salir a la playa en el punto previsto y con la ayuda de Pistono y Pierleoni, llegar hasta Villa Carmela. Un quinto, había salido del mar cerca del hotel Príncipe Alfonso, justo frente al puente del Cachón que recorre la parte norte de La Línea. Sin embargo, a pesar de encontrarse a menos de un kilómetro de la villa, a este le iba a ser imposible dar con su ubicación. Pero resuelto a no dejarse atrapar y tras una caminata de dieciséis kilómetros, aquel invisible consiguió hacer honor a su apelativo y llegar al Viceconsulado italiano de Algeciras, sin ser descubierto. Toda una hazaña ya que la mayor parte del trayecto la había realizado en pleno día, con el rostro manchado de grasa y vestido con lo que había podido conservar de su equipo reglamentario.
Pero no todos habían tenido la misma suerte. Piero Pierleoni, declararía después de la guerra: "De pronto, sobre las cinco de la mañana, oí como dos carabineros (sic) gritaban “Alto ¿quién vive?” a uno de los nuestros, al que habían visto salir del agua apenas a cien metros de donde estos se encontraban. Entonces, como ya había hecho en una operación anterior, me dirigí hacia ellos informándoles de la verdadera identidad del detenido".
Mientras hablaban, otros seis hombres Gamma alcanzaron la orilla en aquel mismo punto y vestidos aún con el traje de buceo, uno tras otro fueron igualmente arrestados. Aquellas detenciones harían que, años después, en la versión oficial que el Ufficio Storico de la Marina Militare publicaría sobre estas acciones, se llegase a reconocer cómo aquellos operadores que, gracias al intenso y concienzudo adiestramiento recibido habían conseguido burlar la vigilancia de la Royal Navy, habían sido incapaces de hacer lo mismo con las patrullas de la Guardia Civil española.
Vago Giari, uno de los detenidos, comentaría al autor: "Nos condujeron al puesto de La Línea y de allí al centro de mando español. El capitano Pierleoni ya nos había advertido que, cuando nos interrogaran, dijéramos que éramos náufragos de un submarino que había estado minando algunos puntos estratégicos de la base de Gibraltar".
Como había ocurrido en el caso de la B.G. 4, Pierleoni no tardó en llamar en su ayuda al vicecónsul italiano en Algeciras Germánico Bordigioni; quien, durante toda la operación, había estado pegado al teléfono por si se producía alguna incidencia de este tipo. Una vez más, se activó el protocolo establecido. Giari contaría al respecto: "Permanecimos expectantes en aquel puesto de mando. Teníamos la seguridad de haber colocado correctamente las cargas pero estábamos deseando escuchar su detonación. Sin embargo, no tuvimos esa satisfacción porque, sobre las diez y media de la mañana, nos trasladaron a un puesto de mando superior. Nos llevaron allí en dos automóviles. Uno de ellos tenía las marcas de nuestro Consulado y era conducido por un italiano. El otro en cambio, tenía matrícula española y al volante iba un conductor de la misma nacionalidad".
Estando ya bajo la custodia del gobernador militar del Campo de Gibraltar, general de División Fernando Barrón Ortiz, Pistono llegó con la noticia de que la operación había afectado a cinco mercantes, que luego se comprobaría que habían sido cuatro, causándoles daños de cierta consideración. Estos eran el S. S. Meta de 1.575 toneladas, el S.S. Shuna de 1.494 tn., el S. S. Empire Snipe de 2.497 tn. y el S. S. Baron Douglas de 3.899. "Tras la noticia -recordaría Giari- españoles e italianos estuvimos brindando en aquel puesto de mando por el éxito de nuestra misión. Más tarde, se nos informó que íbamos a ser trasladados a Sevilla en calidad de internados".
Antes de que terminara aquel martes 14 de julio, Pistono se había pasado a recoger a los cuatro Gamma que aún se encontraban en Villa Carmela para llevarles hasta su casa en Pelayo. Así fue como Antonio Ramognino se enteró de que todos los demás estaban, custodiados por los españoles, pero a salvo. Una vez pudo respirar tranquilo, informó a Pistono de que, según había podido observar con su catalejo, "la tranquilidad que se apreciaba en el puerto enemigo era sólo aparente. De hecho, la vigilancia inglesa se había reanudado aún más intensamente si cabe. En el mar mediante los consabidos patrulleros y en el aire, empleando hidroaviones de reconocimiento". Todo ello en un claro indicio de que los británicos no descartaban que el ataque de aquella noche se hubiese realizado con el concurso de un submarino.
En aquellos momentos, la mayor preocupación de los inquilinos de Villa Carmela era eliminar de su propiedad todo rastro de lo ocurrido, procurar que se difuminara cualquier halo de sospecha sobre la casa y extremar al máximo todas las medidas de seguridad. En este contexto es donde se sitúa el peligroso epílogo que G.S. 1 tendría para el matrimonio.
Conchita Ramognino recordaría luego: "Era esencial... no dejar resto alguno que pudiese delatar nuestra participación. Había que deshacerse de embalajes, envoltorios, piezas de los equipos, botellas de oxígeno vacías, latas de grasa y sobre todo, explosivos. La mayor parte la hicimos desaparecer la misma noche del ataque en un pozo en desuso y de gran profundidad, que había a unos centenares de metros de nuestra casa".
No obstante, como Antonio dejaría escrito, "dos noches después de que los buceadores se hubiesen marchado, me acordé de que, en la casa, nos habían dejado dos mignatas desprovistas ya del mecanismo de seguridad". Después de pensárselo un poco, decidió arrojarlas también al pozo. Medio siglo después, Conchita confirmaría al autor el empeño que había puesto entonces en acompañar a su marido en aquella arriesgada salida: "Al principio, Antonio no quería -me dijo- pero a mí me daba miedo dejarle ir solo y le convencí. De manera que cada uno de nosotros cogimos una mignata. Antonio se metió la suya bajo el brazo, mientras yo llevaba la mía oculta dentro de una cesta. Salimos por el sendero que conducía a Villa Victoria hasta dar con el pozo".
Una vez allí -escribiría Antonio- "conseguí depositar en su interior el primer artefacto sirviéndome de una cuerda. Pero justo cuando me disponía a soltar el segundo, escuché un grito: “Alto, ¿Quién vive?”. A causa de la oscuridad, no me había dado cuenta de que nos encontrábamos cerca de un búnker. Con suma rapidez y sin demasiado cuidado, dejé caer la segunda bomba dentro del pozo. Cayó con un ruido sordo. Pero gracias a Dios no detonó. Rápidamente, tomé a mi esposa de la mano y nos alejamos rápidamente campo a través. Nos detuvimos frente al bar (de Puente Mayorga). En su interior había gente jugando mientras otros bailaban y bebían. Inmediatamente, nos pusimos también a beber y a bailar".
"En el exterior, pude ver al centinela que, fusil al hombro, nos miraba sin saber a qué atenerse. Finalmente, todo salió bien". Aquellas dos mignatas detonaron dos meses después coincidiendo con un ataque aéreo italiano sobre Gibraltar. Conchita recordaría al respecto: "Yo me sonreía para mis adentros cuando escuchaba cómo la gente hacía comentarios sobre la mala puntería que tenían aquellos aviadores italianos que, en lugar de arrojar las bombas sobre Gibraltar, las habían dejado caer sobre Villa Victoria. Y así terminó para nosotros aquel primer ataque, sin que nadie sospechara que las explosiones habían sido producidas por las dos mignatas que Antonio y yo habíamos tirado al pozo aquella noche".
Casi a modo de reflexión final, comentaría luego: "Mi marido estaba satisfecho con el desarrollo de la operación... si bien no dejaba de reconocer que esta no había resultado todo lo bien que esperaba... Pero que, a pesar de todo, había sido un éxito. Lo cierto es que, aunque la G.S. 1 había demostrado que esta nueva forma de operar funcionaba y ahí estaban para certificarlo aquellos cuatro mercantes fuera de servicio, prácticamente todos los implicados tenían la agridulce sensación de que aquel resultado no había estado a la altura del esfuerzo invertido en su meticulosa preparación ni del valor desplegado por los hombres".
Una de las cuestiones más sangrantes era que, de las treinta y seis mignatas empleadas, sólo una pequeña parte había funcionado correctamente. Sin entrar en otros problemas de diseño como era -por poner un ejemplo- su limitado poder destructivo, existían sobradas evidencias de que se habían registrado problemas en el mecanismo de fijación. De hecho, varias de aquellas cargas habían sido llevadas a tierra por los propios buceadores para ser examinadas. Dos habían terminado en el pozo de Villa Victoria, otras se habían hundido en lo más profundo de la Bahía, pero un cierto número terminarían flotando en el mar o saliendo a las playas de Campamento o Puente Mayorga. La mayor parte fueron recuperadas por los españoles, pero los patrulleros británicos habían conseguido hacerse con alguna de ellas. Las marcas y la inscripción “Milano” grabadas en sus carcasas no dejaban lugar a dudas sobre su origen; lo cual, con toda seguridad, no iba a dejar de tener sus consecuencias.
No obstante, si se tiene en cuenta las afirmaciones de Ramognino, los logros de G.S. 1 hay que situarlos más allá del número de mignatas que explosionaron o del tonelaje de los navíos alcanzados: "Después del ataque del 13 de julio de 1942 -escribiría- los ingleses se cuidaron mucho de mantener en mar abierto navíos de una cierta importancia. Estos eran sistemáticamente “embotellados” dentro del puerto militar, lo que les obligaba a realizar unas largas y complicadas maniobras de entrada y salida... Esta situación se prolongaría durante el resto de julio, agosto y septiembre de 1942". Para uno de los más reconocidos expertos italianos en doctrina naval, esta reacción constituía una clara evidencia de que los británicos habían dejado de sentirse seguros en las aguas que rodeaban Gibraltar.
Aún así, nada de esto fue óbice para que el teniente de Navío Visintini, elevase una enérgica queja al mando de la Décima por el mal funcionamiento de las cargas explosivas. En su carta de respuesta, el capitano di Fregata Ernesto Forza, el entonces jefe de la flotilla, le pidió que no le desalentara. Según la versión oficial, todo lo ocurrido había sido consecuencia, más que nada, de la enorme premura con la que se habían efectuado los preparativos. A continuación, tras felicitarle por el resultado de la misión, le confirmó que muy pronto iba a tener a su disposición nuevos hombres y nuevas mignatas de funcionamiento mejorado. La intención de la Regia Marina era que, a ser posible en la próxima luna nueva, los invisibles del Gruppo Gamma reafirmaran su eficacia con un segundo ataque en Gibraltar. La misiva, fechada el 26 de julio de 1942, terminaba con un afectuoso saludo y un deseo de buena suerte transmitido mediante la conocida expresión italiana in bocca al lupo.
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